El Partido Nacional ha sido históricamente un partido de liderazgos fuertes; un partido de caudillos. Jorge Larrañaga lo fue. Esa sola condición bastaría para recordarlo. Fue el caudillo que llevó al Partido Nacional al resurgimiento como opción de gobierno en 2004, llevándolo al 35% de las preferencias electorales. Pero sería tremendamente injusto —e impreciso— limitar su figura a esa posición de integrante del especial linaje de memorables líderes. Sucede que Jorge Larrañaga tenía una visión integral del país, una lectura completa de las realidades nacionales. Tenía un proyecto de país con plena vigencia. Más aún, el protagonismo de las ideas de Jorge Larrañaga le hace bien al Uruguay.
A lo largo de su extensa trayectoria tuvo derrotas electorales, pero nunca una derrota ideológica ni mucho menos, moral. Siempre leal, siempre fiel a sus convicciones.
La columna vertebral de su proyecto se articula en la noción de igualdad de oportunidades. Desde allí arribaba a una concepción de justicia que impregnó todo su accionar. La esencia de la descentralización radicó allí: en la convicción de que el lugar de origen no debería condicionar el destino. Del mismo modo concebía a la educación como la mayor herramienta redistributiva de oportunidades. Tan importante fue su brega por la educación que promovió un gran acuerdo educativo, que fue firmado por todos los partidos políticos allá por 2012. A ese acuerdo lo precedió un incansable trajín por todos los barrios de Montevideo y capitales del interior con la consigna “por la educación daremos la batalla”. También, en 2013, fue a Finlandia para ver de primera mano la experiencia de uno de los líderes mundiales en materia educativa. Lamentablemente aquel acuerdo de 2012 no fue cumplido; pero él hizo su parte.
Durante toda su trayectoria en el servicio público, abogó por la construcción de una nación más cohesionada, fomentando la formación en valores y resistiendo al relativismo moral. Promovió la cultura del trabajo y el esfuerzo; defendió la clase media como factor integrador en la sociedad uruguaya. Su idea de amparo social tenía una dimensión que amalgamaba solidaridad con promoción de la autonomía del individuo.
Promovía el desarrollo nacional articulado con el regional y local, llegando a considerar la viabilidad de transitar hacia la federalización de cometidos estatales. Siempre se opuso al “centralismo” y al “urbanismo ideológico”, concibiendo al país como una entidad integral. Su anhelo era proporcionar al interior oportunidades similares a las de la capital.
También consideró la seguridad desde una perspectiva integral, reconociendo que aquellos con menos recursos son más vulnerables a la inseguridad.
Su labor frente al Ministerio del Interior quedará marcada a fuego en el corazón de los policías uruguayos.
Era consciente del papel activo que el Estado debe tener para compensar las desigualdades y promover la libertad y la equidad. Reconoció la importancia de la apertura del país al mundo y comprendió la relevancia del campo en la identidad y economía nacionales, abogando por humanizar las relaciones económicas para lograr un desarrollo más inclusivo.
Representó al “centro político” y fue siempre un articulador. Contendor fuerte, polémico y polemista, pero siempre dialogante. Todos en el sistema político lo podrán reconocer.
Su compromiso con el diálogo lo convirtieron en un puente entre diferentes posturas ideológicas, buscando siempre el bienestar colectivo por encima de intereses partidistas. Su capacidad para encontrar puntos de convergencia y forjar consensos lo posicionó no solo como protagonista ineludible de la historia nacional, sino que, además, como un agente de estabilidad valorado y reconocido por todos.
Su indiscutido liderazgo del wilsonismo durante veinte años y la interacción con la otra gran columna del partido logró realizar una síntesis armoniosa, siendo cultor de la unidad; todos sabían que pasara lo que pasara, Larrañaga iba a estar al servicio del partido.
Tuvo una concepción ética del deber. El deber como imperativo, que lo llevaba a asumir las responsabilidades a plenitud. Como expresó cuando aceptó la candidatura a la vicepresidencia en 2009: “La libertad no consiste en hacer lo que uno quiere, sino que la libertad consiste en lo que uno debe. Porque tenemos arraigado el concepto del deber, que marca que uno debe hacer lo que se debe hacer —con la simpleza de lo categórico y lo incondicional—… lo demás ya no le pertenece, lo demás queda de lado…”.
Todos esos pilares conforman una visión con identidad propia, con personería para colocarse como corriente conceptual dentro del Partido Nacional: el larrañaguismo.
Combatiente y resiliente, su compromiso lo llevó siempre a no medir esfuerzos en la entrega, no un día ni dos, todos sus días fueron para el servicio público. Como supiera decir, no hay triunfos sin sacrificios y hay sacrificios que ya son triunfos, y vaya si él se sacrificó para servir a sus compatriotas. Vaya si ha sido un triunfador de la vida. Jorge Larrañaga dejó el camino trazado.