Por Esteban Valenti | @ValentiEsteban
Este martes de mañana me emocioné como hace mucho tiempo que no lo hacía, por mi condición de uruguayo adoptivo y adoptado y por mi querida educación pública, la que formó generaciones de ciudadanos y sobre todo de seres humanos, sensibles y cultos. Ese día seguí en directo la entrega del premio Cervantes a nuestra compatriota Ida Vitale.
La poeta uruguaya, Ida Vitale, recibió este martes en el Paraninfo de la Universidad Alcalá de Henares el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2018. Es la quinta mujer que recibe esta distinción y el segundo uruguayo; el primero fue Juan Carlos Onetti.
La pantalla tenía un magnetismo especial, con la imagen de esa figura femenina delicada que paseó su sensibilidad por su infancia, sus parientes italianos y una mirada, no solo sobre el Quijote y su inseparable compañero, Sancho Panza, sino sobre la literatura universal y su valor en nuestras vidas.
Ida ha desarrollado muchos oficios y pasiones - poeta, crítica literaria, periodista, traductora, ensayista - pero yo quiero concentrarme en tres rasgos fundamentales: su condición de mujer, de uruguaya y todo sintetizado en su poesía.
En su poema "Fortuna" trata precisamente la existencia de la mujer en la historia, pero resalta fundamentalmente su condición humana.
Por años, disfrutar del error
y de su enmienda,
haber podido hablar, caminar libre,
no existir mutilada,
no entrar o sí en iglesias,
leer, oír la música querida,
ser en la noche un ser como en el día.
No ser casada en un negocio,
medida en cabras,
sufrir gobierno de parientes
o legal lapidación.
No desfilar ya nunca
y no admitir palabras
que pongan en la sangre
limaduras de hierro.
Descubrir por ti misma
otro ser no previsto
en el puente de la mirada.
Ser humano y mujer, ni más ni menos.
Para Ida el amor es una linterna que ilumina y nos hace testigos de vuestras propias vidas y nuestro "Misterio".
Alguien abre una puerta
y recibe el amor
en carne viva.
Alguien dormido a ciegas,
a sordas, a sabiendas,
encuentra entre su sueño,
centelleante,
un signo rastreado en vano
en la vigilia.
Entre desconocidas calles iba,
bajo cielos de luz inesperada.
Miró, vio el mar
y tuvo a quién mostrarlo.
Esperábamos algo:
y bajó la alegría,
como una escala prevenida.
Es una poeta que vivió su patria intensamente y obligada, estuvo exiliada en México, luego regresó a su país y se fue por tres décadas a la universidad de Austin, pero ese peregrinaje le da también su auténtica dimensión oriental. Actualmente y hace dos años reside en Uruguay. Sus "Exilios" son también su poesía.
...tras tanto acá y allá yendo y viniendo.
(Francisco de Aldana)
Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier fisura.
No hay brújula ni voces.
Cruzan desiertos que el bravo sol
o que la helada queman
y campos infinitos sin el límite
que los vuelve reales,
que los haría de solidez y pasto.
La mirada se acuesta como un perro,
sin siquiera el recurso de mover una cola.
La mirada se acuesta o retrocede,
se pulveriza por el aire
si nadie la devuelve.
No regresa a la sangre ni alcanza
a quien debiera.
Se disuelve, tan solo.
Y nos invita a conocer "El mundo".
Sólo acepto este mundo iluminado
cierto, inconstante, mío.
Sólo exalto su eterno laberinto
y su segura luz, aunque se esconda.
Despierta o entre sueños,
su grave tierra piso
y es su paciencia en mí
la que florece.
Tiene un círculo sordo,
limbo acaso,
donde a ciegas aguardo
la lluvia, el fuego
desencadenados.
A veces su luz cambia,
es el infierno; a veces, rara vez,
el paraíso.
Alguien podrá quizás
entreabrir puertas,
ver más allá
promesas, sucesiones.
Yo sólo en él habito,
de él espero,
y hay suficiente asombro.
En él estoy,
me quede,
renaciera.
No se comprende a Ida sin su relación con la naturaleza, con las pequeñas cosas, DE PLANTAS Y ANIMALES, su último libro, y sin el espacio limitado e infinito de una hoja de papel y un lápiz, las inexorables herramientas de su voz, en "HOJAS NATURALES".
... o el arraigo, escribir en un espacio idéntico
siempre, casa o desvío.
(José M. Algaba)
Arrastro por los cambios un lápiz,
una hoja, tan sólo de papel, que quisiera
como de árbol, vivaz y renaciente,
que destilase savia y no inútil tristeza
y no fragilidad, disoluciones;
una hoja que fuese alucinada, autónoma,
capaz de iluminarme, llevándome
al pasado por una ruta honesta: abiertas
las paredes cegadas y limpia
la historia verdadera de las pintarrajeadas
artimañas que triunfan.
Hoja y lápiz, para un oído limpio,
curioso y desconfiado.