El jueves a la medianoche comenzó una nueva etapa en la historia política de Israel, al asumir el Canciller Yair Lapid como Primer Ministro del gobierno de transición y pasar Naftali Bennett a desempeñarse como Primer Ministro alternativo. Horas antes, se aprobó la disolución de la Kneset (Parlamento). En principio, el arreglo debe durar sólo poco más de cuatro meses, ya que el 1° de noviembre la ciudadanía israelí va a las urnas y del Parlamento (Kneset) que sea electo habrá que formar una nueva coalición.
Pero en la situación actual, es imposible vaticinar que todo funcione tan ordenadamente. En la práctica, en tres de las últimas cuatro elecciones-en algo más de tres años- nadie logró formar coalición con al menos la mayoría de la mitad más uno del Parlamento. Y este es el punto principal a tener en cuenta al analizar qué puede ocurrir ahora.
Consultamos a Alberto Spectorovski, Profesor Emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Tel Aviv, sobre el cuadro actual, y entre en broma y en serio respondió sin titubear: “La película ya tiene nombre. Se llama ´61 o muerte´. Estoy casi convencido que esta vez, el ex Primer Ministro Netanyahu se juega su vida política”. Es que 61 es la mitad más uno de los 120 escaños del Parlamento de Israel. Sin eso, no hay gobierno.
Netanyahu, hoy jefe de la oposición, convencido de que Israel necesita que él vuelva a la jefatura de gobierno, promete ganar el 1° de noviembre, aunque sabe que lo que cuenta no es que él encabece el partido más grande de Israel (el Likud) sino que logre formar una coalición que cuente con por lo menos 61 escaños en la Kneset.
“No creo que en su propio partido, ni tampoco sus socios religiosos, le den a Netayahu otra oportunidad si esta vez tampoco consigue un bloque de 61 que lo apoye”, analiza Spectorovski. “Si lo consigue, su coalición puede ser muy estable y sin duda homogénea. Pero si no, puede ser el fin de su carrera política”.
Claro que hay una opción alternativa: que la coalición la arme el otro lado, el opuesto a Netanyahu, pero ineludiblemente sería nuevamente una coalición heterogénea y por ende muy inestable. Aquí entraría en juego nuevamente la necesidad de pactar con el partido árabe Ra´am, cuyo jefe Mansur Abbas-un odontólogo que entró años atrás a la política- hizo historia al encabezar el primer partido árabe en formar parte de una coalición de gobierno israelí. Diputados árabes hubo siempre, desde las primeras elecciones en 1949, y también ministros árabes, pero como miembros de partidos mayormente judíos. Que un partido árabe, e inclusive islamista, haya entrado a la coalición con una agenda de integración, civil, y no para hablar continuamente del conflicto israelo palestino, fue histórico.
En esa combinación hubo una señal de esperanza, indicando que se puede trabajar juntos. Por otra parte, este fue uno de los puntos más álgidos en la campaña de la oposición encabezada por Netanyahu contra el gobierno de Naftali Bennett al que acusó de “basarse en elementos que apoyan el terrorismo”. Lo increíble es que no sólo que Mansur Abbas fue tajante en su condena al terrorismo sino que antes de sumarse a la coalición de Bennett, había negociado con el propio Netanyahu. “No hay dudas: Netanyahu legitimó a Abbas como socio para el gobierno”, nos dice Spectorovski. Y luego, Bennett recogió los frutos.
Un tercer escenario, del que cabe suponer se hablará más si las próximas elecciones terminan con una distribución de escaños similar a la actual, sería que Netanyahu se retire – o sea sustituido en el liderazgo del Likud-y con ello permita una coalición amplia y estable, en la que su partido sería la base de un bloque al que aceptarían sumarse otros que hoy no lo hacen porque lo rechazan a él.
Pero ya antes de llegar a ese punto, el primer desafío es que el gobierno de transición encabezado por Yair Lapid, logre trabajar. Este ex periodista que soñó durante años, desde el 2012-cuando entró a la política- llegar a la jefatura de gobierno, sabe que los cuatro meses a las elecciones son la verdadera oportunidad para convencer a la ciudadanía de que es digno de su confianza. Tiene que lograr manejar con inteligencia el complejo mosaico político interno, mientras de fondo están las múltiples amenazas de la República islámica de Irán-que no son sólo en el plano nuclear- , la necesidad de combatir el terrorismo y de frenar el esfuerzo de los misiles precisos de Hizbala. Esto, mientras recibe la inminente visita del Presidente de Estados Unidos Joe Biden, maniobrando entre la importancia de la alianza con Washington y las no pocas discrepancias con su administración.
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