En su libro Infocracia, el filósofo coreano Byung-Chul Han, llama la atención sobre el peligro que enfrenta la democracia a partir del dominio del dato sobre el discurso y el argumento.
La inmediatez, la comunicación efímera de las redes sociales, el torrente de información que abruma, se imponen ante la reflexión, la cultura del libro, los espacios de debate público.
Es la civilización del espectáculo descrita por Vargas Llosa.
Siguiendo a Neil Postman ¹, Han nos dice que el infoentretenimiento pone a la democracia en una crisis.
En este sentido, lo real y lo inventado, cohabitan sin diferenciarse.
Para agravar la situación, los debates serios, en los que se enfrentan posiciones honestas intelectualmente, brillan por su ausencia. El tiempo de comparecencia de los políticos en los medios es muy corto y tienen que resumir sus propuestas a meros enunciados. Con esto, lo que se busca entonces, es la contundencia del mensaje, la etiqueta más que el fondo. Y con ello, llegan luego las descontextualizaciones y se comienza a discutir sobre el titular y no sobre lo profundo. Entre otras cosas, porque lo profundo no se conoce. Así, la discusión es superficial y nunca se debate sobre lo importante.
El filósofo coreano se equivoca cuando afirma que las noticias falsas (fake news), arribaron porque la red digital le creó las condiciones. Las noticias falsas datan desde el origen de los tiempos ². Lo que sí podemos convenir es que esas mentiras se han potenciado con las redes sociales y su propagación es instantánea.
Algunos otros agravantes de esta realidad, es que los políticos y sus equipos de campaña y hasta algunos gobiernos, toman decisiones, legislan, responden y se guían por lo que dice esa anomia llamada “redes sociales”, ejércitos de bots, nacionales o extranjeros, interesados en volcar las voluntades hacia un lado o hacia el otro.
Dirá Han que la crisis de la democracia, es una crisis de la escucha. Es decir, los ciudadanos -y los políticos- cada vez hablamos menos para expresar e intercambiar ideas, reducimos el debate público, nos escuchamos menos entre sí, y por ende, herimos gravemente a la democracia.
La discusión política, corta y mediática, busca hablarle a sus seguidores y no apunta a mejorar la presentación de sus argumentos y tratar de atender los del otro.
Ello brinda un campo enorme para que la demagogia y la mentira irrumpan en la pequeña escena del debate público y, con ellas, el golpe final a una debilitada democracia. De este modo, decir la verdad en el espacio público, se torna lo más revolucionario y también lo que más escasea. Esto tampoco es novedoso, -Hannah Arendt, por ejemplo, lo estudió profundamente a lo largo de su existencia-, pero no deja de ser actual.
Ahora, invito al lector a revisar acontecimientos de la política internacional y ponerlos como ejemplos de cada una de estas afirmaciones. Es muy sencillo, pensemos en presidentes que no concurren a la entrega del mando a sus sucesores, o a seguidores que pretenden tomar las instituciones republicanas cuando ha llegado un partido al que no siguen.
El mismo ejercicio debemos hacer para nuestro país. En Uruguay gozamos de una democracia plena, pero ello no significa que no tengamos, desde hace años, algunas luces amarillas a las que debemos prestarle atención.
Pensemos entonces en ejemplos vernáculos. Estoy seguro que se le han venido varios a la memoria.
Algunos de esos ejemplos, terminaron en renuncias. Los más dignos. En otros casos, sus protagonistas no se han dado por aludidos.
Lo que tenemos en el debe, quienes poseemos responsabilidades políticas aún más, es escucharnos y debatir con honestidad intelectual, denunciando cuando la mentira se mete por las hendijas discursivas. En ese caso, no solamente tendremos un debate más puro, estaremos resguardando, además, nuestra democracia plena.
¿Y si hacemos una cruzada para desterrar la mentira del espacio público?
1. Divertirse hasta morir, Neil Postman.
2. Un ejemplo de ellos es Fake News de la Antigua Roma de Néstor F. Marqués.