El pasado 16 de junio mi viejo hubiese cumplido 74 años, pero a mediados de abril, su corazón no soportó más tantos achaques y se detuvo.
En ese eterno dolor y en homenaje a su ejemplar vida, rescato algunos rasgos de ella que considero importante hacer conocer, porque marcan parte de lo que somos.
Con dificultad finalizó la escuela y cursó un par de años en secundaria, porque desde los nueve años tuvo que salir a enfrentar la vida con dignidad, vendiendo diarios para colaborar con el sustento familiar.
La lectura lo fue atrapando, abriéndole la comprensión del mundo y sus horizontes. Seguramente allí, en sus manos, leyendo las noticias del mundo, se dejó atrapar por personalidades como John Fitzgerald Kennedy y se juró ponerle “Fitzgerald” a su hijo el día que lo tuviera. Y lo hizo. En sus manos niñas, heladas por el frío, al abrigo del papel de diario, se hizo aficionado a los crucigramas. Los hacía de principio a fin, lo que le generó una cultura general muy interesante, aspecto que consolidó su espíritu inquieto y luchador.
Siempre me inculcó el estudio, me decía que era la forma de evitar las penurias que él tuvo que sufrir.
En el país de “Mijo el dotor”, quiso que yo fuera abogado. Si bien el derecho es una disciplina que me gusta, elegí seguir el camino de la ciencia política. Y en el esfuerzo me siguió alentando. Cada vez que llegaba a mi casa con una meta estudiantil alcanzada, me decía “está bien… ese es tu deber”.
Tenía una inteligencia práctica que le permitía ser el constructor de nuestra casa, electricista, carpintero, y solucionador de las contingencias que se presentaran.
Lo que no sabía lo imitaba, lo creaba, buscaba la forma de conseguirlo. Y le encontraba la vuelta. Era ingenioso. Excelente cocinero. Todo el tiempo explorando nuevas recetas y sabores.
De niño fui su peón de mano en múltiples actividades, pero finalizada la jornada, me alentaba a que prosiguiera mis estudios. Eso me ha marcado a fuego. Seguí estudiando posgrados luego de recibirme, sigo estudiando y aprendiendo día a día, y en honor a la vida y a los viejos, lo seguiré haciendo hasta el último día. Siempre me pareció de un valor inconmensurable el aforismo de Sor Juana Inés de la Cruz “No estudio por saber más, sino por ignorar menos”.
Hoy es fundamental la actualización permanente, así que le debo al viejo esa obsesión por el estudio que me permite ver como natural estos tiempos que corren. Estuvimos muchos años sin energía eléctrica, por ende sin televisión. Parte de nuestro entretenimiento era repasar geografía, capitales del interior y de otros países, continentes, ubicación de los océanos y de los ríos más importantes; de actualidad, los presidentes del momento, etcétera.
Otro rasgo fundamental fue la puesta de límites con rigurosidad, que por supuesto y como todo joven rechacé en parte, y cuando la vida fue pasando, tanto agradecí. Fue un gran conductor que enmarcó por dónde había que caminar en la vida. Valores esenciales para ser un buen vecino, un buen ciudadano y un buen amigo.
Esos límites también me pusieron a resguardo de tentaciones que tiene la adolescencia —de todos los tiempos y lugares— que si se descontrolan, lo llevan a uno por un rumbo no deseado. Peligros que se acentúan en zonas de vulnerabilidad, como la que me crie.
Como olvidar cuando a los 14 años le dije que quería probar un cigarro. Pensé que me iba a reprender…, pues no, me miró, sacó la cajilla que llevaba en el bolsillo de la camisa y me dijo “tomá, probálo, y si querés fumar me pedís a mí, no andes agarrando nada que te ofrezcan por ahí”. Lo probé y al instante se lo devolví, le dije “esto es un asco, no voy a fumar”. Él lo hacía y mucho, y ese maldito cigarro le terminó pasando facturas.
Junto con mi madre me hacían marca cuerpo a cuerpo con los deberes de la escuela, el inglés y la “computación” particular. Hasta no terminar lo necesario, nada de calle ni amigos. Primero las obligaciones y luego la diversión.
Esos valores son los que van formando a los niños para la vida. Aprendí que la educación y el esfuerzo en superarse, promueven la movilidad social ascendente.
Todas estas enseñanzas me impulsaron a trabajar primero socialmente y luego políticamente.
Que ningún niño, tenga que trabajar para llevar un peso a su casa, como lo hizo mi padre, y posiblemente otros padres, que se postergaron ellos para ver triunfar a sus hijos.
Que los niños de hoy puedan aprovechar las oportunidades del estudio para progresar en la vida. Esto más que un deseo, debe ser una obligación permanente de quienes ejercemos responsabilidades. Para afirmar los valores del trabajo y del estudio. Para que cada cual forme su proyecto de vida y sea feliz.
Estas palabras, que conforman la columna más difícil que he escrito, son una especie de homenaje a ese amor indeleble que nos acompañará siempre.
Puedo escribir un libro con anécdotas, circunstancias alegres y de las otras, aprendizajes y valores. Por ahora dejo por acá, el nudo en la garganta no me permite seguir.
Llega un momento que la vida se encamina a su fin y en ese tiempo se evalúa la huella dejada.
¡Ojalá mis hijos adquieran esos valores, ojalá los preservemos en nuestro país, seguirá siendo nuestro deber asegurarlos!
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