¿Por qué escribo hoy sobre Eduardo Bleier? No se cumple ningún aniversario, fue detenido el 29 de octubre de 1976 y murió ese mismo año.
Esos diez días los pasó en la casona de detención clandestina de la rambla de Punta Gorda (el infierno chico); de allí lo trasladaron al Hospital Militar, luego lo llevaron al centro principal de torturas, el 300 Carlos (el infierno grande). Ese fue también su lugar de desaparición. Tenía 47 años, era estudiante avanzado de odontología, era judío y dirigente comunista.
Todos los militantes comunistas de aquellos años, lo recordamos por su responsabilidad al frente de las finanzas del Partido Comunista de Uruguay (PCU). Un centro neurálgico de las actividades de los comunistas en Uruguay y obviamente un objetivo central para los aparatos de la dictadura. Para golpear la actividad del partido y para tratar de capturar la plata, que siempre fue uno de sus objetivos principales. Para robar.
Cuando fue internado en el Hospital Militar fue a consecuencia de las constantes torturas que sufrió en los centros de detención donde estuvo. Cuando fue devuelto al “300 Carlos”, tuvo que usar una máscara de oxígeno en forma permanente a causa de su deteriorado estado físico. Y lo siguieron torturando hasta matarlo.
Sus restos aparecieron el 27 de agosto del 2019 enterrados en el predio del Batallón 13 de infantería blindada, a partir del trabajo del Grupo de Investigación de Antropología Forense (GIAF) y el 7 de octubre se supo que los restos correspondía a Eduardo Bleier.
Estuvo preso y torturado unas pocas semanas de infierno y, estuvo desaparecido durante 43 años. Las cifras importan, en este caso y en todas las situaciones de los desaparecidos y presos políticos. Son días horrorosos de torturas y de asesinato y años y años de la desaparición, para sus familiares, sus compañeros, sus amigos. Un calvario que no tiene fin, porque recordar su tormento es un suplicio reiterado y actual.
Todos sus compañeros que lo pudieron reconocer y sentir en los lugares de detención, en particular en el 300 Carlos, donde estaban cientos de presos políticos, recuerdan que le aplicaron un tratamiento particularmente salvaje de torturas por su doble condición de dirigente comunista y de judío. Sus captores eran nazis no declarados.
Recuerdo sobre todo algunas sesiones del Comité Central del PCU en las que participé junto a Eduardo, al “ruso” Bleier, era una de esas personas que yo escuchaba con atención en esas largas, muy largas reuniones. Intervenía para dar su opinión política, por su experiencia directa de contacto con los miles de militantes y contribuyentes con el PCU, que eran un termómetro sensible, pero también tenía una mirada inteligente y general sobre los temas de la política nacional.
Me encontré el otro día con él en la marcha del 20 de mayo, a través de su hijo Gerardo, de su nieta Elisa Bleier, que pocos días antes vi en un reportaje en TV Ciudad y me conmovió, el recuerdo de sus otros hijos Carlos, Rossana e Irene, y sobre todo por el retrato de Eduardo entre el mar de fotos de los desaparecidos. Tenía 47 años, era menor que el más chico de mis hijos y fue uno de mis compañeros del Comité Central asesinados.
Él cargó con esa frase que le impuso en la cultura del PCU, sobre que “nada se puede dejar de hacerse por falta de plata”. Un voluntarismo a toda prueba, sobre todo si lo cargás sobre tus espaldas durante muchos años y realmente construís una cultura y un aparato para cumplirla. Aunque nunca se pueda alcanzar ese objetivo. Era la síntesis en su solo frente de una utopía “interna” pero llena de toda la fuerza de su voluntad, sin abandonar el realismo de la inteligencia.
Lo detuvieron como parte de la Operación Morgan, el plan organizado por la dictadura a través de la acción coordinada de todos sus aparatos de seguridad, específicamente contra el Partido Comunista de Uruguay y la Unión de la Juventud Comunista (UJC).
La represión contra estas dos organizaciones y muchas otras, había comenzado mucho antes, incluso antes del propio golpe de Estado, por ejemplo con el asesinato de ocho obreros comunistas en el seccional 20ª. De ese partido, en la madrugada del 17 de abril del año 1972, pero a partir de la Operación Morgan, se desarrolló una profunda y sistemática persecución contra todas las estructuras orgánicas del PCU. Tuvo cinco grandes períodos de recrudecimiento que en total duraron ocho años: octubre de 1975 a junio de 1976; mayo a septiembre de 1977; febrero a marzo de 1979; fines de 1981 a principios de 1982; y junio de 1983. Su objetivo era destruir el aparato y la dirección del PCU dentro del Uruguay, pero nunca lo lograron.
Sus objetivos eran detener las sucesivas direcciones del PCU y la UJC en la clandestinidad, su aparato militante, su prensa clandestina y naturalmente sus finanzas, por ello Eduardo Bleier era un objetivo prioritario.
Todo el operativo que duró 8 años fue coordinado y comandado desde el principio por el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA), que funcionaba bajo la órbita de la División de Ejército I con sede en Montevideo, y era comandada por el Gral. Esteban Cristi. El Cnel. Julio César González Arrondo, era el segundo al mando.
Otros servicios que participaron en la planificación, persecución, secuestro y torturas de la operación Morgan fueron el Servicio de Información de Defensa (SID), Departamento II del Comando General del Ejército (CGE-D II), la Prefectura Nacional Naval (PNN), el Cuerpo de Fusileros Navales (FUSNA) y la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII), está última con una participación especial en la represión de la UJC.
Describo todo el aparato involucrado para confirmar una vez más que la represión y sus consecuencias no fueron un exceso, un error, sino parte esencial de su política represiva y de exterminio, comandada y llevada a cabo por la cúpula de la dictadura y con el conocimiento del conjunto del régimen. Fueron las FF.AA. y policiales las responsables, de todos esos crímenes. Y la memoria para ser realmente memoria no debe tener huecos, debe tratar de reconstruir todo, inclusive los aspectos humanos. Y esa memoria no tenemos derecho a perderla. Ni cuando mueran todos los que vivieron personalmente la dictadura. Y de tratar de ampliarla, profundizarla y nunca perder sus rostros humanos. Es una memoria en primer lugar sobre ellos, sobre mujeres y hombres que resistieron y sufrieron el terror.
Yo voy a las marchas del 20 de mayo, por los desaparecidos, por sus familiares, pero además por mí mismo, para ver esas imágenes de mi pasado, de mi historia y la de tantos miles de uruguayos, de la mayoría. Con nombre y apellido y una vida por delante. Y no olvidar nunca los rostros tétricos y cobardes de sus asesinos y torturadores. Y volveré a ir por cada uno de ellos y por nosotros, la mayor venganza contra los criminales son nuestras vidas, nuestras luchas, su profunda derrota.
Una multitud despidió desde la explanada de la Universidad, los restos encontrados de Eduardo Bleier. Recuerdo haber visto muchos jóvenes, que no vivieron aquel tiempo sombrío, pero tenían claro que estaban construyendo el “Nunca más” y reivindicando una corta vida dedicada a un proyecto absoluto que necesitaba de constructores de causas concretas e imposibles.
Por eso escribo, porque el compromiso con liquidar todo vestigio de la dictadura, tiene rostros, sentimientos que nos convocan, en fechas especiales, pero todos los días.