El 22 de diciembre pasado, en una actividad de la “Turning Point Action” en Phoenix, Arizona, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que pretende incorporar a la lista de organizaciones terroristas a los cárteles mexicanos. Obviamente eso generó un gran revuelo. La decisión de Trump, en caso de aplicarse, le daría a Estados Unidos posibilidades de distinto tipo frente a los cárteles, desde incursiones militares selectivas hasta congelamiento de fondos tanto a las organizaciones delictivas como a quienes se considere son agentes colaboradores o patrocinadores.
En Francia, también en diciembre, el nuevo ministro de Justicia, antes del Interior, Gérald Darmanin, expresó que promoverá que los “capos del narcotráfico” presos en Francia tengan el mismo régimen penitenciario que los terroristas, en particular con un aislamiento total que les impida continuar con su actividad delictiva entre rejas.
Por su parte, el 11 de julio de 2024 la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó al Tren de Aragua al considerarla una “organización delictiva transnacional”. Con esa designación, todos los bienes que estén en los Estados Unidos, o en posesión o bajo el control de personas de los EE. UU., deben quedar bloqueados y reportarse a la OFAC. Además, también quedan bloqueadas todas las entidades que sean propiedad, directa o indirectamente, del 50% o más de personas o instituciones bloqueadas.
Hasta aquí vimos cómo se plantan algunos países frente al incremento de poder del crimen organizado transnacional. En particular cómo se le pretende dar el mismo estatus normativo que al terrorismo, marcando la trascendencia que la lucha contra el crimen organizado tiene.
Pero hay un peligro adicional. Es que los grupos criminales terminan conectándose y el riesgo se incrementa con la conformación de grupos criminales transnacionales híbridos. Algunos grupos ofrecen sus rutas de tráfico; otros, la logística de distribución y eventual protección.
Podemos hablar así de la más peligrosa conexión, la del narcotráfico, como expresión más poderosa de crimen organizado transnacional, con grupos terroristas.
En el caso de nuestro continente, el peligro actual tiene identidad: el Tren de Aragua.
La ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, ha señalado que el Tren de Aragua tiene las “características del terrorismo”, en tanto “tiene como objetivo generar terror en la población”. Apuntó que “no golpea de cualquier manera (…) golpea con un procedimiento, con una matriz de funcionamiento, con una lógica que siempre hace exactamente lo mismo”.
Sin embargo, ya antes el narcotráfico se había asociado a grupos terroristas. En 2006 el Departamento de Estado de Estados Unidos identificó a integrantes del Primer Comando Capital de Brasil con Hezbollah. En aquel entonces el vínculo que se logró trazar estaba referido al apoyo financiero.
Hoy, el Tren de Aragua, grupo de origen venezolano que se ha expandido por buena parte del continente y que se caracteriza por el polirubro criminal, donde las extorsiones, el narcotráfico y el tráfico de personas y armas tiene un lugar preponderante, y por ser especialmente violento, es señalado por diversos servicios de inteligencia como asociados a células iraníes en la región. El vínculo habría surgido años atrás con el tráfico de oro venezolano hacia Irán.
La presencia iraní en el continente se ha incrementado en los últimos años, no solo con las alianzas con el régimen venezolano sino además con un reciente acuerdo de colaboración en materia de Defensa con Bolivia.
Con esas plataformas, diversas agencias de seguridad del continente han detectado la presencia de la “Unidad 840”, grupo de elite de la fuerza Quds, una sección clandestina del Cuerpo de la Guardia Revolucionaría Islámica de Irán.
La posibilidad de sociedad híbrida entre el Tren de Aragua y grupos terroristas estaría elevando el nivel de riesgo y peligro para la región y debe tener esfuerzos preventivos y represivos a escala regional.
La cooperación internacional entre las diversas agencias de seguridad del continente -y con las agencias centrales- constituye un paso fundamental e imprescindible para evitar el crecimiento de estos grupos y procurar su desmantelamiento.
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