No me refiero a la simple función de dormir todas las noches, sino a la capacidad de dormirse sin remordimientos, sin culpas importantes. Yo no lo logro.
No me arrepiento de haber luchado por un mundo casi imposible donde el hombre sería el lobo de otros hombres y sobre todo mujeres, sino de en aras de ese proyecto haber justificado y defendido cosas aberrantes, que no admiten explicaciones ideológicas, sino que son la negación de la base de cualquier proyecto, la sensibilidad humana.
Me arrepiento de haber justificado y defendido que columnas de tanques de diversos países “amigos” hayan invadido y aplastado a Checoslovaquia. Fue y es imperdonable. Y lo hice y me critiqué duramente.
Estoy arrepentido de haber liquidado o explicado el asesinato de millones de campesinos, obreros, ciudadanos, dirigentes comunistas, generales del ejército rojo, intelectuales, médicos, con la simple explicación del culto a la personalidad de un criminal como José Stalin.
Ni los crímenes cometidos en aras de la civilización, nuestra civilización, en Afganistán, a pesar de que sigo pensando que los talibanes son la expresión más retrógrada de la civilización o mejor dicho de la barbarie en la actualidad.
Desgraciadamente podría seguir, aunque también es cierto que, cuando muchos callaban o siguen callando, condené y argumenté contra los regímenes dictatoriales escudados detrás de una supuesta izquierda en Venezuela, en Nicaragua, y luego de admirar y querer a Cuba cuando era una revolución en serio, seguí explicando sus fracasos, su retroceso constante, su expulsión de millones de cubanos y la falta absoluta de libertades, por parte del bloqueo, como si el imperialismo pudiera determinar nuestra propia identidad y nuestro desprecio por la libertad de nuestro pueblo.
Porque no puedo dormir tranquilo, porque asumí mis responsabilidades políticas, pero también las otras, las más hondas, las humanas, es que puedo escribirles a los que hoy y hace tiempo por fanatismo sionista o religioso o del tipo que sea, son capaces de justificar un genocidio y el terrorismo de estado como el que practica hoy Israel y gritan contra el antisemitismo si denunciamos esos crímenes horrendos del gobierno de Netahayu, pero también de sus fuerzas armadas y de seguridad y de muchos escribas que a lo largo del mundo utilizan su poder en los medios para defender el asesinato masivo de 35 mil palestinos, más de la mitad de ellos niños y mujeres, los 75 mil heridos y mutilados, los 10.000 desparecidos bajo los escombros de sus bombardeos masivos.
Me indigna que asesinaran a siete cooperantes internacionales, que se estaban jugando la vida para ayudar a ese pueblo martirizado en la franja de Gaza y me alegro por la reacción de repudio en todo el mundo. ¿Pero y los miles y miles de víctimas civiles, los médicos, los maestros, los trabajadores, la gente simple que todos los días asesina Israel, no merecen el mismo repudio?
Deben dormir tranquilos y con la panza llena los que defienden el uso del hambre, de la destrucción de hospitales, de la desesperación con sus columnas, sus programas en muchos medios en poder del lobby sionista.
No me vuelva con el cuento del ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre, que duró varias horas y que penetró 30 kilómetros en la frontera más defendida del mundo. Era un ataque terrorista preparado durante un año y conocido por los omnipresentes servicios de seguridad de Israel. Como dijo Netahayu en el parlamento de Tel Aviv, si queremos evitar que haya un estado palestino tenemos que apoyar a Hamás. Textualmente, hace 3 años.
Y lo hicieron, y los terroristas fanáticos que dividieron Palestina, que prometen el martirio santo a sus muertos, organizaron el ataque que Netanyahu necesitaba para aplastar a Palestina y no solo a los terroristas de Hamás. Y lo hizo con toda la cobardía de los genocidas, desde los mejores tanques, desde la superioridad aérea y de artillería más absoluta. Y con el apoyo incondicional de cientos de oscuros personajes, gente de bien, madres y padres, que se han prestado a esta provocación innoble para un pueblo que sufrió en la guerra mundial el asesinato de millones de personas.
La defensa del gueto de Varsovia podría asimilarse perfectamente a la desproporción entre los defensores de Gaza y sus atacantes actuales. Y la lentitud en responder por parte de las potencias aliadas, en especial la Unión Soviética —lo digo con todas las letras, yo que soy un admirador de sus proezas en la derrota de los nazis— con la pasividad de todos ante esta masacre. Desde Egipto con el desgraciado dictador del general Abdelfatah El-Sisi, cuyo ejército la única guerra que ganó desde la época de los faraones fue a su propio pueblo, o las satrapías de la zona del golfo, armados hasta los dientes e inútiles a todos los premios y sobre todo Estados Unidos, el proveedor y protector de los asesinos del Tel Aviv y la Unión Europea que se ha cansado de tanto arrastrarse.
Israel no solo es un estado genocida, es un país terrorista que bombardea consulados y embajadas en Siria y el Líbano con total impunidad. Con todos sus antecedentes como el ataque a la flotilla con ayuda humanitaria para Gaza que se produjo el 31 de mayo de 2010 en aguas internacionales del mar Mediterráneo asesinando a nueve activistas y un periodista. Turquía, país de procedencia de la mayor parte de los activistas de la flotilla, calificó de “inaceptable” el asalto al convoy.
Pero todo quedó en declaraciones y uno de los ejércitos mejor armados del planeta se dedicó los últimos siete meses a tratar de exterminar a la población de Gaza y mientras tanto, sus defensores fanáticos, imperdonables, se lamentan de que crezca el antisemitismo. Pues ellos y su gobierno de asesinos son los responsables directos del crecimiento del odio hacia Israel. Pero ellos siguen durmiendo tranquilos.
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