Escribe Esteban Valenti | @ValentiEsteban

El balance de un periodo de gobierno y mucho más de tres gobiernos, naturalmente se relaciona con las condiciones materiales en que vive una nación y sus habitantes. No se puede pretender hacer malabarismos "ideales", si la gente vive peor, las promesas son un bluff. En algunos países de América Latina, con gobiernos supuestamente de izquierda como en Venezuela o directamente de derecha como en Argentina, esa es la dura realidad.

Y de la realidad no se escapa nadie. Se podrá explicar, justificar, darle una respuesta política aunque no haya ni siquiera las condiciones mínimas para vivir decentemente o para hacer funcionar el transporte y la cocción de los alimentos, pero es cuestión de tiempo, la realidad emerge y en algún momento explota. Lo hemos visto en todo el mundo.

Aunque reducir la realidad solo a la economía es también un profundo error, el socialismo real, en todos los países en que se vino al suelo como un enorme castillo de naipes, no fue fundamentalmente por causas económicas, no hubo hambrunas o carestías, la implosión fue por causas políticas, porque la gente se hartó de la falta de opciones y de libertades y del desgaste de las propias palabras claves utilizadas por el sistema y desnaturalizadas totalmente por la burocracia gobernante.

En el Uruguay el balance lineal de los 15 años de los gobiernos del FA es positivo, nadie puede negarlo, pero es esa relación inexorable entre la economía y su evolución, las expectativas de la gente, que la propia economía fue creando y la política es la que determinará el resultado electoral.

¿Hay alguna proporción entre las cifras frías, miradas linealmente desde al 2004 al 2019, y las cifras de apoyo al gobierno y la expectativa de voto del Frente Amplio? Si se hace una lectura simplista y material es posible que parezca inexplicable, sobre todo si se compara con nuestros vecinos y sobre todo otros países más alejados, pero en franca caída. El Uruguay no está en franca caída económica, pero la situación actual no cubre las expectativas y las necesidades que los propios cambios creados por el primer gobierno del FA y algunas medidas constantes de los gobiernos posteriores crearon en la sociedad. A lo que hay que agregar cuatro aspectos claves que han empeorado en sus resultados, la seguridad, la educación, la cultura del trabajo y la honestidad.

¿Se puede cambiar en forma progresista y de izquierda una sociedad sin considerar los factores culturales e ideales? Nunca se ha logrado, solo con aumentos y estadísticas llega un momento en que los límites son insuperables. ¿Esos límites ya han llegado? Eso solo lo sabremos en algunas semanas.

Para seguir cambiando hace falta un compromiso diferente de amplios sectores de la sociedad, de los trabajadores, que no pueden seguir viendo el Estado como una interminable vaca lechera que ni siquiera hay que alimentar muy bien; de los micro, pequeños y medianos empresarios que sientan certezas para seguir arriesgado, creciendo, invirtiendo, contratando, innovando, tanto en la ciudad como en el campo; e incluso - aunque en la izquierda nadie lo diga explícitamente como si fuera una culpa - si los grandes capitales, nacionales y extranjeros no estén dispuestos a invertir fuerte y en forma sostenida en la producción y no solo en la venta y distribución.

No es posible pensar en revertir la paralización actual, la flotación sostenida por la gigantesca UPM II y sus alrededores, sin que los funcionarios, los trabajadores, los técnicos, los gerentes de las empresas y los bancos del Estado no asuman una actitud de empuje, de cambios, de compromiso con el desarrollo sano e impetuoso en estos nuevos tiempos y no como una trinchera para proteger lo que consideran sus derechos perpetuos, que debemos pagar todo el resto de los uruguayos.

No hay avance progresista posible sin que la inmensa mayoría de la sociedad civil se sienta involucrada, no pretendiendo suplantar los poderes institucionales, el papel de los representantes elegidos por el pueblo, sino encarando, planificando, creando áreas de desarrollo de la solidaridad, la fraternidad, la batalla cultural en un país con graves carencias, como el de la violencia intrafamiliar. Y con un Estado que ayude a coordinar esos esfuerzos, pero no pretenda inmiscuirse y dirigirlos o peor aún tercerizarlos a la medida de los ministerios, lo que es una forma nueva de clientelismo.

La intensidad del compromiso ciudadano, la cultura de la civilidad y de la república, son valores fundamentales para cualquier Proyecto Nacional. Y en eso hemos retrocedido en relación al 2010.

Es duro comprobar que lo que escribió Tácito el gran historiador romano, es una palpable realidad "Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio".