El anuncio de Mario Bergara realizado el pasado martes de que abandona la precandidatura a la presidencia de la República y pasa a apoyar a Yamandú Orsi representa un cambio importante no solo desde el punto de vista electoral, sino con un fuerte impacto político, programático e ideológico. Un cambio que considero muy positivo.
No se trata solamente de atender a la polarización innegable en las elecciones internas, que no es de ninguna manera mecánico: sumar porcentajes es equivocado, no existen “ejércitos” disciplinados de votantes. Lo que se abre es una disputa por el electorado que apoyaba a Bergara y todo sigue dependiendo de la inteligencia, del discurso, de las acciones políticas de ambos contendientes, Cosse y Orsi, que además se necesitan mutuamente para competir y ganar en octubre, y eventualmente en noviembre.
¿El gesto de Bergara es forzado? De ninguna manera. Hay múltiples razones que justifican esa resolución de apoyar a Orsi. Hay notorias coincidencias programáticas, sobre política económico-social, sobre el legado de Astori, en la posición sobre el plebiscito por las jubilaciones y pensiones —que es un tema clave no solo para la campaña electoral, sino para un eventual futuro gobierno del FA—, y sobre temas internacionales —aun con matices o diferencias sobre el gobierno de Venezuela—. Si en estos como en otros temas entre ambos sectores formados por múltiples partidos y fuerzas hubiera las diferencias que existen con el bloque de Cosse, Partido Comunista y Socialista, una alianza sería imposible. Las diferencias dentro de la unidad del Frente Amplio son claras y evidentes.
Por lo tanto, la coincidencia en la candidatura de Orsi tiene una base sólida y explicable y sería absolutamente imposible con otra.
Hay un aspecto que no debe descartarse. La lectura de las encuestas serias (no todas son creíbles) muestra que la posibilidad de que el FA gane las elecciones en octubre-noviembre es claramente más alta con Orsi como candidato. No hay que ser un especialista; la movida de Bergara también considera sin duda esta situación.
Obviamente los periodistas de inmediato se precipitaron a buscar otro nivel de acuerdos, sobre todo los cargos en un futuro gobierno. Las respuestas han sido muy claras: no hubo conversaciones sobre esos temas entre Orsi y Bergara y ese es un factor muy positivo. El carguismo se metió muy adentro en el cuerpo y en el alma de la izquierda y el progresismo uruguayo en 15 años de gobierno nacional y 34 años de gobierno departamental en Montevideo y 20 en Canelones.
No seamos santurrones, todos sabemos que los cargos tienen su importancia; el problema es cuando se anteponen a todo hasta modificar la identidad misma de la izquierda. Lentamente, el carguismo va ocupando posiciones determinantes y perversas: es hermano dilecto de la burocracia, no en sus aspectos funcionales, sino ideológicos y políticos, y puede derretir los objetivos centrales de la izquierda.
Hay otros factores positivos. El espacio astorista tiene importancia por la cantidad de sus cuadros, por su aporte en la relación con las capas medias, con los intelectuales, con sectores culturales amplios, y ahora tiene la posibilidad de crecer sin tener que sostener la pesada carga de la polarización. Y eso le hace muy bien al Frente Amplio, tanto en las elecciones de octubre, como en un gobierno de izquierda y progresista.
Si alguien en cualquier sector del FA considera que esto ha resuelto la disputa, está muy equivocado. No lo ha hecho para las internas y menos para las elecciones nacionales.
Si el FA no logra un gran crecimiento, de al menos 50% del número de votos en las elecciones del 30 de junio (obtuvo 269.000 votos en el 2019), se compromete todo el trayecto electoral.
Más en general, si este cambio no aviva los mejores sentimientos del FA, su espíritu unitario —no solo como alianza, sino un incesante proceso de convergencia—, y forja una identidad común de toda la izquierda —sin desconocer las diferencias existentes, pero dándole la jerarquía que deben tener y no la disputa en todos los terrenos por el control del gobierno o de los gobiernos departamentales—, el gobierno por el que se compite es un torpedo bajo la línea de flotación de la izquierda.
No alcanza con ganar nuevamente los gobiernos departamentales, sobre todo de Montevideo y Canelones: se necesita un salto de calidad en la gestión y en la participación decisiva en la construcción de un Proyecto Nacional realmente descentralizado.
El torrente de escándalos de este gobierno, de todos los tamaños y de características no imaginables anteriormente, ya ha tenido su impacto. No son la garantía de un triunfo del FA. Acarrean el peligro de que una parte de la población se acostumbre a la ciénaga del amiguismo, de la corrupción, de los negociados; hace falta un Frente Amplio con una campaña de propuestas claras, con prioridades muy bien definidas, bien elaboradas, no en lo propagandístico, sino en sus contenidos, en su seriedad, en su estudio.
En eso debería concentrarse. Todos son importantes, pero las mayorías hay que conquistarlas.
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