Por Esteban Valenti | @ValentiEsteban

A veces aún con la mayor tenacidad, hay que resignarse: hay miserias humanas que no pueden cambiarse. En las campañas electorales o en cualquier circunstancia política hay una línea divisoria fundamental: discutir ideas o discutir insultos y bajezas.

A las redes sociales nada de los humanos le es ajeno, pero hay que admitir que, así como son un formidable instrumento tecnológico para comunicarse con otros seres humanos, para recibir información de las más diversas fuentes, son también una poderosa arma para difundir mierda. Hay que admitirlo.

Basados en que en algunos casos los textos deben ser cortos, otras en que se esconden en el anonimato, que es una de las bellaquerías más repugnantes, porque desde que existe el texto escrito, desde el origen de la historia, es la miseria de tirar la piedra y esconder la mano, no afrontar ninguna consecuencia, lo cierto es que en algunos casos son una verdadera barométrica. ¿Nos debemos acostumbrar a chapotear en ellas? No es fácil.

Escribir columnas, aparecer en los medios de comunicación, hacer discursos implica exponer ideas, buenas, malas, pobres, mediocres, brillantes y todos los adjetivos que se les ocurran. Pero son ideas. Hay que arriesgarse, y el riesgo, incluso intelectual le da otro valor, mejor dicho, le da valor.

En política, pero en muchas otras actividades la posibilidad y la necesidad de asumir responsabilidades al exponer ideas, es fundamental. No se trata de tener razón, sino de aportar al conocimiento y al razonamiento colectivo.

No se trata de ser todos angelicales, de promover los movimientos del minué, la polémica y las ideas muchas veces surgen y provocan polémica, son filosas, agudas, complejas o descriptivas y planas. Pero en definitiva la política se ha basado desde el surgimiento de "ágora" en la polémica, en exponer las propias razones y criticar o apoyar razones ajenas. Y recibir lo mismo.

El problema es que hoy en día, es casi imposible discutir con alguien. Todo o casi todo se reduce a fogonazos que difícilmente contengan un razonamiento, una argumentación estudiada y basada en hechos y razonamientos elaborados, en teorías y en historias que le aporten a la política la densidad cultural que la haga crecer y que nos enriquezca a todos. De los buenos adversarios se aprende.

Cuando se promueve con pasión y con dedicación el insulto, la descalificación es básicamente porque no hay capacidad de argumentar, de oponer otras ideas, de defender ideas propias.

La historia de la izquierda es en buena medida la historia de sus polémicas. Y nunca fueron santas y fáciles. El problema es cuando comenzó sistemáticamente a crecer la descalificación. Para pensar diferente a la verdad indiscutida, había que tener una falla, algo que lo explicara, de lo contrario nuestras verdades eran tan deslumbrantes que debían ser aceptadas integralmente.

Para discrepar con la verdad oficial había que ser un revisionista, un aburguesado, un traidor, un oportunista, un vendido al enemigo, un timorato, un flojo y otra cantidad de debilidades humanas, a veces incluso sumadas. Hay textos "sagrados" que son un compendio de ese mecanismo, incluso discutiendo de filosofía. Pero si se busca debajo de la capa de insultos, se encuentran argumentos e ideas importantes, que aportan al razonamiento. Yo practiqué esa forma de polemizar, la conozco y lo reconozco.

Lo que ha cambiado es que ahora, lo que queda casi exclusivamente son los insultos, los adjetivos y abajo no hay nada. Nada de nada.

No es una casualidad, no es una enfermedad, es el resultado de haber transformado la política en una cada día más pobre actividad intelectual, encerrada en las exigencias del marketing, y con una obsesión absoluta: el poder, y casi nada más que el poder.

¿Cuánto estudian hoy los políticos profesionales? Me refiero a los que dedican su vida a la política, paga o en forma gratuita, eso es complementario. ¿Cuántos textos, artículos, columnas, conferencias pronuncian y sobre qué temas?

Este achatamiento no es tampoco espontaneo, es una ideología, la ideología de la mediocridad y la total subestimación de la propia ideología y de la cultura política. Es crear y fomentar un clima adecuado para la chabacanería, la pobreza cultural, la prevalencia de las lealtades por encima de las ideas y los ideales.

No es nueva, tiene una larga historia en la política. Lo que es seguro es que de esa pobreza política, de esos silencios conceptuales y abundancia de insultos, de esos aplausos acríticos, nunca salió nada bueno. Solo basura.

No se trata de un lujo intelectual, promover un debate de ideas, con altura, con aportes, es un ingrediente fundamental, para buenos gobiernos, para la capacidad de negociación de proyectos nacionales y de Estado y para calificar la política ante los ciudadanos. Y para vivir mejor.