Israel conmemora este 7 de octubre el primer aniversario de la peor matanza de judíos desde el Holocausto, la masacre de Hamás perpetrada por la organización terrorista aquel sábado de mañana en el sur del país, al irrumpir 6.000 de sus hombres armados hasta los dientes a territorio soberano de Israel.

Los escenarios del horror fueron decenas de comunidades civiles adyacentes a la frontera, y también más alejadas, y el festival de música Nova. Los peores sitios fueron esa fiesta, el kibutz Beerí, el kibutz Nir Oz y el kibutz Kfar Aza, pero hubo muchos más como Sderot, Ofakim, y Najal Oz.

En la matanza fueron asesinadas aproximadamente 1.200 personas, cerca de un 70% civiles, entre ellos decenas de niños, ancianos y enfermos También fueron heridos miles y más de 250 resultaron secuestrados a la Franja de Gaza. La mayoría de las víctimas eran israelíes judíos, pero hubo también israelíes musulmanes de la comunidad beduina y extranjeros que trabajaban o estudiaban en el sur, de otras religiones, y en total, ciudadanos de 15 países.

El asalto terrorista a Israel fue llevado a cabo en un momento en que casi 20.000 palestinos entraban diariamente a Israel a trabajar, lo cual introducía gran cantidad de dinero a la Franja de Gaza, siendo de esa forma importante para el sustento de familias numerosas. Israel también autorizaba el pago de sumas fijas por mes por parte de Catar, supuestamente para familias carenciadas, con la intención de mantener la calma, aunque ahora está claro que el dinero fue canalizado para la infraestructura terrorista de Hamás.

Mencionamos este punto para dejar en claro que la invasión no fue ni por frustración ni desesperación, ni tampoco para mejorar la situación palestina, sino con intenciones genocidas contra Israel.

Los terroristas irrumpieron a Israel con un programa claro que se repitió en varios escenarios, con métodos de ataques y violencia sistemática. Con manuales escritos y preparados de antemano. Asesinato, si hay tiempo tortura y ensañamiento, secuestros. Todos, civiles de cualquier edad, sin límite. Violencia sexual como herramienta de horror y espanto. Llegaron hasta con papeles en los que tenían escritas las órdenes que iban a impartir a sus víctimas, en letras en árabe, pero con palabras en hebreo. Una de las frases: “Bájate los pantalones”. Mujeres y hombres fueron víctima de ello, también menores de edad. Violaron de a uno, en grupo, y asesinaron a sus víctimas tras profanar sus cuerpos.

Los propios terroristas registraron sus crímenes, orgullosos, y los hicieron circular por las redes. Luego, ante el primer estupor mundial, intentaron retractarse, mentir, alegar que no habían atacado civiles o inclusive que nada de eso había ocurrido.

Por otra parte, varias figuras de Hamás dijeron abiertamente que habrá muchos más 7 de octubre, que repetirán la masacre una y otra vez. Por eso sostenemos que la guerra que lanzó Israel contra Hamás, a raíz de la masacre, no es una guerra de venganza sino de autodefensa. El declarado objetivo de la guerra es quitar a Hamás las capacidades militares para poder volver a cometer un horror como el del 7 de octubre, y destruirlo como entidad de gobierno en Gaza. Esto, además de recuperar a los secuestrados, de los que 101 siguen en los túneles en Gaza.

Hamás secuestró a civiles de sus camas o de sus refugios. A los que no quemó vivos, sofocó o baleó, se los llevó a la Franja de Gaza. Nunca permitió visitas de la Cruz Roja Internacional ni entrega de medicamentos que muchos de los secuestrados precisaban. Numerosos fueron asesinados en cautiverio. También secuestró cuerpos sin vida. Nunca confirmó siquiera la identidad de sus cautivos. Los secuestrados fueron víctima de violencia física, psicológica y sexual, de malas condiciones de higiene, falta de aire y de luz. En noviembre fueron liberados unos 85 israelíes y 24 extranjeros. Ocho fueron rescatados en heroicos operativos militares. El ejército también recuperó algunas decenas de cadáveres.

