Sobre el fracaso se ha escrito mucho menos que sobre éxito. Según el Global Entrepreneurship Monitor (GEM) el miedo al fracaso es el principal escollo para iniciar un negocio. Es innegable, todos tememos fracasar: perder dinero, tiempo e ilusiones y quedar estigmatizados. Por esa razón, ¿fracasar tiene algún lado positivo? Creo que sí, a pesar de lo doloroso que es. La clave está en el modo en que lo afrontamos.
Edison decía, “No fracasé, encontré diez mil formas que no funcionan”. Y esa es la perspectiva de una mente optimista. Nos enfocamos en aspectos equivocados –me pongo primero en la fila– al considerar al fracaso como una fatalidad.
Somos narcisistas, creemos que corremos con el caballo del comisario. Siendo este un rasgo cultual muy criticable. En general, tenemos una visión sesgada sobre la realidad, que carece de juicio crítico y de información. Vemos parcialmente la película (se nos escapan los competidores, circunstancias y contexto, etc.)
Así pues, la pregunta incómoda sería: ¿qué hiciste luego de fracasar? Muéstrame como te comportas en las malas y te diré quién eres. Les comparto una experiencia personal que viví hace apenas unas semanas. Participé con un proyecto en el concurso Naves. Ya adivinarán cuál fue el resultado. Mi reacción fue como haber recibido un baldazo de agua fría: “¡¿Qué? En serio, ¡estamos todos locos!”. Por supuesto, estaba confiado en que sería el ganador. Transcurridas unas horas, se fue enfriando la maquina de a poco –todavía cargado de bronca, indignación y tristeza–. Me dije, “Y… ¿por qué no?”.
Pensé que, quizá, el jurado buscaba otro tipo de proyectos de corte tecnológico, sustentable. O bien, mis colegas plantearon proyectos que según su juicio eran mucho más interesantes, innovadores o más fáciles de escalar. El punto es que no negué la realidad y la acepté tal cual es. “Lo di todo”, concluí. Me quedé con el aprendizaje, lo bueno, y me hice responsable de mi fracaso sin echarle la culpa a nadie, sin la autocompasión, sin desesperanza. Rápidamente, di vuelta página.
Finalizada mi catarsis, aprendamos mejor de las grandes mentes brillantes como JK Rowling, quien fue rechazada cientos de veces por las editoriales. Walt Disney fue despedido del periódico “Kansas City Star” por falta de imaginación. Messi, cuando se fue a probar a River, no pudo quedarse porque Newell’s no le quiso dar el pase. Van Gogh pintó más de 900 cuadros y solo vendió uno en vida. El mismo Steve Jobs cometió la torpeza de contratar a John Sculley como CEO, quien, años más tarde, lo “echó” de su propia compañía.
Nunca es con fines comparativos, sino inspiracionales. Ser conscientes de que, si estos genios fracasaron, por qué nosotros, personas corrientes, no vamos a fracasar. Segundo, ellos tienen un común denominador: no claudicaron, no se rindieron y siguieron luchando por su sueño.
Una vez leí en uno de los magníficos libros de John Maxwell –no recuerdo en cuál exactamente–, un proverbio texano que enseñaba: “Lo importante no es cuánta leche derrames, sino no perder la vaca". Es muy cierto, ponemos la atención en lo negativo (la leche derramada), un episodio transitorio. Y dejamos de lado que tenemos nuestro talento y habilidad para hacerlo diferente la próxima vez (aún no se perdió la vaca).
No se trata de tener una confianza ciega como la de Chris Martín que grabó un video premonitorio anunciando que, en cuatro años, Coldplay sería una banda famosa mundialmente. ¡Y vaya que lo lograron! Pero sí que confíes en tu propósito y en tus valores. La lucha es cruel y es mucha, como se dice, y desnuda quiénes somos, de qué estamos hechos y, fundamentalmente, determina cuál es el precio que tenemos que pagar para alcanzar aquello que tanto deseamos en la vida. Después de todo, Churchill diría que el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.