Contenido creado por Paula Barquet
Luis Calabria

Escribe Luis Calabria

Opinión | El trabajo como ética: pobrismo o autonomía

El FA fomentó una “cultura del pobrismo” como ideología de afirmación social, desplazando mérito y esfuerzo por una lógica de dependencia.

24.04.2024 10:47

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2024-04-24T10:47:00-03:00
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Max Weber es reconocido, entre otras obras, por su influyente teoría sobre la interrelación entre el trabajo y el surgimiento del capitalismo moderno. En La ética protestante y el espíritu del capitalismo sostiene que la ética del trabajo protestante, especialmente la ética calvinista, desempeñó un papel crucial en el desarrollo del capitalismo. Según él, valores como el trabajo arduo, la acumulación de riqueza y la reinversión de los beneficios fueron fundamentales para el impulso capitalista. Dentro de esa discutida teoría, Weber consideraba que el trabajo iba más allá de ser simplemente una actividad económica; para él tenía un valor ético y cultural, lo destacaba como una vocación y un deber moral. En esta perspectiva, el trabajo, la dedicación y la disciplina no solo se ven como medios para obtener ingresos, sino también como una manera de cumplir un propósito (en ese análisis, de orden “divino”) en la vida. En el mismo sentido se pronunciaba Heidegger.

Esa visión impregnó la cultura occidental. El trabajo adquirió un componente fundante, realizador del individuo (y de su entorno). Suponía una rebelión contra el inconformismo y la expresión aspiracional de mejora mediante el esfuerzo. A la vez, la consciencia del esfuerzo propio como lazo y eslabón necesario en esa cadena de mejora individual y colectiva. Había una carga de transferencia generacional donde el esfuerzo y la educación eran componentes deseables y deseados para alcanzar el progreso personal y familiar.

Así se construyó nuestra sociedad, reforzada al influjo de las tradiciones de los inmigrantes que llegaban al país.

Con la crisis de principios del 2000 la sociedad uruguaya vivió un terremoto social, y con la llegada del Frente Amplio se reenfocaron las políticas sociales, que, seguramente bien intencionadas a la hora de asistir, fueron mal ejecutadas y sobre todo, al estar filosóficamente orientadas meramente al asistencialismo, perdieron de vista la cultura del trabajo y fomentaron una lógica de dependencia y no de autonomía y emancipación.

De hecho, lo que se fomentó fue una “cultura del pobrismo”, como verdadera ideología de afirmación social, que desplazaba los principios de mérito y esfuerzo por una mentalidad que sublimaba la pobreza como realidad no solo “soportable” sino “confortable”. Se creó una estética en torno a la idea de la pobreza como una forma de rebeldía silenciosa contra las normas y códigos considerados “conservadores”.

Al haberse acumulado tres períodos de esa política social, el redireccionamiento que ha tenido la política social del actual gobierno adquiere un carácter revolucionario. El choque de enfoques entre esos dos modelos de concebir la visión social y por tanto los derechos de los individuos, no tiene la estridencia —por lo silencioso del cambio, pero sí por la magnitud simbólica, de un choque de trenes.

Es que esta administración emprendió un cambio en el diseño de las políticas sociales (comprensivas de las políticas educativas, sanitarias, descentralizadoras y obviamente las propiamente “sociales”) restableciendo la cultura del trabajo y apuntalando y fomentando la autonomía y emancipación de los individuos. Respetando la dignidad del ser humano y su potencial.

Como ejemplo del nuevo enfoque aplicado, se puede destacar el programa Accesos, el cual consiste en el desarrollo de prácticas socioeducativas laborales ofrecidas en convenio con Instituciones Públicas e Intendencias y capacitaciones que contribuyen al fortalecimiento de habilidades para el empleo. Al culminar la práctica socioeducativa laboral los participantes son incluidos en una bolsa de empleo durante un año, con la posibilidad de vincularse laboralmente a una empresa aspirante al sello “Madrina”, en función de su desempeño en la Institución Pública. El objetivo general es generar oportunidades y promover la inserción en el mercado laboral formal de personas entre 18 y 64 años, en situación de vulnerabilidad socioeconómica, que hayan transitado o estén transitando procesos de acompañamiento social y/o seguimiento de trayectorias personales que integren la oferta de programas del Mides, promoviendo la disminución de brechas.

Otra medida que apunta a este mismo sentido fue la eliminación del tope de ingresos para la baja de las asignaciones familiares. El propósito es promover el empleo formal, evitando la pérdida de una prestación económica, como una herramienta más para revertir situaciones de vulnerabilidad socioeconómica. Se comporta como una política “trampolín”, ya que no deben estar a expensas de un monto para recibir o no la prestación.

Más allá de las medidas concretas, la mención a estos programas icónicos, lo relevante es la orientación filosófica que inspira a esta administración. Se ha restituido el valor ético del esfuerzo y las capacidades del individuo, el respeto por el sujeto, por el desarrollo de su carrera emancipatoria y se lo incentiva para vencer el yugo de la dependencia estatal de corte exclusivamente asistencialista. De hecho, es de las transformaciones más significativas que ha emprendido este gobierno; junto a la reforma educativa, y la reforma de la seguridad social, conforman un trípode donde se establece una sociedad con aspiraciones integradoras y superadoras, y allí estará una disputa esencial en la próxima elección: los uruguayos tendremos que elegir entre quienes estimulan el pobrismo o quienes promovemos la autonomía y emancipación del individuo.