El diccionario de la Real Academia Española define a la posverdad como la “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.*”

Cuando los datos y números objetivos y comprobables dan relativamente bien y reflejan una mejora en varios terrenos, los cultores de la posverdad no encuentran otra salida que decidir distorsionar de forma deliberada la realidad -porque la verdad no es funcional a sus fines, sobre todo electorales- y entonces manipulan creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

Si la información fiable y disponible en materia de seguridad pública arroja que desde marzo de 2020 a la fecha el número de delitos -de todos los delitos- ha disminuido, es decir, si los números dan demasiado bien, hay que crear la sensación de desastre. La posverdad no es más que el desprecio por la verdad, que privilegia el relato por encima de los hechos contantes y sonantes.

Esta semana fue convocado el Ministro del Interior Luis Alberto Heber a la Cámara de Senadores para que informara acerca de la situación del país en materia de convivencia y seguridad pública, en particular en relación con los homicidios. En la previa, todos los habitantes sufrimos los efectos desestabilizadores de una campaña desarrollada que creaba temor y la sensación de estar viviendo una escalada de violencia, hasta peor que la vivida por el pueblo uruguayo antes de octubre y noviembre de 2020, cuando decidió cambiar de gobierno con la esperanza de mejorar el rumbo -entre otros, pero principalmente- de la seguridad pública. La manipulación no fue de datos, la manipulación operó sobre imponderables: las creencias y emociones, como definió el Diccionario de la Real Academia Española al conceptualizar a la posverdad.

Así, muchos habitantes asistieron -ya remota, ya presencialmente- con una predisposición a la instancia de la convocatoria del Ministerio del Interior al Senado, con la sensación -previamente sembrada o influida- de que quizás esta administración podría estar errando el rumbo. La sentencia era fulminante: a dos años y pocos meses de gobierno el discurso alarmista ya estaba anticipando el fracaso del modelo -no sólo de la gestión- instalando la idea de cataclismo cósmico.

Como bien inició afirmando el Ministro Heber en su introducción, la población asistía a una guerra de relatos. El cataclismo, el fracaso, la expansión de la violencia, de un lado, frente a una mejora en términos de seguridad pública del otro. Cuando hay versiones de una misma realidad que resultan contradictorias, no vale -como pretendió algún senador de la oposición- apelar al concepto relativista de que puede haber más de una verdad, porque si algo tienen los números de los delitos es que son testarudos, no mienten y no admiten dos bibliotecas. Hay una verdad, dada por los números irrefutables.

Si los homicidios desde 2019 a la fecha se redujeron un 23,7%, a ese dato no hay con que darle. Es cierto que los homicidios que hoy se cometen y de los que se dió cuenta son todos lamentables y que no vale pretender justificarlos -aunque si explicarlos- por la lucha frontal contra el narcotráfico, que provoca reacciones violentas ante el combate que ha emprendido el gobierno contra las bandas y clanes. Frente al descenso del 20% en el número de hurtos, comparando 2019 con 2021, no vale el cuestionamiento. Los números son recabados y proporcionados por los mismos equipos técnicos de la administración anterior y no se ha cambiado la metodología. Lo mismo puede decirse de las rapiñas, que arrojaron un descenso de casi 19%; y del abigeato que fue abatido en un 36,4% en el mismo período. Lamentablemente, la cifra de violencia doméstica arroja sólo un 1,3% menos de casos.

Son datos puros y duros de mejora tangible en la seguridad y que están a la vista de todos. Sin ser suficientes, y restando mucho por hacer aún, estos datos echan por tierra aquella sensación de alarma creada -sembrada-, pues es sólo eso: una sensación, una manipulación de creencias y emociones. Es que si los números no convienen a los fines, parecería que fuera legítimo apelar a otro órden: al de las emociones, no al de los hechos, o en otros términos, a la subjetividad sin sustento, despreciando lo objetivo de la verdad. Es el desprecio por la verdad, pues no sirve, no conviene. Hay que crear una sensación de desastre.

No es el de la seguridad pública el único ejemplo. Desde la declaración de emergencia sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19 se tentó una estrategia similar: no hay vacunas; el gobierno no compra vacunas de calidad; no hay camas en los Centros de Terapia Intensiva (CTI), por lo cual los médicos se ven enfrentados a decidir a quién salvar y a quien descartar; hay muertes evitables; hay que decretar cuarentena obligatoria y el Estado tiene que servir una renta básica universal. En algunos casos, la estrategia fue además de temeraria, impúdica, y reveló estar guionada y ensayada, para surtir más efecto en la manipulación de creencias y emociones. Con lo triste que fue -y sigue siendo- la pandemia, lo cierto y palpable es que Uruguay ha sido elogiado internacionalmente por su gestión de la misma, y lo contundente es que los números de todos los órdenes han sido más leves que en otros países.

