En 2020, la aversión étnica de Azerbaiyán contra el pueblo armenio volvió a desatarse. El 28 de setiembre, luego de tres lustros de tenso e inestable cese al fuego, los azeríes volvieron a bombardear la frontera de la República de Artsaj. Esta vez, sin intenciones de detenerse.
Fue más de un mes de hostilidades. Hasta que el 9 de noviembre se firmó un nuevo alto al fuego que, en función del exagerado desequilibrio del poder bélico a favor de Azerbaiyán (con una importante contribución de Turquía), determinó, una vez más, que una parte del territorio de la nación Armenia sería arrebatado, incluida la histórica ciudad armenia de Shushí, donde hoy, la escuela vacía, testimonia la extrañeza ante sus ocupantes.
Pero no fue suficiente.
El pasado 12 de diciembre de 2022, el corredor de Lachín, que conecta el territorio que resiste la invasión azerí con la República de Armenia y que, hasta entonces, garantizaba el abastecimiento de los insumos más elementales para la población de Artsaj (incluida su capital, Stepanakert), fue bloqueado por un grupo de operaciones especiales de Azerbaiyán disfrazado de civiles ambientalistas. Muy poco tiempo después, se estableció directamente un puesto de control militar prohibiéndose la entrada de ayuda humanitaria.
Desde entonces la crisis ha dejado de ser bélica o política, para transformarse en una crisis humanitaria. Y el ejército invasor está dando muestras de que tiene mucho poderío militar, pero carece absolutamente de miramientos y de escrúpulos.
Han pasado más de 250 días y hoy hay cerca de 120.000 armenios, ciudadanos de Artsaj, que luego de haber pasado todo el invierno sin gas, están sin insumos sanitarios. El agua ha comenzado a escasear. Y la hambruna ya se está cobrando vidas.
Son unos pocos. Solo 120.000 personas. Y, además, más allá del mar Negro, Ucrania está resistiendo. Entonces, “¿quién se va a acordar hoy de los armenios?”, como decía Adolfo Hitler en 1939, al avanzar sobre Polonia, en una expresión tan repugnante que tenemos el deber de desmentir con nuestra memoria. Día tras día.
En el año 2015, en oportunidad de conmemorarse el centenario del genocidio contra el pueblo armenio, expresábamos en nuestra disertación en la Cámara de Diputados: “Ya es tiempo de tomar la delantera en otros asuntos, para que no le puedan arrancar un ala a esta paloma herida ya hace un siglo”.
A los uruguayos nos llena de orgullo haber sido el primer país del mundo en haber reconocido el genocidio armenio de 1915. En haber reconocido el primer genocidio del siglo XX.
Pues bien, tenemos que estar alerta. Porque hoy en Artsaj, en medio de las montañas, Ilham Aliyev y el ejército de Azerbaiyan, favorecidos por sus reservas energéticas en un escenario internacional de crisis fruto de la guerra, están pretendiendo perpetrar el primer genocidio del siglo XXI.
Y si pudiendo hacer algo para evitarlo —al menos condenar enérgicamente este intento perverso y etnocida— no lo hacemos, ya no importará si somos los primeros. O los últimos en reconocerlo.
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