En la actualidad hay aún en Gaza 101 secuestrados, de los que se sabe con certeza que por lo menos 40 están muertos. Se espera que no sean muchos más. Entre los rehenes, ojalá que vivos, están Kfir Bibas, secuestrado cuando tenía 8 meses y medio, y su hermano Ariel, hoy de 5 años. Y Shlomo Mantzur de 86, Oded Lifshitz de 84, y tantos más.

Se suele hablar de “los civiles inocentes de Gaza”, en general en relación a críticas a Israel por su guerra contra Hamás. Este tema, al que ya nos hemos referido en columnas anteriores, da para mucho y volveremos a abordarlo. Pero hoy nos limitamos a lo relacionado al 7 de octubre mismo.

Con profundo dolor no tenemos más remedio que afirmar que ese concepto de “los civiles inocentes” es muy relativo. Enorme cantidad de civiles irrumpieron a las comunidades israelíes atacadas por los terroristas, robaron, saquearon, secuestraron y asesinaron. Hay pruebas, videos, materiales contundentes. Y cuando los terroristas entraron a Gaza llevando a civiles israelíes secuestrados, entre ellos niños, el jolgorio de la población era generalizado. Numerosos testimonios de secuestrados que volvieron lo confirman. La joven israelí con ciudadanía uruguaya Shani Goren contó en una entrevista especial meses atrás precisamente sobre las celebraciones de los civiles y los golpes que ella recibió.

Peor aún: hubo casos de secuestrados que eran mantenidos presos en casas de familia palestinas y hasta de funcionarios de UNRWA y un periodista de Al Jazeera.

El mundo

“El mundo” —un término muy grande evidentemente— se horrorizó con la masacre, pero rápidamente pasó a condenar a Israel cuando empezó a defenderse.

Tanto organismos internacionales como, muy especialmente, medios de comunicación, adoptaron con celeridad todo lo que se informaba desde Gaza, haciendo caso omiso del hecho que la fuente era el “Ministerio de Sanidad”, o sea Gaza, y repitiendo sus mentiras sin criterio. Eso aportó seriamente a la demonización de Israel, un país acosado por los terroristas que quieren destruirlo y que saben manipular a la opinión pública en su provecho.

Todo aquel que se concentra en analizar con lupa cada actitud de Israel, aunque el suyo debe ser el único ejército del mundo que en muchas ocasiones avisa antes de atacar, muestra una absoluta tendenciosidad antiisraelí o una rotunda ignorancia. No entienden cuánto favor les hacen a los terroristas quienes ponen a Israel en el banquillo de los acusados y no a Hamás y sus secuaces.

No entienden que la guerra que está librando Israel no es sólo por su propia seguridad, no es sólo para que la población del sur pueda volver a sus casas y la del norte hostigada por Hezbolá pueda volver a vivir en paz en la Galilea. La guerra que está librando Israel es por la vida en libertad en un mundo normal, no dominado por ideologías yihadistas opuestas a los valores de Occidente, de la civilización judeocristiana. Es una lucha por garantizar que lo normal en la vida de un país sea velar por el bienestar de su población, no usarla como escudos humanos, para esconder en sus casas misiles y emplazar cohetes prontos para ser lanzados hacia el vecino.

El mundo debe entender que, si Israel pierde esta guerra, si se le presiona para aceptar el alto el fuego —aunque se sabe que los terroristas acechan para reorganizarse y volver a atacar—, el precio no lo pagará sólo el Estado judío sino también el mundo libre en general.

Luz en la oscuridad

La mejor respuesta a los enemigos de Israel que tratan de destruirle, y causarle el mayor daño posible, no es sólo la determinación a combatirlos sino el espíritu del pueblo de Israel. La apuesta por la vida. La resiliencia y la solidaridad que se manifestaron por doquier en medio del dolor a lo largo de todo el último año. La disposición a arriesgarse para salvar vidas y la decisión de seguir viviendo.