Torre Ejecutiva, cerca de las 14 horas, día 122 de la pandemia. El presidente Daniel Martínez se presta a realizar su decimonovena cadena nacional. Se trata del lanzamiento del plan PINTOS (Programa Integral Nacional Transversal de Organización Solidaria).
Es la presentación de la nueva respuesta de la cuarta generación progresista al coronavirus. Al lado del presidente se encuentra la Dra. María Julia Muñoz, avezada ministra de Salud Pública, surgida por el consenso entre el Sindicato Médico y las gremiales de la Salud a los efectos del combate de este flagelo. Detrás y de pie, la totalidad de la intersocial, encargados ellos de pulir el programa de forma inclusiva y con perspectiva de género.
No llama la atención la presencia del embajador de la República bolivariana de Venezuela; todavía resuenan las palabras del Presidente Maduro en aquel apoteósico acto en el Antel Arena del 2 de marzo próximo pasado. "Uruguay tendrá el respaldo económico y financiero de Venezuela. La alianza contra el capitalismo neoliberal tiene que traducirse en el intercambio de petróleo por alimentos".
Llegadas las dos en punto, la placa plateada del sol del escudo nacional aparece en todo el país y se siente la voz del Presidente: uruguayos, uruguayas y uruguayes... y posteriormente dos horas de diapositivas y naturalmente sin preguntas de la prensa.
El tono y la gestualidad de la conferencia refleja con claridad la tensión del momento. Uruguay esta sacudido, conmovido y aturdido.
En la conciencia social se recuerda aquel Montevideo Rock pletórico de jóvenes, que desafiando al destino se congregaron en la Rambla del Parque Rodó. Con el escenario pronto y el catering de 50 mil dólares para los artistas, la decisión del intendente fue inicialmente aplaudida por el piberío montevideano.
Las autoridades de la enseñanza junto con FENAPES no vieron riesgo alguno de suspender las clases, y los informes de reservas en las termas y los campings de la costa presionaron para cumplir el sueño de la semana de Turismo, donde el único cambio era el nuevo protocolo en las criollas del Prado, especialmente en el diámetro de las espuelas y el cambio del talero tradicional por una fusta amigable con el bagual.
El contagio se expandió, del casamiento de Carmela al pogo del recital y así a distintos rincones de la Republica. El devenido en Canciller Eduardo Bonomi no se cansaba de explicar con gráficos de todos colores, que no es nuestra culpa, que tenemos el mismo porcentaje de contagios que nuestros vecinos, que es una enfermedad que afecto directamente al Cono Sur y que en honor a los Héroes del 50 la combatiremos con toda nuestra mayor firmeza.
Al alertar de la movilidad de la enfermedad, la FOICA (Federación Obrera Industria de la Carne y Afines) presionó para el cierre de todas las plantas frigoríficas, las gremiales de graneleros hicieron lo propio y el Sindicato de Camioneros exhortaba a no mover los camiones.
Frente a ese escenario y después del vigésimo Consejo de Ministros, el gobierno decreto la cuarentena obligatoria exhaustiva con toque de queda en todo el territorio nacional. Marzo y abril, que son meses de cosecha, no tuvieron cosechadoras. El Ministro del ramo, enfatizaba que la salud de la población está por encima de las presiones de los lobbies de la oligarquía sojera. El sindicato de CONAPROLE cercó las plantas para evitar movilidad y el contingente de seguridad de la policía y el ejército recorrían las avenidas principales controlando que se quede la gente adentro de las casas.
En el exterior estaba la esperanza. El jet presidencial fue cedido excepcionalmente a un diputado oficialista al que se le encargó ir hasta Cuba a buscar la solución medicinal. La vicepresidenta declaraba una y mil veces que el Parlamento debía de dar el ejemplo, no reuniéndose ni legislando, y que cualquier comunicación hacia los partidos de la oposición debía de hacerse por zoom. Desde el Ministerio de Economía las ordenes eran: expansión monetaria, asumir que lo importante es la ratio déficit - deuda y que, mientras las transacciones se hicieran por medios electrónicos, el control de la evasión sería eficiente.
Fue en ese instante que salté de la cama, abrí los ojos, me sequé la transpiración y le vociferé a mi inconsciente por darme estas pesadillas a mis casi 50 años.
Después lo escuché a Mujica decir que con los blancos siempre viene ajuste y rebaja salarial, y más tarde lo escuche a Tabaré Vázquez diciendo que si las elecciones hubieran sido una semana más tarde hubiesen ganado la elección.
Ahí recordé mi primer encuentro con el Partido Nacional, en aquel casette con la voz de Wilson que escuché a los 8 años en la Paloma de Durazno, o la enseñanza de responsabilidad que nos dio en el discurso de la Explanada Municipal.
Me vino a la mente la cara de complicidad del funcionario del registro cuando anotaba el segundo nombre de mi hijo varón en honor a aquel gaucho de frontera que puso a disposición sus campos para luchar por la libertad, o a la quilla de nuestro barco que hiende mejor en aguas embravecidas.
Recordé los cantos a las derrotas, las lágrimas de los gurises en cada elección y los miles de jinetes que homenajearon al Presidente en el día de su asunción.
Recordé que estamos para servir no para ser servidos, que Unamuno con su trágica visión nos sintetiza nuestro accionar: "El modo de dar una vez en el clavo es dar cien veces en la herradura, o debemos siempre ser padres de nuestro porvenir y no hijos de nuestro pasado".
Recordé nuestras ruedas de mate con el presidente Lacalle Pou, nuestros sueños compartidos, nuestro desvelo de ser gobernantes de nuestro tiempo, y ahí respiré tranquilo.
El péndulo del destino nos colocó en el lugar correcto: Uruguay, año 2020.
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