Israel vive desde hace meses una situación extremadamente dramática, de crecientes divisiones internas y protestas multitudinarias, a raíz del plan de “reforma judicial” presentado por el gobierno de Biniamin Netanyahu, que sus opositores consideran peligroso para la democracia.
Y este lunes 24 de julio quedará grabado en la historia de Israel como un punto de inflexión, al haberse aprobado en la Kneset, Parlamento, una enmienda a una ley fundamental (señálese que en Israel no hay Constitución) que quita a la Suprema Corte de Justicia la posibilidad de frenar decisiones del gobierno por considerarlas “extremadamente irrazonables”.
La calle estalló.
Quisiera aclarar: la votación de este lunes es sin duda preocupante, porque limita el control judicial y más que nada porque es, al parecer, una primera parte de un programa más amplio que nadie aquí puede asegurar que no piensan imponer. Pero no es el fin de la democracia ni del control judicial, ya que la Suprema Corte sigue teniendo otros recursos que utilizar. Hay un daño, sí, es un hecho, pero Israel no ha dejado de ser una democracia.
Aunque, en estas líneas, quiero destacar otro tema, mucho más alentador: la sociedad israelí ha mostrado en los últimos meses un grado de madurez cívica sin igual. No sólo sin precedentes en el propio Israel, sino sin parangón en ninguna democracia del mundo libre.
En una rueda de prensa virtual con Gail Talshir, experta israelí en Ciencias Políticas, especializada en el tema de “Democracias en crisis”, esta catedrática contó a los participantes que había estado recientemente con colegas de Hungría y Polonia, países en los que el régimen local logró coartar libertades de los tribunales y convertirse en más autoritario. “Me dijeron que no vieron nunca en ningún lado lo que está pasando en Israel, y que si ellos hubieran salido a la calle como nosotros, si no se hubieran despertado tarde, quizás hoy estarían en otro lado”, comentó. También en países democráticos de Europa, así contó, estaba admirados de lo que está ocurriendo en Israel.
Hace ya 30 semanas consecutivas que el pueblo sale a las calles a luchar pacíficamente contra lo que considera peligroso para el país, siempre con la bandera de Israel en la mano. Claro que no todo el pueblo sino aquellos que se oponen a la reforma. Centenares de miles de ciudadanos de todas las edades —que sin duda representan a muchos más que no van a manifestaciones— decidieron que la situación requiere tomar posición y no permanecer cruzado de brazos. No es cómodo, no es fácil —sin duda no lo es en estos días de terrible calor— pero no dan el brazo a torcer.
Los sábados de noche, que suelen ser considerados momentos de ocio, salidas y entretenimiento, son dedicados desde hace 30 semanas a las protestas. Pero no menos importante que el saber plantarse firme para expresar posición, es el hecho que la ciudadanía israelí lo ha estado haciendo en forma pacífica, sin ningún tipo de vandalismo. Claro que hay cada tanto choques con la Policía, pero la protesta no es en absoluto violenta. Este lunes, cuando todo se agudizó mucho más aún después de concretada la votación, hubo muchos más incidentes violentos e intervención violenta de la Policía al dispersar manifestantes que bloqueaban caminos. Pero ese no fue el ritmo de lo sucedido en los últimos siete meses.
Esto nos recuerda una entrevista que nos concedió hace muchos años el escritor cubano radicado en Madrid Carlos Alberto Montaner —lamentablemente fallecido hace poco—, en la que dijo que le despertaba admiración la “revolución” que Israel había experimentado. Comentaba que, de un país creado sobre las bases del socialismo, había ido cambiando paulatinamente a un mayor individualismo, como en otras partes del mundo, pero sin derramamiento de sangre sino pacíficamente.
Lo más interesante es que la protesta multitudinaria no es producto de órdenes impartidas por partidos políticos sino algo que surgió del pueblo. Claro está que los partidos de oposición apoyan la protesta y participan en ella —aunque hay no pocas diferencias de matices— pero es indudable que no la manejan. La iniciativa de la protesta surgió espontáneamente de la sociedad civil.
Sus líderes más conocidos son la profesora Shikma Bressler, del departamento de Física del Instituto Científico Weizmann, y Moshe Radman, emprendedor de alta tecnología, que comenzaron a transmitir su mensaje por las redes sociales. Y, cuando se anunció la primera manifestación, una multitud se hizo presente. Fue como un estallido desde las vísceras de israelíes que sentían que estaban corriendo peligro desde adentro y debían combatirlo.
