William Callison*
Latinoamérica21
Tras liderar la alianza de su partido libertario La Libertad Avanza al Congreso Nacional argentino en 2021, el incendiario ultraderechista Javier Milei ha vuelto a superar las expectativas. En las primarias presidenciales de agosto obtuvo el 30% de los votos, superando a los dos candidatos de la centroizquierdista Unión por la Patria, que obtuvieron el 27%, y a los de la centroderechista Juntos por el Cambio, que obtuvieron el 28%. Ahora, en vísperas de las elecciones generales del 22 de octubre, Milei encabeza en solitario todas las encuestas. La única incertidumbre es si podrá superar el umbral para evitar una segunda vuelta.
Para muchos observadores, la política de Milei ha sido difícil de clasificar. Ha sido futbolista semiprofesional, músico de rock, cosplayer de cómic, gurú del sexo tántrico y profesor de economía. La caricatura de esta figura ciertamente caricaturesca es la muletilla de innumerables artículos de opinión, que lo reducen a una imitación de Trump con un peinado aún más excéntrico. Otros ven a Milei como una repetición del amorfo fenómeno “populista” latinoamericano que abarca a Chávez, Castillo y Bukele. Pero en este marco binario —estabilidad liberal frente a demagogia populista— todas las variantes de la política “antiestablishment” se meten en el mismo saco, sin apenas tener en cuenta sus particularidades locales.
Otros comentarios se centran correctamente en la espiral de la crisis económica. La inflación, en torno al 120%, quema los bolsillos de toda la población. La relación deuda pública/PIB se sitúa en torno al 80%. El Fondo Monetario Internacional ha impuesto duras medidas de austeridad como condición para conceder nuevos préstamos cada tres meses. El mercado laboral pospandémico está cada vez más flexibilizado, con un amplio sector informal caracterizado por el sobre empleo más que por el subempleo: para muchos trabajadores, el pluriempleo y el “gig work” son un medio de supervivencia.
No es de extrañar que una pluralidad de votantes se rebele contra la clase dirigente de un partido que supervisa este tipo de crisis. Tampoco sorprende que el “populismo” prenda en el país que lo vio nacer. Pero la pregunta sigue siendo: ¿por qué Milei habla de esta coyuntura y qué puede significar su victoria para el futuro del país?
En actos electorales que hacen las veces de conciertos punk, Milei combina un credo hiperindividualista de “vida, libertad, propiedad” con una denuncia populista de la “casta política”. Empieza y termina sus discursos con su eslogan: “Viva la libertad, carajo”. Su público está formado en su mayoría por hombres hiperconectados y amantes del bitcoin. Milei les promete que “quemará” el banco central, dolarizará la moneda, eliminará la mayoría de los organismos estatales y privatizará las empresas públicas. Al igual que califica el cambio climático antropogénico de “mentira socialista”, niega las torturas y desapariciones que tuvieron lugar bajo la dictadura, y planea indultar a los militares encarcelados por tales delitos. Alimentado por un virulento sexismo, espera hacer retroceder los avances logrados por el poderoso movimiento feminista del país, en particular la legalización del aborto, y derrotar la llamada “ideología de género” de la comunidad LGBT en la educación y la cultura en general.
La perspectiva de Milei representa una mutación reaccionaria del neoliberalismo en respuesta a las condiciones de crisis. Es la última versión de la larga tradición autoritaria de libre mercado de América Latina, lo que Verónica Gago llama la “violencia originaria” de su modelo neoliberal periférico. En un momento de desesperación, como ha observado Pablo Stefanoni, Milei ha logrado construir la única “candidatura verdaderamente ideológica” con un programa electoral y una imagen utópica del futuro. Esto explica, en parte, cómo pudo conquistar a gran parte de la juventud masculina de las villas empobrecidas de Buenos Aires.
Más que Jair Bolsonaro —cuya candidatura fue impulsada por los jóvenes activistas en línea del Movimiento Brasil Libre después de que prometiera nombrar ministro de Hacienda a Paulo Guedes, el Chicago Boy—, Milei es un neoliberal de carné. Cuando se le pregunta cómo llegó a serlo, habla de una conversión casi religiosa: del keynesianismo neoclásico a la Escuela Austriaca.
La filosofía anarco-libertaria de Milei se manifiesta en sus planes concretos de dolarización, un proyecto para el que ya ha empezado a buscar financiación extranjera. Para muchos votantes, indignados por la inflación y acostumbrados a negociar en moneda estadounidense, esta política parece intuitiva, o al menos vale la pena correr el riesgo. Para Milei, sin embargo, no se trata tanto de resolver la crisis actual como de defender un principio intemporal. En la tradición de la Escuela Austriaca, la vuelta al patrón oro es el santo grial, y la dolarización es la siguiente mejor opción.
En contraste con artistas sin timón como Bolsonaro y Trump, Milei está celosamente comprometido con una ideología coherente. Pero cuando habla con The Economist, rechaza las caracterizaciones precisas de su programa como “hipérboles”. Aquí, Milei sugiere que el Estado del bienestar debería ser destruido, pero no de golpe. “Es el enemigo, así que vamos a desmantelarlo. Pero con una transición”. Propone reducir el número de ministerios de dieciocho a ocho. Una nueva era de terapia de choque está en camino; pero, como asegura Milei a The Economist, esto no causará problemas a las instituciones internacionales ni a los inversores, ya que sus propios recortes de impuestos y gastos serán mucho más duros que las propuestas del FMI.
El Financial Times cuestiona su capacidad para ejecutar tales políticas: “Preocupa... la gobernabilidad, hasta qué punto sería capaz de controlar las protestas si pudiera aplicar sus medidas radicales”. ¿Sería la reacción demasiado grave para que el Estado la reprimiera? Una vez más, Milei responde que manejará con cuidado su motosierra, la herramienta que utiliza simbólicamente en sus actos. La seguridad se confiará a su compañera de fórmula, Victoria Villarruel. Apodada “Villacruel”, ha dedicado su carrera jurídica a defender a militares condenados por crímenes contra la humanidad. Defiende desde hace tiempo la llamada “teoría de los dos demonios” de la dictadura argentina, que culpa por igual a los disidentes comunistas y al Estado que intentó erradicarlos sistemáticamente.
La política exterior de Milei evoca los mismos temas. Pretende iniciar un “alineamiento automático con Estados Unidos e Israel”, al tiempo que rechaza trabajar con “países socialistas” como China, Brasil, Colombia, Chile y México.
Pero también critica el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, y se opone a la idea de aranceles sin más. Su administración seguramente ampliará la frontera extractiva en el Triángulo del Litio, que ya está desplazando violentamente a las comunidades indígenas, de acuerdo con la exigencia del FMI de pagar las deudas soberanas en dólares estadounidenses.
Milei sería una figura solitaria en la región; el presidente uruguayo y el actual favorito a la presidencia de Ecuador estarían entre sus únicos aliados. Sin embargo, como explicó en una entrevista con Tucker Carlson —vista 420 millones de veces tras el apoyo de Elon Musk—, la organización transnacional de la extrema derecha significa que ese aislamiento puede ser efímero. Milei tiene vínculos con el partido español Vox y está aliado con líderes reaccionarios de toda América Latina a través de iniciativas como el Foro de Madrid, que pretende reunir a la derecha moderada y extrema “para hacer frente a la amenaza que supone el crecimiento del comunismo a ambos lados del Atlántico”.
La promesa de Milei de “Hacer Argentina grande otra vez” no es sólo el último truco trumpiano utilizado por un nacionalista de extrema derecha. Es también un llamamiento genuino a la palingenesia liberal, una visión del renacimiento nacional a través de un retorno al “liberalismo clásico de libre mercado” de Smith, Hayek y sus herederos. Cuando Milei utiliza esta frase, no sólo está participando en la rehabilitación de la dictadura militar; también está pidiendo un retorno a los años dorados de la historia argentina —las primeras décadas del siglo XX, cuando se encontraba entre las naciones más ricas del mundo—. Esta prosperidad fue supuestamente borrada por el intervencionismo estatal socialista de Juan Perón, que desde entonces ha sumido al país en la decadencia. Para recuperar esa grandeza, Milei aboga por una —revolución libertaria que vuelva a hacer de Argentina una potencia mundial en treinta y cinco años—. Sin embargo, su programa anarco-autoritario no se parecería a las dictaduras del pasado. Sus rasgos más destructivos aún están por verse.
* William Callison es teórico político e investigador postdoctoral en el Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Uppsala (Suecia). Es coeditor de Mutant Neoliberalism: Market Rule and Political Rupture, traducido al español como Neoliberalismo mutante: Gobierno del mercado y ruptura política.
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