Hace un año y unas horas el país emergido de las urnas se encontraba en la Rural del Prado. La revolución paisana que rompió con 15 años de poder hegemónico del Frente Amplio acampaba para rendirle homenaje a su presidente Luis Lacalle Pou. Una miscelánea gaucha, peones, alambradores, estancieros, y el típico montevideano de alpargatas camuflado como los anteriores, vitoreaban la divisa de Oribe entre el olor exquisito que llegaba de los más de cuarenta corderos que estaban exuberantes en las parrillas del predio.
Entre yuntas, relinchos, disparadas de algún matungo no acostumbrado a la multitud, llegó el homenajeado a su último día de ciudadano común. Flanqueado por un enjambre de gente pidiendo la selfie de un momento histórico, la ceremonia informal se atrasó como dos horas.
Se hacían las diez de la noche y algunos ya nos preocupábamos, al otro día unos, teníamos que ensillar temprano y el presidente asumía su mandato.
Fue así que llegó a un improvisado escenario repleto de gente y de cantores. Los pioneros, algunos argentinos y las nuevas guitarras blancas junto con alguna colorada, estaban meta afinar los acordes. Cantamos a "Don José" hasta la inevitable "De Poncho Blanco". En medio del jolgorio y entre letras conocidas fue que el presidente hizo un pedido: le solicitó al trovador del Partido Nacional, Don Carlos Maria Fosatti que le cantara "Montonero del 70".
Una exquisitez reservada sólo para los que, como decía Wilson, somos arrogantemente blancos. Se trata de un nieto que relata la vida de su abuelo, soldado de Timoteo Aparicio en la Revolución de las Lanzas. "Como costilla e' bagual, de blanco salió el abuelo, blanco el flete parejero, blanco y celeste el pañuelo", describe su nieto al bautismo de fuego de su abuelo, donde después de la batalla, vuelve a sus pagos. "Volvió una tarde a su rancho y unió el arado en silencio, abrió bocas de guitarra, tuvo hijos, crio nietos ", sintetizando en dos acordes la esencia misma de la lucha por las ideas en la vida de un hombre normal.
Fue el único momento donde el entonces casi presidente se emocionó hasta las lágrimas, en esta casi premonición de lo que el destino le tenía preparado.
En treinta años de militancia nunca viví una alegría como la de la mañana siguiente, sólo por esta marcha con mis hijas valió la pena haber vivido. Entre los celulares y por Youtube escuchábamos con delay el discurso ante la Asamblea General al rayo del sol. En su momento solo recordamos el énfasis a la libertad. Una hora de discurso, los caballos cansados y una Av. del Libertador atiborrada de personas no permitieron el análisis fino del discurso y sus detalles, solamente quedó la reiteración de la palabra "Libertad" y el ya conocido "hacernos cargo".
Del primer año de gobierno podemos estar días debatiendo, un estreno de tenebrosa incertidumbre a 13 días de jurar no fue sencillo. Un gobierno nuevo, con elencos nuevos, con orígenes muy distintos era bastante más complicado. Fue ahí que empezaron a conocer al presidente Luis Lacalle Pou. Algunos tuvimos esa suerte, sabíamos de la resiliencia, de la paciencia meditada y del olfato innato que tienen los políticos del Uruguay.
Sabíamos que ganó las elecciones mirando afuera de la caja y no rascándose en los entornos de siempre y que, para bien o para mal, asume las decisiones en primerísima primera persona.
Uruguay país abierto, cuarentena no obligatoria, semana santa sin turismo, protección militar en la frontera y un mensaje claro a la delincuencia fueron los primeros pasos.
Cumplir con las promesas electorales con una Ley de Urgencia y un presupuesto austero sin aumento de impuestos fueron los segundos.
No sentirse ombligo del mundo, pecado distintivo de los políticos y llamar, entusiasmar y liderar a la mejor academia científica fueron sus terceros pasos.
Descubrir al presidente es fácil. Basta con analizar sus antecedentes y posturas para poder anticipar un comportamiento. No lo hicieron algunos como el ex presidente de Antel, tampoco el canciller renunciante y mucho menos el Frente Amplio.
El aullido de los berrinches adolescentes de la izquierda contrasta con discusiones de alto nivel mantenidas con, por ejemplo, el Dr. Carámbula. Subestimar la capacidad de planificación y pensar que el gobierno uruguayo sigue siendo una asamblea contrastan con el proceso metódico profesional y silencioso con el cual seremos un país equiparable a Israel en la derrota de la pandemia. Imaginar un país falsamente dividido entre el concepto del gasto público versus la generación genuina de empleo del sector privado es una verdadera pérdida de tiempo para esta administración.
Los gobiernos sirven para hacer y para evitar. Indudablemente en el primer año de Lacalle Pou evitamos más de lo que hicimos, por suerte.
Ahora que descubrieron al piloto de tormentas, lo descubrirán haciendo. El sueño de la campaña electoral no ha empezado. El Uruguay pospandemia quizás nos devuelva el año perdido, donde nuevamente verán al mismo Luis, pero con ansiedades más sanas.
Devolverle al Uruguay su competitividad, negociar sin ataduras tratados comerciales, llevar condiciones de vida a los uruguayos más allá de la rambla de Malvín y dejar un legado de cosas consistentes, tangibles y no dependientes del color político de quien gobierne es nuestra obsesión.
Allá iremos, tranco y tranco, asumiendo la realidad marcada por los votos, pero con una dirección definida que es clamor en el país afuera de los poderosos sindicatos de empleados públicos.
Allá nos encontraremos, sanos, siendo ejemplos y orgullosos de haber puesto al frente del Uruguay a este faro de libertad llamado Luis Lacalle Pou. Y así cumplir con la letra de Carlos Maria Fosatti y volver todos una tarde a nuestras casas a desarrollar nuestras familias con la satisfacción del deber cumplido.