El significado del pecado como lo concebimos nosotros es un término proveniente de las concepciones monoteístas. Tanto en la tradición judeocristiana como en los deberes del Corán, tanto Dios padre, Jesús, Alá o Mahoma intentaron dejar normas, enseñanzas, o amenazas a los simples mortales que, de no cumplirlas, serían castigadas por ese único creador del universo.
En las civilizaciones de múltiple adoración, cada dios o diosa enseñaba a través de su propia historia legendaria. Neptuno o Poseidón, el dios del mar; Afrodita, la diosa de la belleza; Anubis, el dios de la muerte; Pachamama, la diosa de la naturaleza; Odín, el dios que mandaba a las Valquirias a recoger los guerreros caídos en batalla para llevarlos al Vahlalha hasta Tutatis, el dios venerado por Asterix y Obelix.
Todos y cada uno de ellos bendecían y amenazaban a sus gobernados de diferentes maneras, pero sin un listado de los diez mandamientos de Moisés que me enseñaron durante mis estudios escolares.
La tragedia griega, sin embargo, define ciertos comportamientos como pecaminosos, los condena, los describe y los castiga.
El hibris es uno de ellos. Se define como la desmesura, los comportamientos humanos de orgullo y autoconfianza exagerada de aquellos que ostentan posiciones de poder. En castellano claro: era el pecado de la arrogancia de los gobernantes y de los poderosos que tenían la osadía de desafiar a los dioses. Como resultado los dioses los mataban, cada mortal pasadito de vivo se encontraba con su némesis, es decir, con su destrucción divina.
La psiquiatría moderna denomina el Síndrome de Hibris como un trastorno emocional de algunos que ejercen el poder en forma desmesurada. Es el exceso de confianza, la seguridad en sí mismo que tiende a transformarse en arrogancia y prepotencia. Es una conducta típicamente narcisista que imagina que todo lo que piensa es lo correcto, al punto de creerse dueño de la verdad absoluta y que todos aquellos que los critican son sus enemigos.
De acuerdo a la literatura en la materia, George Bush, Margaret Thatcher, Stalin, Hitler o Sadam Husseim son algunos de los líderes que padecieron este trastorno. Un estudiante de primer año de psicología puede predecir que la diplomacia del Twitter del actual presidente estadounidense o la definición de "gripezinha" del mandatario brasilero al coronavirus también encuadran en algo desmesurado. Y si traemos al presente aquella frase de Tabaré Vázquez de que Mujica a veces dice estupideces, su curiosa opinión sobre las feministas o su definición de carne con ojos de los soldados entenderemos que la leyenda tupamara no lo hace de boca floja, sino porque está sufriendo esta patología.
Pero en el año 2020 en la apacible tierra oriental estamos asistiendo a otro tipo de contagio más curioso que es la colectivización del Síndrome de Hibris por quienes perdieron la última elección y se oponen al gobierno de Luis Lacalle Pou.
A los 10 días de haber llegado la paralizante pandemia, organizaron un caceroleo pidiendo la cuarentena obligatoria. Mientras colapsaban las líneas del BPS por las solicitudes de seguro de paro, defendieron la presupuestación de 800 compatriotas en ANTEL con salarios de más de 90 mil pesos. Hoy continúan justificando la nominación de un jerarca filmado junto a quién, entre gallos y medias noches, destruyó documentos comprometedores en la Unidad que regula las comunicaciones y, por si fuera poco, enarbola las opiniones del RRPP (sic) Fernando Cristino, lo justifica, amplifica la bajeza de una grabación privada y dinamita los puentes llevando esta canallada a la Justicia.
Los ejemplos abundan, y abonan esta tesis de desmesura militante que los transforma en una oposición de cabotaje. Los que prometieron bajar las rapiñas un treinta por ciento para ganar la elección insinúan la renuncia de un ministro a cuatro meses de asumir, se burlan de un comentario de café vencido, pero no piden disculpas por las sillas de ruedas oxidándose en el sótano del Mides, gritan por los derechos laborales pero chiflan bajito cuando la vela al socialismo se apagó haciendo trabajar a obreros en seguro de paro, patinándose decenas de millones de dólares de las arcas públicas y ahora entra en concordato.
Este desatino constante contrasta con la gestualidad del Gobierno. Ver la ponderación, el ejercicio de la austeridad, la obligatoria entrega, de quienes en cuestión de horas asumieron la problemática más difícil de la historia moderna del Uruguay es abrumadora, y es más abrumadora en la comparancia, como diría el paisano, y aún más cuando los responsables de muchos de estos desastres literalmente desaparecieron de la faz del planeta.
Quien no desapareció fue su ultimo candidato a la Presidencia, aquel de gesto tarzanesco del día de la elección, el que debatía en español neutro, el que maltrata ofuscado al periodista de turno, el de la danza de teletubbies con su compañera de fórmula, el gurí despertado a punta de fusil, el que pasó de ser abuelo a constructor de respiradores invisibles, quien se describió a sí mismo como un hombre al que se le acalambraron los brazos de tanto servir platos de comida en las ollas populares y quien en esta semana confesó que sufre de amnesia por el stress de la campaña que perdió.
El Prometeo de la actualidad se llama Daniel Martínez, quien en cada aparición pública comunica de todo un poco menos sensatez y equilibrio.
Todos sabemos que es el favorito al sillón municipal; Montevideo es una fortaleza donde la izquierda no tiene autocrítica. Es imposible pedir objetividad a quienes viviendo en la basura los siguen votando, pero hoy, que la realidad nos muestra claramente las dos formas de gobernar, podemos con legitima autoridad pedir la confianza para que nuestro estilo tan largamente alabado a nivel internacional llegue por fin al Palacio de Ladrillo y así poder transformar también la capital del país.