En estos días Montevideo.com realiza una de sus ya tradicionales Encuestas-panel, todavía está en funcionamiento pero sus resultados, con más de 15 mil opiniones ya son una tendencia que no cambiarán:
El resultado es concluyente, más de 4 de cada 10 montevideanos consideran que la ciudad está sucia y le dan una preminencia muy clara entre las preocupaciones que debería tener la Intendencia. ¿Es que los habitantes de la capital somos muy limpios, al borde de la manía?
En absoluto, el tema de la falta de una limpieza adecuada se arrastra desde hace muchos años y a pesar de que hubo decenas de promesas e iniciativas varias, la limpieza de la ciudad sigue sin satisfacer a sus habitantes.
La suciedad, aspecto clave de la desprolijidad de una ciudad es mucho más que un aspecto estético que afea nuestra capital, que molesta en verano más que en invierno por sus olores, en la salubridad y el cuidado del medio ambiente, que impacta en todo el panorama urbano pero en especial en las zonas más humildes.
Montevideo fue hace mucho tiempo, y luego por poco tiempo, una ciudad limpia, prolija, ordenada y muy elegante, en sus principales avenidas, en sus parques, sus calles, sus veredas, sus paseos y en la imagen de los montevideanos. Hoy eso cambió radicalmente y desde hace bastante tiempo. Demasiado y a pesar de inversiones multimillonarias.
No se trata solo de los contenedores desbordados en algunos días, en las papeleras de los más distintos formatos desbordadas, en la cantidad de bolsas y papeles que revolotean por las calles, sino de algo que tiene un significado mucho más profundo. Es la sensación de que hemos perdido el respeto por la ciudad y por lo tanto - en ese aspecto - por nosotros mismos. Hasta nos hemos acostumbrado a la mugre.
Si uno visita la gran mayoría de las ciudades y pueblos del interior del país, no encontrará esa imagen de suciedad y desorden. No es un problema de los uruguayos, es de los actuales montevideanos.
Las veredas hechas una colección interminable de baldosas y pisos desparejos y de todos los colores o directamente con vistosos vacíos, agujeros, tanto en barrios modestos, medios o de clase alta terminan siempre en el debate sobre quien es el responsable. En definitiva es el que regula y debe hacer cumplir a como dé lugar las normas. Las autoridades.
Los muros, miles y miles de muros de todo tipo, de casas, de ruinas, de comercios, de empresas, de portones, de monumentos, de kioskos, de todo lo que esté al alcance de ensuciadores casi profesionales, que garabatean pavadas, sin ningún significado. No son grafittis, son mugre, los grafittis son otra cosa y los sabemos distinguir perfectamente y debería haber muros especialmente destinados a esos artistas urbanos. El problema es la mugre vertical, que se suma a la horizontal que tenemos de sobra.
Una ciudad sucia transmite, grita, ensordece con un mensaje de mediocridad, de falta de interés de sus habitantes y sobre todo de sus gobernantes no por la belleza, sino por la más elemental forma de convivencia, la limpieza.
Pero no todo es parejo, así que es claro que no es una maldición del destino. Las playas de Montevideo, buena parte de la rambla y sus canteros son limpios y prolijos y son varios kilómetros de calle, veredas y muros. ¿Será la proximidad del río-mar que las limpia?
No, existen mecanismos, personal, empresas, rutinas, equipos que las limpian y que demuestran que se puede perfectamente hacerlo en toda la ciudad.
Ni siquiera se trata de recordar a los turistas del exterior o del interior que visitan el principal centro de nuestro país, que es Montevideo, se trata de nosotros mismos, tenemos el derecho-obligación de tener una ciudad limpia y ordenada para vivir cómodamente en ella. Para alegrarnos la vida, para no vivir renegando.
Un país de primera, tiene una capital de primera, limpia, iluminada, ordenada en su tránsito, hermoseada en sus parques, jardines, balcones, avenidas. Y estamos muy lejos de alcanzar niveles adecuados.
La basura no es solo mugre, es dejadez, es resignación, es abandono, es desamor por las cosas comunes y colectivas, es un grito contra nosotros mismos y es la negación de una ciudad que debería ser vanguardia en el cuidado del medio ambiente.
La mugre no es un detalle, es una montaña de detalles donde unos se suman a otros y embrutecen la ciudad. Y es además una pendiente, cuando se comienza a rodar, nunca se termina bien. Agobia el alma.