Estuvimos en Europa durante 20 días. Obviamente, conviviendo con su gente, sus diarios, sus televisoras, radios y revistas, y algunos amigos que todavía me quedan. Y comprobé una sensación que tenía desde antes de partir: Europa está en una profunda crisis política, de liderazgos, de ideas, de impulsos culturales, de identidad.
Duele decirlo porque es, sin duda, una referencia obligada para una parte importante del mundo, incluyendo naturalmente el Uruguay. Es un continente que intenta salir de las graves heridas de la pandemia y hoy está atrapado por una guerra que ocupa todo el espacio de atención y que, en realidad, es un conflicto entre Rusia y los Estados Unidos, que se combate en Ucrania.
Si uno se abstiene de escuchar al omnipresente y locuaz presidente ucraniano, Zelensky, y recurre a las fuentes de la información sobre las claves del conflicto, es decir a Moscú y a Washington y a Beijing agazapado, percibe claramente que Europa es solo una comparsa de segunda, sin una diplomacia propia, sin fuerzas armadas propias, sin líderes, y atrapada entre la dependencia de los combustibles rusos y los intereses norteamericanos tratando de vengarse de las derrotas en Afganistán y en Irak en la que sumergió a todos sus aliados.
Es una guerra que se libera en el campo de batalla, pero mucho más intensamente en la información y las redes. Es parte del desmoronamiento de una Europa que permitió y promovió la destrucción en los Balcanes, en Libia, en varios países africanos y que mantienen tensiones en muchos de los países que integran la Unión Europea. Una enmarañada entidad política, con costos orbitales y que se desfleca ante los grandes y nuevos problemas.
La Unión Europea hoy gasta cuatro veces más en sus presupuestos militares que Rusia, pero no le ha servido de nada y ahora varios países encabezados por Alemania decidieron un aumento sideral DE 110 mil millones de euros para armamentos y luego en catarata vendrán los demás países, impulsados por la situación con Rusia, pero por la vieja y olvidada competencia con los alemanes.
Cómo terminará esta guerra, nadie puede preverlo, pero no será Europa la que salga ganando en ningún sentido, aumentará su dependencia de EE.UU. una democracia a la deriva también sin liderazgos y llena de nuevas incógnitas, ni tampoco ganará Rusia, más aislada que nunca y rodeada de enemigos. Ya no solo la OTAN, sino incluso Austria, Finlandia, Suecia y hasta Suiza.
El Brexit ya es un furúnculo, ahora el peligro es que el espíritu de la unidad europea se desvanezca todos los días un poco más, incluso dentro de los propios países y la idea central de evitar el peligro de otra guerra devastadora se diluya cuando emerge con fuerza y como un peligro real la tragedia de una guerra ampliada.
Los enormes gastos militares traen de la mano nuevas ideas militares, nuevos afanes belicistas y ahora concentrados en la madre de todas las grandes guerras: Europa. Un continente donde se superponen las burocracias regionales, nacionales y de la Unión Europea devorando recursos de manera insaciable. Y los burócratas europeos, sin grandes ideas y sin horizonte, son un verdadero peligro.
La invasión de Ucrania y los millones de nuevos prófugos muestra otra cara de la vergüenza, la de los emigrantes rubios, blancos y de ojos azules recibidos con los brazos abiertos y los africanos que se ahogan en el Mediterráneo o pueblan los suburbios más pobres de Europa.
El peligro no es solo militar, es mucho más amplio y profundo, es la falta de liderazgos que se perciben en todos lados, es la emergencia de ideas totalitarias en España, en Italia, en Francia, en Polonia, en Hungría, en Ucrania y en otros países. En posiciones de gobiernos nacionales, en gobiernos regionales o en la oposición pero con el 42% de votos de Le Pen en Francia.
La economía más básica y ramplona lo ocupa todo y aplasta la política, la cultura, el humanismo, la sensibilidad por lo que sucede en el resto del mundo. Es difícil, por no decir imposible, encontrar algún dirigente político de importancia que aporte un discurso profundo, con ideales, con proyección de futuro y sentido histórico. Nada menos que en Europa, la cuna de las ideas que dominaron el mundo desde la antigüedad.
Entusiasmados por el crecimiento territorial de la UE con la incorporación de los ex estados miembros del Pacto de Varsovia a los que incorporaron también a la OTAN, no perciben que después de la pandemia y de la guerra, no surgirá un mundo o un continente similar al de los años 20 del siglo pasado, lleno de fermentos, de novedades, de fervor por los cambios y las novedades. Lo que se huele es un continente mezquino y que está fracasando incluso en la recuperación económica y sobre todo social y cultural.
Se ha opacado, hecha turbia la mirada sobre los grandes problemas globales que afronta el mundo y que requerirían mucho dinero y sobre todo mucha pasión y entusiasmo científico y civilizatorio: el cambio climático; las amenazas a la salud; los profundos cambios en el mundo del trabajo; la polarización extrema de la pobreza y la riqueza y que ahora agrega la posibilidad de una hambruna mundial como resultado directo de la guerra.
Los peligros mayores en Europa que ha influido de manera tan importante en nuestra propia existencia, América y también África, no son externos, vienen de adentro, de la incapacidad que demuestra en sus reacciones, en sus sociedades, en sus profundas divisiones y mientras tanto mendigan ayuda de los Estados Unidos, que hace pocos meses los arrastró a la vergüenza de una retirada sin honor y sin gloria de años de muertes, asesinatos y al final una derrota total.
Del otro lado, un imperio con banderas religiosas ortodoxas, que apela a la historia de un milenio, para justificar la invasión de Ucrania y la violación de todas las normas internacionales. Y durante décadas permitió sin ningún tipo de reacciones que se violaran todos los acuerdos establecidos con la caída de la Unión Soviética por parte de la OTAN (léase los Estados Unidos).
Mientras tanto la dependencia energética de Rusia creció de manera exponencial, en petróleo, gas y carbón.
Las guerras y las geografías no pueden medirse o pesarse solo en cálculos geopolíticos, en primer lugar son tragedias o realidades humanas y la decadencia europea es sobre todo eso, de los dos lados del frente, una enorme tragedia humana de civiles y militares, de mitos que se derrumban y que muestran que no alcanza con contar el número de divisiones y de blindados, hay un elemento fundamental, insustituible: el valor, el honor de la gente. Ese que estuvo en la base de la derrota del nazismo hace 77 años, un 9 de mayo de 1945 por parte de los soviéticos sobre los nazis y sus aliados; o los afganos sobre los soviéticos y los norteamericanos y sus aliados de la OTAN, en este último caso hace pocos meses.
En 20 días que estuvimos en Europa, buscamos en los medios algo que nos emocionara, nos conmoviera más allá de sus museos, de sus ruinas, de sus iglesias y palacios y, aunque resulte insólito lo único que encontramos fue una película norteamericana “Los puentes de Madison”, en un canal italiano, de televisión, amores y dramas personales tan alejados de los gigantescos teatros de operaciones políticas y militares.
Lo más dramático, es que con diferentes nombres y enfoques, la decadencia está en el aire y en los sentimientos de la gente, en diversos artículos de intelectuales que no se callan, aunque el poder sea cada vez más sordo.