“Intentaron enterrarme vivo y aquí estoy” sentenció Lula en el acto de festejo de la avenida Paulista ante cientos de miles de brasileños festejando los más de 60 millones de votos que obtuvieron este domingo. En una elección histórica para Brasil, donde por primera vez un mandatario es electo por tercera vez, y donde por primera vez, desde que existe la figura de la reelección, un presidente la pierde, y sobre todo porque representó el triunfo de la democracia sobre los autoritarismos.
Brasil es uno de los países más grandes del mundo, el segundo más poblado de América y el mayor de toda América Latina. También tiene la mayor economía de toda América Latina, pero también uno de los más desiguales del mundo: 6 brasileños concentran la misma riqueza que el 50% más pobre de todo el país. Es uno de los mayores productores de alimentos del mundo, pero también desde hace algunos pocos años el hambre es una realidad cotidiana en Brasil: 33 millones de personas no tienen que comer todos los días. Más de 10 millones de brasileños no tienen trabajo, y la pobreza y extrema pobreza es brutal. Esa es parte de la triste realidad que tuvieron que enfrentar brasileños y brasileñas.
Que “la vida da revancha”, es lo que se viene a la mente cuando uno, además, analiza la victoria del próximo presidente del pueblo brasileño a través de la peripecia que significó su propia vida. Un tornero mecánico, nacido en el nordeste de Brasil, líder sindical, que trabajó como lustrador de botas en Sao Paulo, que tuvo la desfortuna de perder a su primera esposa estando embarazada de siete meses. Que encontró en el trabajo sindical una vocación política. Que construyó un partido, el Partido de los Trabajadores, que es el más grande de América Latina.
Que enfrentó elecciones y las perdió cuatro veces, pero siguió construyendo su partido político hasta ganar las elecciones dos veces seguidas y consagrarse como presidente, uno de los presidentes más populares del mundo. Pero que luego de eso tuvo que enfrentar el cáncer, la persecución política y la cárcel durante casi 600 días, preso injustificadamente por actos que nunca cometió. Gracias a la solidaridad de su pueblo terminó siendo liberado, y el tiempo hizo que las 13 causas que tenía se fueran cayendo como un castillo de naipes por falta de imparcialidad de quienes lo juzgaban, o de quien lo juzgaba, el mismo que terminó siendo ministro del presidente que logró serlo porque Lula estaba en una cárcel sin poder postularse.
Así y todo, Lula pudo construir un arco político de más de 10 partidos, enfrentar al Presidente en elecciones y ganarlas. Y este fue el triunfo de la esperanza sobre el miedo y sobre el odio. Para la región, para nuestros países al sur de este continente, es bueno que Brasil pueda volver a encontrar el camino de crecimiento, de igualdad, de desarrollo, porque Brasil es la locomotora de la región y puede ejercer un liderazgo importante en los organismos regionales.
Intentaron enterrarlo pero allí está, devolviéndole la alegría al pueblo brasileño de quienes se la arrebataron.