Tengo un recuerdo vago del Mundial del 86. Tenía apenas 6 años cuando Maradona dibujaba su magia en México. Esta vez, en un partido para el infarto, siempre sufriendo como no podía ser de otra manera, la Argentina obtuvo el tricampeonato de la Copa del Mundo en Catar 2022. Son muchos los argumentos futbolísticos que, conjugados, hicieron posible este glorioso triunfo. Adicionalmente, hubo un plus, sobre el cual me interesa reflexionar.
El líder menos pensado. Scaloni tiene 44 años, es de Pujato, Santa Fe. La gente no futbolera es muy probable que no lo conociera antes del Mundial. Demostró pragmatismo absoluto, con su estilo sencillo, sereno y humilde. Supo tener la valentía para la toma de decisiones complejas: dejar en el banco a jugadores referentes de su ciclo; sostener a los jóvenes como Álvarez, Fernández y Alexis, que pedían pista; construir alianzas para que esos cambios no resintieran la cultura del equipo.
Tener la meta clara. Desde el día uno, el equipo llegó a Catar con el objetivo de jugar los siete partidos. Por modestia, no se dice que el último partido será la final con el deseo de ganar y levantar la copa. Cuando todos están convencidos, asimilan las cosas rápidamente, tiran para el mismo lado y no hay tiempo para distracciones.
Subestimación de capacidades. Cuando asumió, Scaloni era un joven inexperto. No tenía en su hoja de vida haber dirigido a River o Boca, ni un pasado muy destacado en la selección. Por eso fue duramente criticado por los periodistas deportivos más renombrados. Él mismo, en una conferencia de prensa lejos de polemizar, les dio la razón sobre este tema restándole total importancia. Pero ¿por qué confundimos falta de experiencia con falta de capacidad? Sí, son dos cosas distintas. La experiencia es clave. Ahora bien, quedó demostrada la capacidad de Scaloni para trabajar bajo presión, formar un equipo competitivo, e instaurar una cultura de pertenencia y convencimiento inquebrantables entre sus dirigidos. Son hitos muy meritorios de su gestión, que si no le hubieran dado la posibilidad, no lo habría podido demostrar.
Un equipo adentro y fuera de la cancha. El fútbol es un juego colectivo, aunque a veces se reduzca a duelos de talentos individuales: Messi vs Mbappé. Los vínculos entre jugadores intergeneracionales y el liderazgo por parte del entrenador fueron afianzándose durante la convivencia mundialista. Esa unión sólida se vio plasmada con el correr de los partidos.
Perseverancia. Messi es el ejemplo que mejor encarna esto. Luego de renunciar a la selección en 2016 tras tres finales fatídicas, recibe el cariño y el apoyo incondicional expresado en miles de cartas de niños y grandes, que lo hicieron recapacitar y volver sus pasos. Dejó atrás el dolor de los cuatro mundiales sin éxito, se levantó una y otra vez. Entregó su vida a este sueño que se materializó finalmente en Catar 2022. La perseverancia es ese esfuerzo de manera continua, yendo tras el objetivo. No claudicar, aguantar la presión y seguir, una y otra y otra… La perseverancia fue sostenida por todo el grupo y se plasmó en el juego de la Albiceleste durante cada partido del Mundial.
Sacrificio, corazón, agresividad y empuje. No creerse más que nadie. Trabajar duro, en equipo, ser solidario, tener entrega y no guardarse nada. Lo que más admiro del juego en este Mundial es esa predisposición para jugarse la vida en cada pelota. En cada corrida, cruce en el mediocampo, estuvo presente el corazón; la agresividad (bien entendida) para recuperar la pelota y buscar el arco contrario.
Adaptabilidad a los cambios. El entrenador hizo muchos cambios partido a partido. La prensa extranjera tildó de “camaleónico” al equipo argentino. Un adjetivo algo peyorativo para mi gusto, pero bueno. Y sí, esto es fútbol: dinámica de lo impensado; la flexibilidad para adaptarse rápidamente es una virtud y no un defecto, tanto en el fútbol como en los negocios o en la vida en general. Scaloni supo leer el último partido e hizo un planteo notable que anuló completamente a Francia hasta el minuto 80. Sus dirigidos tuvieron la astucia de saber lo que el juego pedía en cada momento. A veces, desplegar un fútbol florido y deslumbrante; otras, ser paciente en ataque, ponerse el overol, presionar, marcar, cortar el juego y recuperar. Más aún, saber sufrir en los panales y ganarlo.
Comunión, cultura basada en valores. Previo al Mundial ya se veía un grupo unido. Con valores enraizados como humildad, sacrificio, compañerismo, compromiso, responsabilidad colectiva, orgullo propio y el asumir con hidalguía la representación de 45 millones de fanáticos que presagiábamos el desenlace ocurrido. Es imposible alcanzar un título de esta jerarquía sin una cultura organizacional que lo posibilite. La serenidad del cuerpo técnico tanto en la derrota como en la victoria fue un faro. La conducta y actitudes mostradas fueron un ejemplo. No polemizó, zanjó discusiones picantes sugeridas en las ruedas de prensa, y reconoció siempre la calidad de jugadores y técnicos rivales. Son valores que desmitifican que “todos” los argentinos somos un pueblo altanero y arrogante, tal como se nos etiqueta a veces desde afuera.
Y a la hora de los festejos reinó la paz, la alegría y la familia en la cancha con los jugadores, siendo partícipes del logro conseguido. Si hasta Messi le sacó una foto a Antonella, su mujer, sosteniendo la copa del mundo.
Humildad. Esa extraña cualidad esquiva para algunos argentinos fue de principio a fin el estandarte de esta selección. Un técnico criticado en demasía, tildado de “traidor y mala leche”. Pese a todo, la “Scaloneta” (aunque lo ponga incómodo) con perfil bajo siguió avanzando. Nunca se creyó más que nadie, y tuvo una conducta admirable e imitable para el resto de los argentinos. Aquí no cuenta el episodio contra Países Bajos, ya que ellos iniciaron el pleito. Calentaron la previa con comentarios desafortunados sobre Messi. Y… “lo que pasa en la cancha, se queda en la cancha”. Quienes jugamos al fútbol sabemos de qué se trata esta regla de oro.
Confiar en uno mismo, sin importar los de afuera. Debería haber ubicado este punto al principio. Sin creer en uno mismo, no hay nada. Esta selección fue ganando confianza a medida que avanzaba el ciclo. Los triunfos amplifican la confianza. Pero sabemos que los vínculos entre las personas son lo más importante. Se potencian los unos a los otros, fortaleciendo la moral grupal. Tan sólida es la confianza de este grupo que luego de la derrota del primer partido, Messi, con mucha prestancia, declaró: “Este grupo no los va a dejar tirados”. Scaloni hizo lo propio diciendo que había sido “un traspié” y pidiéndole a la gente que confiara, que ellos lo iban a sacar adelante. Oh, ¡vaya si lo hicieron!
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