A diario vemos, en el país y fuera de él, como hay quienes construyen el relato público buscando la cómoda rentabilidad que ofrece la polarización y la confrontación.
El próximo tiempo electoral en nuestro país podrá estimular esos furores, pero habrá que ofrecer resistencia a esos embates.
Un mejor futuro para Uruguay pasa por consolidar el centro político, porque allí se reúnen atributos de fondo y de forma que hacen propicio el desarrollo.
Las democracias que avanzan tienen discusiones ya zanjadas: son liberales en lo deliberativo, capitalistas en lo productivo y son preponderantemente igualitaristas en lo distributivo. Son de centro.
En el caso uruguayo el Frente Amplio tiene problemas en sintonizar esas tres características mencionadas porque tiene pulsiones corporativas, le sigue “prendiendo velitas” al socialismo y tiene enfoques meramente asistencialistas a la hora de la discusión redistributiva.
El centro político, por su parte, es capaz de sintetizar y hacer un ensamble virtuoso entre libertad e igualdad, darle un sentido liberal igualitario y solidario a los procesos de desarrollo, y en cuanto a la forma estimula valores republicanos que han dado identidad a la sociedad uruguaya históricamente como la moderación, el diálogo, el consenso, el equilibrio y la construcción compartida del proyecto nacional. Por tanto, ofrece una plataforma amigable para el desarrollo porque, en definitiva, permite que florezca el sentido común y el pragmatismo.
Lo que no debe pasar es, como dijo alguien, que la ideología le gane a la inteligencia. Eso no puede pasar y es muchas veces lo que termina ocurriendo. La ideología se impone incluso al sentido común en el afán confirmatorio de sus tesis estructurales. Ese riesgo se incrementa cuando los partidos se dejan copar por las visiones más “duras” de su estructura interna.
El centro político tiene una identidad y personería propia en la vida nacional. Una identidad afirmativa, asertiva, y bien ha sido representado por figuras como Wilson Ferreira Aldunate y Jorge Larrañaga, entre otros referentes nacionales.
Ambos fueron exponentes de la valentía del diálogo buscando el progreso nacional.
Hoy, por tanto, el partido se juega en el centro. Se juega en el centro porque sus coordenadas —como expresamos— son las deseables para el progreso armonioso; y lo es, además, porque vemos como hay partidos que se han dejado ganar por las esquinas más radicales.
El Frente Amplio, de un tiempo a esta parte, ha quedado preso de sus expresiones más polarizadas. Se ha vaciado de centro. Se quedó sin puentes con el centro político. Y se quedó sin líderes garantes. Todos los días vemos ejemplos de cómo los sectores más radicales se apoderan de la retórica y de las acciones del FA, y arrinconan a los moderados.
Lamentablemente estamos ante la peor expresión del Frente, que es cada vez menos amplio. Ya no hay líderes que moderen a los radicales. Antes sabíamos que había liderazgos que podían equilibrar la interna y que más allá de tener ideas diferentes a las nuestras querían lo mejor para el país. Ya no está Vázquez para frenar a Mujica, ni Astori tiene peso para moderar la interna.
Vemos entonces cómo el Pit-Cnt se los lleva puestos una y otra vez. El ejemplo más claro es con el plebiscito de la Seguridad Social que apunta a expropiar los ahorros de los uruguayos.
Sin puentes hacia el centro y sin garantes de moderación este Frente Amplio es el menos plural y cualitativamente menos representativo de su historia.
Ante esto se redobla la necesidad de generar espacios donde el centro político pueda reunirse y pueda desenvolver sus atributos virtuosos, haciendo que el sistema gane en pluralidad, moderación y sentido común.
No es inexorable, hay que construirlo, pero sin duda el mejor futuro es de centro.
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