En medio de la complejidad de la situación, de las no pocas dudas que existen acerca de la viabilidad del acuerdo logrado con Hamás y su significado, optamos por comenzar con la luz.
Hay esperanza e ilusión por el anunciado regreso de 33 de los 98 secuestrados, en la primera etapa que debe prolongarse desde el domingo de la semana entrante durante 42 días. Serán 42 días de alto el fuego en cuyo marco Israel recuperará a parte de los 98 secuestrados el 7 de octubre del 2023, quienes se encuentran desde hace casi 470 días en manos de los terroristas en Gaza.
Probablemente lo que más simboliza la problemática del acuerdo, y las numerosas sombras que acompañan lo bueno, es el hecho de que ni siquiera sobre los primeros 33 que serán liberados tenemos certeza ni razones para estar realmente tranquilos. Es que ni sabemos quiénes ni cuántos están vivos y quiénes ya están muertos.
El problema principal, en lo relacionado a los secuestrados, no es solamente que quedarán otros 65 por liberar, sino que ni siquiera hay fecha aún para hacerlo. Recién al día 16 del comienzo de la primera etapa, se comenzará a negociar la segunda. Y está claro cuánto puede jugar Hamás al respecto para ganar tiempo, prolongando indefinidamente el cumplimiento de la liberación.
Muchos adjetivos han sido dados al acuerdo logrado. Salvo en el tema de los secuestrados que volverán, nadie salta de alegría. En el peor de los casos, se lo llama “rendición”. En el mejor, se entiende que es “el menor de los males”. Que era ineludible para poder concretar la recuperación de los secuestrados. No era real pensar que Israel podría recuperarlos sin poner fin a la guerra.
Pero, por ahora, esa no es la situación. El presidente saliente Joe Biden aseguró que el acuerdo en cuestión apunta al fin de la guerra. Pero, formalmente, Israel no se ha comprometido aún a ello, y por cierto no ha dado fecha. De todos modos, cabe estimar que Benjamín Netanyahu entiende que, sin ello, los demás 65 secuestrados no volverán. Ni los vivos ni los muertos.
Permanecer en Gaza nunca fue un declarado objetivo de la guerra, pero son varios los expertos de seguridad que consideran que es imperioso mantener una presencia fija en el corredor Filadelfia, por el cual pasaron desde Egipto contrabandos de enorme cantidad de armas. Pero, finalmente, Israel se retirará también de allí.
Es un riesgo, claro que sí, porque bien sabemos cuál es la mentalidad de Hamás, cuyo encare sigue siendo de guerra santa fundamentalista islámica. No es que la guerra le ha enseñado que el terrorismo no vale la pena. En absoluto.
Aquí radica probablemente el problema principal.
Israel lidia con una organización terrorista que en ningún momento consideró que exageró, que se equivocó. Ni siquiera lo pensamos en términos de analistas, periodistas o intelectuales en la sociedad palestina, que digan algo por consideraciones morales. No, ni lo esperamos. Bueno, sí lo esperamos, pero sabemos que no llegará.
Pero Hamás ni siquiera comenta o piensa que cometió un error el 7 de octubre con su ataque salvaje. Al analizar el resultado, la enorme destrucción en Gaza a raíz de la respuesta israelí, cree que todo valió la pena.
En Gaza estallaron celebraciones al confirmarse que se logró un acuerdo. Es lógico que quieran la tranquilidad del alto el fuego tras tanto tiempo de guerra. Pero no tienen qué celebrar: cientos de miles de personas no tienen adónde volver. La destrucción es enorme, porque Hamás convirtió a toda Gaza es un gran blanco militar. Y la permanencia de Hamás en el poder —claro que es duro que Israel se retire sin haberlos derribado ni hecho desaparecer— es un problema para Israel, pero también para los palestinos. Siguen gobernados por liderazgos que los condenan al horror.
Sea como sea, en medio de las dudas y los numerosos motivos de preocupación, junto a los cuales está afortunadamente la alegría por el esperado regreso de 33 secuestrados, lo que cuenta no es simplemente qué dice el acuerdo sino qué hace Israel. Después del 7 de octubre del 2023, está absolutamente prohibido confiar demasiado. Es inaceptable no escuchar lo que dice el otro lado. Es inadmisible que no se tomen en serio amenazas. Hay que tener los ojos bien abiertos, interpretar bien las cosas y actuar con la firmeza necesaria para garantizar que, quien intente volver a atacar, no lo logre.
Eso es lo que garantizará poder seguir viviendo.
La mejor perspectiva en la región hostil en la que vive Israel es estar siempre alerta, esperando lo peor, para tratar de conseguir lo mejor: que el enemigo no ose atacar porque entiende que fracasará.
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