Hugo Borsani*
Latinoamérica21

Hace ya un par de años, la idea de una segunda ola de gobiernos de izquierda en América Latina parecía evidente. La vuelta al poder del MAS en Bolivia (2020), luego del confuso final del tercer gobierno de Evo Morales; la elección de Gabriel Boric en Chile (2021) tras la violenta explosión social durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera en 2019; y la elección de Pedro Castillo en Perú (2021), precedida de cuatro presidentes y dos impeachments en un período de tan solo cuatro años; sumado a los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador en México y de Alberto Fernández en Argentina, conformaron lo que para muchos representaba el inicio de un nuevo ciclo de gobiernos de izquierda en la región. Pero dos años después, y a pesar de la vuelta al poder de Lula en Brasil y del histórico triunfo de la izquierda colombiana con la elección de Gustavo Petro, ese nuevo ciclo muestra dificultad para consolidarse como movimiento regional.

Este nuevo ciclo sigue estando lejos de la estabilidad y el alcance geográfico del primer ciclo de gobiernos de izquierda durante la primera década del siglo. Y al menos tres hechos constatan esta dificultad: el impeachment de Castillo en Perú; la derrota del proyecto de reforma constitucional chileno respaldado por el presidente Boric, que fue seguida por la elección de una nueva Asamblea Constituyente con mayoría de representantes de la oposición; y la evidente pérdida de apoyo popular del gobierno de Fernández en Argentina, confirmada con la caída al tercer puesto en las primarias de agosto pasado.

Mucho ya se ha escrito sobre la diferencia entre el contexto actual de incertidumbre económica internacional, en relación a la bonanza económica durante la primera década del siglo, gracias al alto precio de los commodities que mucho benefició a los gobiernos de la llamada “marea roja”. Esa diferencia, sumada a las múltiples crisis generadas a raíz de la pandemia del Covid-19, ha incidido en la dificultad, por parte de los nuevos gobiernos de izquierdas, para atender las demandas de los ciudadanos. Esto ha llevado a estos gobiernos, en parte, a sufrir una mayor fragilidad.

La visión de una segunda marea roja en América Latina resultó, al menos en el caso de algunos de los países mencionados, de una lectura simplificada de la complejidad de los sistemas políticos surgidos de las últimas elecciones. En Perú, dado el exiguo margen de diferencia en las elecciones presidenciales de 2021– menos de 50 mil votos–, y la falta de apoyo legislativo, difícilmente podía afirmarse que el país había girado a la izquierda con la elección de Castillo. Por el contrario, desde el primer día se sabía de la dificultad que tendría el nuevo presidente para conseguir apoyos para conducir el país y concluir su mandato, especialmente tomando en cuenta la inestabilidad política de Perú durante los cuatro años precedentes.

En el caso de Chile, la fragmentación del sistema político en la última elección tampoco justificaba la lectura de un giro político en el país. Recordemos que Boric fue el segundo candidato más votado en el primer turno de las elecciones, siendo superado por el candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast, y que la alianza política del presidente electo consiguió poco más del 20% de los diputados.

Sin embargo, el mismo argumento no puede aplicarse a todos los casos. El gobierno de Fernández, en Argentina, contaba, al inicio de su mandato, con el respaldo de casi la mitad de la Cámara de Diputados y la mayoría absoluta del Senado. Su desgaste político, excluidos los factores externos ya mencionados, puede ser atribuido, por lo tanto, a una gestión ineficiente, en particular en la conducción de la economía.

Pero la fragilidad política de los presidentes y la rápida pérdida de apoyo político no es una característica exclusiva de los nuevos gobiernos de izquierda. Esto afecta también a los gobiernos de derecha. La crisis política del gobierno de Guillermo Lasso en Ecuador, que derivó en un llamado a elecciones generales anticipadas a solo dos años de iniciado el período de gobierno, es un ejemplo. De hecho, si hay un nueva ola o marea política en América Latina es la del aumento significativo de la fragmentación y la polarización política, lo que lleva a presidentes electos con márgenes muy reducidos (Castillo, Lasso, Lacalle Pou y Lula en su última elección) y/o a gobiernos electos sin contar con mayoría legislativa (los casos de Castillo y Lasso son los más emblemáticos).

En un contexto como el actual en América Latina, marcado por una alta polarización, esta configuración política dificulta la posibilidad de alcanzar acuerdos amplios que garanticen un gobierno con una base relativamente amplia y que ofrezca estabilidad. Ya sean de derecha como de izquierda.

* Hugo Borsani es cientista político y profesor de la Universidad Estatal del Norte Fluminense – UENF (Brasil). Doctor en Ciencia Política por el Inst. Univ. de Investigaciones de Rio de Janeiro – IUPERJ (actual IESP / UERJ). Postdoctorado en el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca.