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Escribe Esteban Valenti

Opinión | Estados de ánimo

El Uruguay de hoy es un país donde la dosis de tristeza, de inseguridad, de desánimo, ha crecido notoriamente.

26.07.2023 14:40

Lectura: 6'

2023-07-26T14:40:00-03:00
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Las encuestas, los paneles y otras formas de análisis de la opinión pública miden en distintos momentos las definiciones o indefiniciones de los ciudadanos sobre los más variados temas. Y a pesar de que los resultados en España muestran una vez más que los errores pueden ser abrumadores, estas empresas seguirán siendo protagonistas de la política y de la vida nacional.

Pero hay un aspecto que en la inmensa mayoría de los casos no se tiene en cuenta: el estado de ánimo de la gente, los ciudadanos y también los que no lo son, y sí son simplemente habitantes de estas tierras. Y es un factor muy importante.

Se hacen sondeos sobre el optimismo de los empresarios, sobre la disposición a comprar bienes duraderos por las familias, a viajar y otras variantes diversas, pero nadie hace la pregunta ¿usted cómo se siente en relación a un año atrás? Muy contento; contento; igual; triste; muy triste. Podría haber variables: preocupado o muy preocupado.

Un país para funcionar quema diversos combustibles, pero lo que consume sin falta es su propio estado de ánimo, que tiene una relación bastante indirecta con la política y se compone de diversos elementos. No hay país que progrese, que avance, si no tiene una cierta dosis de optimismo, de confianza, de empuje emocional. Obviamente que también juegan las causas personales, que pueden ser las más diversas.

El Uruguay de hoy es un país donde la dosis de tristeza, de inseguridad, de desánimo, ha crecido notoriamente. ¿Es una afirmación fuerte? Sí, pero las experiencias personales de las más diversas y las circunstancias que hemos vivido han dejado su huella y sigue golpeando.

No hay duda que la pandemia dejó surcos importantes, que incluso la salida no lograron borrar, no solo por los muertos y los que quedaron afectados, sino por el sentido de fragilidad general que instalaron en el mundo y en el Uruguay. Somos y nos sentimos mucho más vulnerables que antes.

Ahora tenemos la sequía, que comenzó a golpear el campo, y aunque algunos nos quieren hacer creer que la mayoría de los uruguayos estamos de espalda a él, no es cierto. Somos lo suficiente inteligentes y sensibles como para saber la importancia que tiene su producción, pero también para la vida de cientos de miles de compatriotas. Le ha dado al cambio climático una dimensión muy concreta y actual.

Como si fuera poco, por primera vez en la historia desde que hay agua corriente en el Uruguay, el 60% de la población, nada menos que Montevideo y Canelones, afrontamos una crisis en el abastecimiento de agua corriente grave, muy grave. Aunque abríamos la canilla y salía y sale agua, era intomable y se podía utilizar solo para algunas cosas. Y estuvimos a pocos centímetros del colapso.

A todo se acostumbra el ser humano, hasta a la guerra y la peste, pero…la sequía nos golpeó duro, porque aumentó la sensación de inseguridad, de estar mucho más indefensos de lo que suponíamos y estábamos dispuestos a creer.

Todos esperábamos, independiente de a qué partido votamos, que la seguridad iba a mejorar, porque la situación era grave y afectaba nuestras vidas; teníamos la sensación de estar en una lista de espera. A pesar del malabarismo del ministro, de autoridades policiales y algunos dirigentes políticos, la sensación sigue siendo mala, muy mala, y con un agravante: aumentaron los peores delitos, los asesinatos más brutales. Y seguimos preocupados y sin carteras a la vista.

Que más de un tercio de los hogares uruguayos estén en el clearing de informes como malos pagadores y que casi 700 mil de ellos figuren como incobrables, no puede ser tomado con ligereza. Además de la inseguridad que genera, de las preocupaciones, también impacta en el estado de ánimo sobre el futuro de nuestra gente, los uruguayos.

No vamos a hablar de economía, macro economía, de indicadores de diferente tipo. Simplemente que estamos en el cuarto año de esta administración y la mayoría de los uruguayos ganan menos que hace cinco años, como trabajadores o jubilados. Y no hay necesidad de justificar que esto tiene un impacto directo sobre las economías familiares, de micro y pequeñas empresas y en el estado de ánimo. Todos esperan recuperar el nivel salarial y de jubilaciones perdidas.

Una parte muy importante de la población sabe que tendrá que trabajar más años para obtener una jubilación reducida, que es el resumen grueso de la reforma de las jubilaciones y pensiones. Indiscutible, aplastante, pero además los bancarios y los profesionales navegan en medio de la tormenta de sus respectivas cajas. Y eso es intranquilidad e inseguridad.

En extensas zonas del país, pero en realidad en todo el territorio nacional, la diferencia cambiaria que se ha acumulado es tan enorme y crece, que miles de empresas de diverso tipo y de empleados están muy asustados por las consecuencias. Y el valor del dólar no es una maldición meteorológica o sanitaria, es una política.

No hablemos de los escándalos de diverso tipo, esos los colocamos –desgraciadamente– en situaciones a las que nos hemos acostumbrando. Las hemos “normalizado”, aunque sean escandalosas. No es un buen indicador, es una forma de degradación grave no solo de la política, sino de la moral.

Ni tampoco de la frustración por una reforma de la educación necesaria, pero que no despega en absoluto, y de una salud pública y privada que ha empeorado en sus servicios.

Este es un breve resumen, pero lo cierto es que la mayoría de los uruguayos estamos tristes, preocupados, inseguros, más que antes. Eso es malo para nuestro presente, pero mucho más para nuestro futuro. Estamos perdiendo fuerza, empuje, ganas, y los que tienen responsabilidad de gobernaros, hoy y mañana, así sean diferentes partidos, van a tener que tomar muy en cuenta estas circunstancias, con mucha fuerza e inteligencia.

Necesitamos un fuerte impulso, no en base a promesas y publicidad, sino a credibilidad, a seriedad, a compromisos, a imaginación. Hay una batalla imprescindible contra la tristeza y la resignación que ganar.


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