Nota: en febrero de 2020 dejé de escribir mi columna en este espacio por respeto a la muerte de miles de compatriotas. Esta columna trata de banalidades, apunta a entretener y sentí que no correspondía compartir estas revisiones de absoluta trivialidad, en un momento que siento fue de horror por la muerte de tantos miles.
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La algarabía de las tribunas del nuevo estadio de Wembley, por fin nuevamente rebosantes de gente, le daban una pizca de nervios y acción a la nada nueva escena de los equipos en el césped, que se afanaban en distribuir estrategias y mandatos a los jugadores de las escuadras de Italia e Inglaterra.
Se disputaban la copa de Europa y habían llegado a la tanda de penaltis. Nada nuevo bajo el sol (apenas que Inglaterra volvía a una final luego de más de medio siglo, lo que no debería sorprendernos ya que se trata de apenas una fracción de reino, sin parlamento propio, aunque sí con selección de fútbol). Sin embargo, a la luz de la información aparecida recientemente, sí había algo nuevo, estúpidamente nuevo o nuevo y estúpido. Aunque no saltara a los ojos, aunque no fuera visible, a la luz de la información, podemos ver hoy a los integrantes del equipo de Inglaterra en ese momento, como a los seres humanos alienados y sin pensamiento propio de 1984, la novela de Orwell.
No había gente tomando decisiones en ese lugar. No había olfato, viveza, malicia, psicología o intuición. No había fútbol en vena de nadie. No había pasión, intensidad, ni peleas nerviosas por la decisión más acertada para lograr el campeonato. Había un plantel con todo lo anterior en stand by, acatando las instrucciones de un ser superior, un desarrollo tecnológico al que, cual Gran Hermano, no podían cuestionar porque para eso se habían gastado el equivalente actualizado de varios galeones piratas cargados de oro.
Me imagino al utilero, generalmente un sabio silencioso, callado, observando a sus compañeros paralizados, con ganas de gritarle a Southgate, el Mr, -"It´s an algorithm, stupid!"- con un sentido por supuesto contrapuesto al de Clinton con it´s the economy, stupid.
El tal desarrollo había compilado data a lo grande (¿big data?) de cómo le pegan a la pelota entre los tres palos los súbditos ingleses que a las postrimerías se quedaron de momento sin el título de Europa y sin el título de Sir que por ahí también soñaban.
La decisión de la lista de pateadores de los penales fue una desinteligencia. Artificial y desinteligencia a la vez, lo que hoy es virtualmente una realidad más frecuente y tan celebrada, como es inexplicablemente infrecuente que se reconozca y se anuncie cada vez que da resultados tan nefastos como el de esta Eurocopa. Está lleno de casos fracaso, pero la mayoría son privados y sin gracia. No son para compartir como esta ejemplar patinada de la escuadra inglesa. Según publicaron diversos medios europeos, la lista la configuró un algoritmo que calculó quienes eran los que tenían las mejores chances de embocar los penales y el que empezó por no embocar fue el algoritmo. 3 de 5 erraron. El bloody 60% de los penalty shoots marrado. ¿Cuál es el promedio de penaltis que se convierten cuando no mete la pata un algoritmo? Seguro que está muy por encima del 40%.
Pero el algoritmo que decidió los penaltis ya se había puesto por encima de Gareth Southgate, en el minuto 120 de partido, justamente para hacer ingresar al pobre Sancho.
"Ladran, Sancho", le faltaría decirse después a sí mismo, antes de escribir la carta de descargos que publicaría en redes, por la derrota de la que lo culparon racistas -racistas heavy metal y hasta punk y no como los que se mandan un simpático "Gracias, Negrito" y se comen 3 fechas y multa de Libras 100.000- que hay unos cuantos entre los folclóricos hooligans.
En fin, God save the algorithm.
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