Lo acontecido con la imagen del presidente enterrado en una calle invadida por arena es la síntesis de lo vivido en materia política en este 2020. De un lado, un episodio normal en los diciembres de la costa oceánica, y del otro, el chillido exacerbado de la izquierda que culminó el año de la pandemia con el mismo aullido que lo empezó.
El covid-19 puso a prueba toda la capacidad de liderazgo del mundo contemporáneo. Mostró el rostro más descarnado de quienes relativizan su peligro, de quienes se burlaron de sus efectos y de quienes pretendieron imponer una lógica política a una emergencia tan sanitaria como desconocida.
Este bicho les cobró la petulancia a Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro, le pasó factura a la idiosincrasia latina cerrando España e Italia después de ver miles de compatriotas muertos en cuestión de semanas, y dejó expuesta la traición a la economía y a la sociedad de Argentina, el país más rico del mundo.
Todo aquel que tuvo la osadía de subestimar su daño letal, quedó a merced de sus penosas consecuencias, sanitarias, económicas y psicológicas.
Hoy la humanidad está sometida en sus aspectos más humanos a los brotes de este bicho que no se resigna a la llegada de la vacuna. El virus nos castiga en los afectos, en nuestra reputación, en nuestra manutención mensual, exponiéndonos al escarnio público por el solo hecho de compartir algo tan uruguayo como un mate. Por una rueda de mate podemos ser víctimas o victimarios, asistiendo, del lado del mostrador que nos ponga el destino, a ver a la muerte en las más deshumanas de las soledades.
En ese contexto, terminaron los quince años de administración frenteamplista. El destino o un murciélago en Wuhan colocó al elenco del presidente Lacalle Pou en el mando de este desastre.
Conocidas y casi históricas son aquellas primeras medidas de marzo, cuando se supo de los primeros casos. Nunca está de más recordar que el primer acto de gobierno de esta administración fue comunicarles a todos los partidos políticos el mismo 13 de marzo la declaración de emergencia sanitaria nacional y sus implicancias y, dentro de ellos, al presidente de la oposición, Javier Miranda.
Por si ese gesto fuera poco, hay que recordar la visita al ex presidente Vázquez en su domicilio que el actual mandatario realizara ni bien aterrizara del primer brote de Rivera, y la rápida diligencia que se tuvo con una delegación del Frente Amplio en la Torre Ejecutiva.
En aquel marzo tumultuoso se comenzó a ver con sorpresa cuál sería la actitud inédita de la oposición en este contexto tan crítico en el momento que aparecieron las cacerolas exigiendo cuarentena obligatoria a las dos semanas de la pandemia en Uruguay.
Esos ruidos de esas ollas continuaron percutiendo, su sonido se sintió en cada una de las manifestaciones tanto presupuestarias como contra la Ley de Urgencia, apoyando la marcha de la Diversidad en forma oficial, con sus candidatos marchando y bailando, para rescatar un voto en el más grotesco insulto al esfuerzo de médicos, enfermeros o abuelos sin nietos.
El aullido en contra del accionar policial comenzó con aquella denuncia ridícula del municipal Daniel Piñeyro hasta el amague de interpelación por los hechos de la Plaza Seregni.
En todo momento esa mezcla de caceroleo y chirrido agudo estaba presente en el recorrer de toda la dirigencia frentista, llegando a sostenerse que "es hora que el Estado le ponga límites a la pandemia", de la boca de Javier Miranda.
No hubo una sola medida tomada por el gobierno que no tuviera apoyo internacional y desaprobación frentista. Ni siquiera el llamado a lo más renombrado de la ciencia uruguaya se salvó, cayendo el propio Rafael Radi en la especulación miserable de uno de los jefes de campaña del último candidato a la Presidencia.
Sobran los ejemplos, sobran las contradicciones, sobra los actos de mala fe, o de deshonestidad intelectual y falta, y vaya que hace falta alguna voz, aunque sea tenue, que contradiga en el partido de mayor representación popular alguno de estos dislates. Oponerse como reacción, es de adolescente, es el berrinche juvenil que le hacemos a nuestros padres en plena pubertad para demostrar nuestro pensamiento autónomo y naturalmente lleva el nivel del debate a un nivel de una serie de Cris Morena.
Aquel poderoso Frente Amplio de un crisol de pensamientos y propuestas pasó a este Frente Angosto del hashtag tan infantil como monocorde. En lo que va del 2020 no hemos encontrado desde el gobierno una sola voz que se pare con sensatez a ver la realidad nacional sin la cicatriz de haber perdido las tres últimas elecciones, y cuando pensábamos que la llegada de la primera ola, y la sumatoria de compatriotas muertos nos daría un poco de respiro y ahorro de vergüenza ajena, llegamos a la adulación al presidente argentino por una vacuna poca reputación.
Termina el 2020 con este panorama, dice el refrán que "siempre se puede estar peor", pero por suerte el pueblo uruguayo durante toda su historia ha sido más inteligente que los mezquinos de turno. Si no pregunten en Ciudad del Plata, Bella Unión o San Carlos.
Feliz año 2021, un año que será duro, pero mucho mejor que este maldito 2020.