Lo que tienen los relatos y la posverdad es que son como gigantes con pies de barro: por no estar parados sobre la realidad y la verdad, sucumben ni bien son confrontados con esta. Y así pasó que quienes clamaban por cuarentena obligatoria, luego no votaron la limitación de la libertad de reunión que la propia Constitución preveía para casos de emergencia sanitaria. Y así pasó que quienes exigían una renta básica universal -para lo cual era imprescindible crear o aumentar impuestos o seguir endeudándose como si no hubiera que devolver jamás- no votaron el impuesto Covid-19 II, el único impuesto transitorio que se creó sobre los salarios más altos de funcionarios públicos, como legisladores, ministros y Presidente de la República, entre otros. Es decir, algunos legisladores no votaron el impuesto a sí mismos como legisladores; votaron no a contribuir con el Fondo Covid**.

Hay otros datos reales que exhiben logros y buenos resultados. Hay indicadores que marcan un relativo y moderado éxito en la gestión de gobierno, y ello, a pesar de la pandemia y la guerra de Rusia contra Ucrania posterior. Sin embargo, a veces gana en la creencia el relato fatalista, porque no sirve la paz, sino la grieta, porque algunos cultores de la lucha de clases necesitan nutrirse del conflicto, como del pan. La paz no sirve.

El Ministro de Trabajo y Seguridad Social Pablo Mieres ha informado hasta el cansancio acerca de la recuperación de puestos de trabajo y la baja de la tasa de desempleo. Son cifras, no sensación. El Ministro de Desarrollo Social Martín Lema ha demostrado el incremento en la atención a la población vulnerable, las transferencias para atender las ollas populares, la primera infancia, las asignaciones familiares. Otro tanto puede decirse de los indicadores económicos.

Pero no sirven estas noticias; hay que crear la sensación de que hay gente que se desmaya de hambre, que hay carestía.

Cuando se afirman estos datos de acciones y políticas de atención a la población, no se desconocen las dificultades y desafíos presentes; los primeros, los heredados; los segundos, los traídos por la pandemia; los últimos, por la guerra de alcance mundial en sus efectos. Para otros, esas consideraciones directamente no integran el análisis: se vuelven en hechos soslayados, omitidos, cuando no censurados: es el desprecio por la verdad. Hay reyes del relato.

Lo del relato no es una acusación que hagamos nosotros injustamente o que se nos haya ocurrido. Hemos escuchado a sus cultores defender la estrategia y necesidad del relato, sin pudor. “Nos faltó tiempo para construir el relato” se ha confesado en alguna ocasión. El problema es que “relato” en el contexto político es sinónimo de invento, es disfraz de la realidad. El relato en este contexto es simplemente una mentira, disfrazada de verdad.

La fábula “La mentira disfrazada de verdad” cuenta que un día la verdad y la mentira se cruzaron y tras saludarse, la mentira dijo “Hermoso día”, ante lo cual la verdad se asomó para ver si era cierto, y lo era. “Aún más hermoso está el lago”, dijo la mentira. Entonces la verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad y asintió. Corrió la mentira hacia el agua y dijo: “El agua está aún más hermosa. Nademos.” La verdad tocó el agua y realmente estaba hermosa y confió en la mentira. Ambas se desvistieron y nadaron. Al rato, salió la mentira, se vistió con las ropas de la verdad y se fue. La verdad, incapaz de vestirse con las ropas de la mentira comenzó a caminar sin ropas y todos se horrorizaban al verla. “Es así como aún hoy en día la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad y no la verdad al desnudo”.

Es necesario mirar más allá del ropaje para acceder a lo real; escudriñar y desenmascarar a quien se viste de verdad no siéndolo. El engaño desprecia no sólo a la verdad como valor en sí mismo, sino a las personas a las que mantiene cautivas de una apariencia.

La posverdad, según la definición citada al comienzo, en realidad no tiene nada ni de verdad, ni de ser “a continuación o después de” la verdad. La posverdad es la mentira disfrazada de verdad. Y en ello, “Los demagogos son maestros”, como ejemplifica el Diccionario***.

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https://dle.rae.es/posverdad

** Ver votación del Impuesto Covid 2 en Cámara de Senadores, votación del artículo 1 que crea el impuesto, Ley 19.949 de 23 de abril de 2021, versión taquigráfica sesión votación impuesto COVID 2021, 8ªS.O 14/04/2021, votado sólo por los senadores de la Coalición Republicana, es decir, 18 votos en 29.

*** https://lamenteesmaravillosa.com/la-certera-leyenda-sobre-la-mentira-y-la-verdad/