Desde hace mucho tiempo se dice que las Fuerzas de Defensa de Israel son el ejército más fuerte de Oriente Medio, el mejor preparado, mejor armado y más poderoso. Si realmente es así, ello es resultado de la necesidad israelí de defenderse, de proteger su tierra y su pueblo, de ataques vecinos, desde su primer día de vida independiente en la era moderna. Israel fue atacado apenas nació, cuando no había “territorios ocupados”, ni asentamientos, ni ministros de ultraderecha en el gobierno.
Mucho cambió en la región. En marzo de 1979 se firmó el primer acuerdo de paz entre Israel y un país árabe, líder de la región, Egipto. Persisten por cierto animosidades y problemas, pero el interés estratégico de ambas partes lo supera todo. Lo mismo con el Reino Hachemita de Jordania que firmó la paz con Israel en octubre de 1994. Mucho más cálidos fueron los acuerdos de establecimiento de relaciones diplomáticas con los países socios en los Acuerdos de Abraham que empezaron en agosto de 2020 con los Emiratos Árabes Unidos. La pieza clave en el mosaico es Arabia Saudita, que estaba avanzando hacia un acuerdo de normalización con Israel: una de las razones, según se ha publicado, de la masacre de Hamas en el sur de Israel que entre otras cosas quiso arruinar todo proceso pacificador en la región.
Y aunque todos estos socios de Israel han sido muy críticos con ciertos aspectos de la guerra israelí contra Hamas en Gaza, cuando de los intentos hegemónicos de Irán en la zona se trata, es indudable de qué lado quieren estar ya que perciben a los Ayatollas como una amenaza directa.
Es que justamente, a pesar de todos los cambios paulatinos pero claros que hubo en la región al concretarse varios acuerdos de paz de países árabes con Israel , por otra parte surgió un régimen absolutamente desestabilizador que usa a sus vecinos para propagar la revolución islámica, dedicando sus recursos al terrorismo y la violencia: Irán. El mismo año que se firmó la paz israelo-egipcia, triunfó la revolución del Ayatollah Khomeini y comenzó su cruento camino hacia el envenenamiento de la zona con su radicalismo.
El régimen iraní está motivado por una profunda convicción ideológica religiosa según la cual Occidente y sus valores, es enemigo del Islam. Israel, único estado judío del mundo, es una pieza central en su obsesión, y en una plaza de Teherán hay un reloj que marca la cuenta regresiva hacia “la destrucción de Israel”.
Cuando Irán lanzó el sábado último por la noche su ataque con más de 330 drones armados, misiles balísticos y misiles Crucero contra territorio israelí, se recalcó, con razón, que se trataba de algo sin precedentes ya que nunca había lanzado una ofensiva sobre Israel desde su propio territorio. Es cierto. Pero aunque ese cambio tiene un significado estratégico muy profundo, no puede olvidarse que en la práctica, a través de sus proxies en la región —especialmente Hezbolá en Líbano, las milicias chiitas en Irak y los hutíes en Yemen—, Irán ha estado atacando a Israel diariamente los últimos ya más de seis meses. Pero ya mucho antes, Hezbolá nació hace décadas como brazo de Irán en Líbano y la organización que agredió repetidamente a Israel, no solo la zona norte, recibe sus armas, financiación y todo el apoyo necesario para sus fines, de Irán.
Cuando Israel responde a todos esos ataques, se está defendiendo, tratando de frustrar agresiones y de destruir las infraestructuras desde las que sus enemigos pueden atacar.
Por eso tampoco es correcto ver el ataque de Irán días atrás como una legítima respuesta a la destrucción de su “consulado” en Damasco, que atribuyó a Israel. El tema no es que Israel no haya reivindicado el ataque de hace dos semanas ya que también en Israel se da por hecho que fue un operativo suyo. Pero contrariamente a lo que dice Teherán, el edificio destruido no era su consulado sino la comandancia de la fuerza Al Quds, el brazo exterior de las Guardias Revolucionarias de Irán, en Siria. Y de los siete altos oficiales iraníes eliminados en ese ataque, el principal, Hassan Mahdavi, era el jefe de la coordinación de Al Quds en Siria y Líbano, cuya misión constante es organizar actividades violentas contra Israel.
El Derecho Internacional es claro al respecto: todo espacio civil que es usado para acciones armadas pierde su protección legal y se convierte en blanco militar legítimo. Indudablemente, una comandancia de la fuerza Al Quds entra en esa categoría.
La discusión acerca de si era sabio lanzar ese ataque a una estructura contigua a la embajada iraní en Damasco y si Israel no debería haber anticipado la reacción iraní, es aparte. Y oportuna indudablemente. Pero está claro que ese ataque en el que fueron eliminados altos oficiales de las Guardias Revolucionarias abocados día y noche a preparar terrorismo contra Israel, entra en la calidad de legítima autodefensa de Israel. Combatir el terrorismo no es solamente reaccionar cuando uno es atacado sino tratar de quitarle al enemigo los medios para que pueda seguir atacando.
Esa es la desigualdad central en la guerra entre la República Islámica de Irán y el Estado de Israel, que no comenzó el sábado de noche y tampoco hace dos semanas con el operativo al parecer israelí en Damasco sino cuando los Ayatollas proclamaron que su objetivo es borrar a Israel del mapa: mientras uno agrede y quiere destruir, el otro se defiende. Usando la fuerza, claro que sí. No hay alternativa.