En mis vacaciones veraniegas en la costa argentina disfruté de varios libros. Soy un afortunado, lo sé. Especialmente, me gustó un cuento de Fontanarrosa¹ que me hizo pensar: ¿Cómo se convierte un crack en ídolo?
Antes del mundial, nadie discutía en Argentina y menos aún, en el resto del mundo, que Messi es un crack. Aunque, las opiniones sobre Messi en la selección estaban divididas. Hay quiénes lo tildaban de “pecho frío”. Y otros, en los que me incluyo, que nos apasiona el fútbol, disfrutábamos la fiesta que despliega el diez en cada encuentro.
Messi tuvo una carrera excepcional en el Barça. Batió todos los récords habidos y por haber, pero en la selección era cuestionado. Una vez Eduardo Galeano explicó su teoría cuasi científica y dijo: “Creo que Messi es como un caso único en la historia de la humanidad porque es alguien capaz de tener una pelota adentro del pie”. Señalando así, la principal diferencia con Maradona, el cual se decía que la llevaba atada. Y es, justamente, inevitable la comparación con Diego. El dorsal de su camiseta, los dotes futbolísticos singulares, gambetas que desparraman a los rivales por el piso, y goles deliciosos que uno nunca se cansa de ver, son algunas de las tantas similitudes.
Por desgracia, Messi tuvo que vivir bajo la sombra de Maradona durante cuatro mundiales previo a Catar 2022. Soportar cuestionamientos y críticas despiadadas: “¿Por qué no rinde en la selección?”; “Será que no siente la camiseta como propia, el chico se fue a los 14 años a Barcelona”; “Messi es un perro” … Si hasta varios periodistas renombrados pidieron que renuncie a la selección. Sin embargo, un tropezón no es caída, o cuatro no lo son. Su espíritu competitivo lo hizo volver a intentar. Creo que alguien en su sano juicio no habría seguido después de perder cuatro finales. Pero él no es alguien normal por más que lo parezca. Es un fenómeno con unos genes competitivos nunca vistos. Siempre desafiando los límites impensados, haciendo posible lo imposible.
Es que rendirse nunca fue una opción para él. Y la mística se fue construyendo en los últimos tres años. Quiénes le reclamaban más fervor en su juego y liderazgo en el equipo, fueron saciando su sed. Tras acumular seguidillas de victorias en las eliminatorias y con la consagración de la Copa América, Messi fue cada vez más Messi. Mostró su pasta de líder, su templanza, entusiasmo y comunicación positiva dentro y fuera de la cancha. Los resultados mandan, tranquilizan y dan confianza. La cosa mejoró para el crack que todavía no se había convertido en ídolo.
Llegó el mundial en un mes atípico como noviembre. Otra vez, surgió un gran signo de pregunta: “¿Dará el 100 por la camiseta?”; “¿Veremos a un astro al estilo maradoniano conduciendo al equipo?”. Las dudas y las sombras se acrecentaron luego del debut y la caída frente a Arabia Saudita que no estaba en los planes de nadie –un verdadero baldazo de agua fría–. La declaración del mesías post partido fue contundente: “Que la gente confíe porque este grupo no lo va a dejar tirados”. Eso renovó la fe de los creyentes intermitentes.
El fútbol siempre da revancha. Y contra México, Messi marcó el primer gol y fue la figura de la cancha. Luego, partido a partido el equipo fue tomando forma y ganando confianza con las victorias. Ya conocemos todos el final de la película. Les dejo el link, para quiénes deseen profundizar sobre las claves del campeón.
Entonces, se preguntarán: ¿Levantar el trofeo lo convirtió en ídolo? ¡Tanto rollo para eso! Claro que no. Si bien, sin la coronación mundialista no habría podido consagrarse, no fue únicamente por ello.
El paso de crack a ídolo, no se logra sólo con trofeos. Ni con fantásticos goles anotados con esa zurda mágica. Ese pasaporte se obtiene cuándo se conquista el corazón del hincha. Y Messi se puso el traje de ídolo en los cuartos de final. Durante y después de ganarle a los Países Bajos.
Fue un encuentro caliente, que comenzó con una previa picante del DT neerlandés Van Gaal, quién disparó duro contra el 10. El partido era un claro triunfo para la Argentina hasta que se produce el descuento a los 80 y tantos. Y ya en los diez minutos cumplidos que adicionó el árbitro, Wout Weghorst anota el empate. El ardor del juego traspasaba la pantalla. Créanme, que quemaba. Y se hacía notar en el campo, en los gestos ampulosos, manotazos, pierna fuerte y las lenguas filosas entre ambos bandos. El alargue fue eterno y en los penales respiramos gracias al héroe del Dibu Martinez.
Un partido para el infarto. Una vez finalizado el match, en la sala mixta, un periodista argentino entrevista a Messi, quién mientras su interlocutor le pregunta, mantiene la mirada fija hacia un costado. Al cabo de unos segundos, enfáticamente estalla en bronca: “Qué mirá bobo, qué mirá bobo, andá, andá pa’ allá bobo”. Nos dejó atónitos esa reacción de calentura inédita en Messi. El destinatario era Weghrost, autor de los dos goles.
Esa reacción lo cambió todo. No sólo fue una muestra de carácter y personalidad del líder. Sino que fue digno de un pibe de barrio –vulgar para algunos–. Lo cierto es que cualquiera de nosotros en un picadito de fútbol podríamos haber tenido un entredicho similar. La diferencia, he aquí la gran diferencia, esas palabras salieron de la boca del jugador más perfecto, futbolísticamente hablando. Un tipo correcto, con una conducta intachable, tanto dentro como fuera del campo de juego. Incluso, hace unos días Messi dijo que lamentó haber dejado esa imagen.
Y aquí retomo a Fontarrosa y su cuento memorable. “...Una locura. Ahí empezó a ser ídolo. Ahí empezó. Porque no se puede ser ídolo si sos demasiado perfecto ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos?”. En este delicioso pasaje, quiero detenerme en el acto visceral que lo lleva al “duque” Pedro a convertirse en ídolo: “Pegarle un roscazo a un defensor en la propia cancha de Velez”. No importa aquí la historia en sí, ni las similitudes. Sino más bien, lo que me motivó a la presente reflexión. Es lo humano, ese instinto animal que todos llevamos dentro y con el que nos identificamos. Por eso, empaticemos con “Leo”. Si ya no con Messi, sino simplemente con Leo. El exabrupto es parte de nuestra naturaleza, hay que aceptarlo como tal. Además, la picardía criolla –bien entendida– es una satisfacción psicológica para el alma rioplatense. Será criticable, sí lo es. Pero ya nadie podrá borrar el “qué miras, bobo” de la memoria colectiva de los argentinos. Como así tampoco, ya nadie se atreverá jamás a cuestionar el amor de Leo por la camiseta albiceleste.
#ViaMessi levantar la copa del mundo y convertirse en el nuevo ídolo popular de la Argentina.
1. Roberto Fontanarrosa (2022) Puro fútbol. Planeta. Buenos Aires.