Claro que rápidamente otras figuras muy conocidas , ex políticos y ex altos jefes de seguridad, se sumaron, y hoy son identificados con la protesta. Algunos en forma muy activa, como los excomandantes en jefe del Ejército Moshe Ayalon y Dan Halutz, que son elementos claves en la transmisión de mensajes. Y los exjefes de gobierno Ehud Barak y Ehud Olmert.
Además de las manifestaciones de los sábados —la central en el cruce Kaplan en Tel Aviv y muchas otras a lo largo y ancho del país— fueron surgiendo múltiples iniciativas de protestas en medio de la semana. Es común ver en cruces carreteros ciudadanos que simplemente se plantan levantando la bandera de Israel. Pasan coches y tocan bocina en señal de apoyo. Absolutamente todas las semanas se van difundiendo por las redes sociales, en mensajes que circulan por WhatsApp, los anuncios con la identidad de quiénes serán las figuras que pronunciarán los discursos en cada manifestación en distintas partes del país.
El sábado último, de tarde, llegó a Jerusalem la marcha de cuatro días, de decenas de miles de israelíes, que había sido organizada por iniciativa de la ya mencionada Shikma Bressler, partiendo de Tel Aviv, y que fue acumulando gente a lo largo del camino. Hicieron algunas paradas en el camino para descansar, recibiendo en cada sitio el imponente abrazo de gran cantidad de ciudadanos que se hacían presentes para ayudar con agua y comida, donaciones de particulares y empresas.
Fuimos a Jerusalem a esperar la llegada de la marcha. Algo más de dos horas antes del momento anunciado ya estábamos en la capital. Afortunados de lograr estacionar en algún lugar no exageradamente alejado, emprendimos camino con la bandera en la mano, hacia el puente Calatrava que está a la entrada de la ciudad, anunciado como punto de encuentro. De cada esquina surgía más gente, avanzábamos y nos convertíamos en grupos de personas, todos con la bandera de Israel en la mano, que compartíamos el trayecto y evidentemente algo más.
Decidimos subir al puente mismo para poder disfrutar de las imágenes desde arriba. En el camino se iba multiplicando la cantidad de gente, familias enteras con hijos en cochecitos y en brazos, o acompañando ya con carteles en la mano.
A una familia con varios niños chicos le preguntamos qué se les explica, qué es lo que van a ver. “Les explicamos la verdad”, contestó la madre. “Que venimos a hacer algo que es importante para cuidar a Israel”. Había jóvenes y adultos, y también gente de tercera edad. Vimos a dos mujeres mayores caminando entre la multitud. La primera que nos llamó la atención fue Natania Ginzburg, que iba con dos bastones. “No me pierdo ni una manifestación”, nos dijo, contando que tiene 84 años. Su compañera de marcha, Ada Friedman, reía: “Yo le gano, tengo 85”. Viven en un hogar de tercera edad en Jerusalem y llegaron juntas a la marcha. “Tenemos hijos y nietos, y queremos poder decirles que luchamos por el país”, dijo Natania.
La gente colmaba la calle. Se vivía un ambiente de fiesta.
Y ahí los vimos llegar. Los vimos venir desde lejos y, cuando se acercaron, mezclándose con el entusiasmo de los que los esperaban a la entrada de la ciudad, el asfalto se convirtió en un manto humano repleto de banderas de Israel.
Israelíes de diferentes sectores de la sociedad, laicos y no pocos religiosos, gente que votó izquierda y centro. pero también gente que votó a la derecha y hoy ve con preocupación lo que se hizo con su voto, todos unidos en defensa de la democracia israelí.
Y este domingo, marcharon médicos y profesores universitarios, marcharon reservistas y militares retirados, todos parte de la ciudadanía israelí que llegó a Jerusalem para hacerse oír.
No todas las medidas de protesta son aceptadas con entusiasmo. La decisión de grandes cantidades de reservistas de anunciar que no seguirán presentándose a sus entrenamientos si Israel deja de ser una democracia como lo fue siempre, es muy polémica, por lo clave del rol jugado por las Fuerzas de Defensa de Israel en la protección del país y su gente. Podemos claramente entender las críticas al respecto. Pero el hecho que precisamente llegue de oficiales en la reserva, entre ellos inclusive de altos rangos, una medida terminante para proteger la democracia, es no menos que un gran motivo de orgullo para la sociedad israelí.