Los comisarios del pensamiento único están cada día más envalentonados y beligerantes. A veces son los escuderos de los legisladores y candidatos; otras, los propios jerarcas. En todos los casos se pretende acallar las voces disidentes de raíz, censurando ya no sólo el pensamiento sino lo más sagrado y fundacional del ser humano: la palabra.
"En el principio era el Verbo; y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios", dice el apóstol Juan en el comienzo de su evangelio. El Verbo es el "logos" griego, que significa "palabra", pero que también expresa lo que Heráclito llamaba "la razón universal", la fuerza creadora y unificadora del cosmos.
En términos concretos, dominar el "logos" es dominar al ser humano en su esencia, el sueño de toda ideología o axiología autoritaria.
En España, los progres intentan aprobar una ley que criminaliza la apología del franquismo, en atención a sus connotaciones dictatoriales y represivas. ¿Puede alegarse razones humanitarias o de profilaxis democrática? Difícilmente.
Así las cosas, gritar "Viva Franco" será delito, pero no gritar "Viva la Pasionaria" o "Arriba el Partido Comunista", como si las víctimas de la masacre de Paracuellos, entre las que había decenas de civiles, religiosas y niños, no fueran dignas de memoria, ni de repulsa sus verdugos.
En Uruguay los progres no han llegado tan lejos, pero van en camino.
Las consideraciones del designado subsecretario de Defensa, Rivera Elgue, sobre la represión de la última dictadura motivó todo tipo de reacciones negativas, empezando por el futuro presidente de la República.
Para muchos de nosotros, sus puntos de vista expresan desprecio por el sufrimiento de las víctimas y una mirada banal sobre la ilegitimidad y perversión intrínsecas de la represión dictatorial.
Pero los comisarios del pensamiento único no se limitaron a poner el grito en el cielo, sino que llegaron a sugerir que era indigno de ocupar un cargo en la nueva administración de gobierno.
Otro tanto ocurrió con los dichos de Roque Moreira, candidato a intendente de Artigas por Cabildo Abierto, quien eludió el término "dictadura", a la que prefirió llamar "gobierno de facto" por ser una expresión más técnica. Una frivolidad que denota por lo menos condescendencia ante las arbitrariedades y crímenes de los militares y civiles facciosos.
Nótese que la indignación progre no se disparó ante crímenes del presente; no podría, ni siquiera enancada en su proverbial cinismo, luego de haber pataleado porque no se invitó al traspaso de mando a un trío de dictadores de su gusto, acusados de asesinar y torturar a miles de opositores, ante cuyos crímenes guardan un pulcro silencio.
El berrinche tampoco tiene como chispa los crímenes del pasado, sino la recreación verbal de dos dirigentes políticos, que no se ajusta a los estrictos parámetros y vocabulario que pretenden imponer como ley los comisarios políticos.
La distancia que hay entre rechazar los dichos y castigar a los dicentes es abismal.
En el primer caso se habilita el debate de ideas entre personas, iguales en dignidad, pero con diferentes puntos de vista sobre temas controversiales; en el segundo se coloca a su responsable fuera de los límites de lo aceptable, de lo razonable (del "logos"), lo que legitima la censura, implícita en la sanción promovida tras la expresión de una idea.
Es la distancia que separa irreconciliablemente a quienes creemos en la libertad (en particular, en la libertad de expresión del pensamiento) desde diversas posturas ideológicas y políticas, de los promotores del pensamiento único y el vocabulario preceptivo, antesala de mayores crímenes contra la dignidad humana.