La industria del software en Uruguay es un caso de éxito. Decenas de empresas formadas por profesionales y emprendedores uruguayos producen cada vez más para Uruguay y el mundo. Algunas son pequeñas empresas transnacionales en proceso de crecimiento, con sedes en diversos países y con clientes en muchos más.
El 2019 fue un año récord para el sector que alcanzó el 3,4% del PIB. Las ventas al exterior crecieron un 23% respecto a 2018. Según el presidente de la Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información, Ing. Leonardo Loureiro, aspiran a llegar al 5% del PIB en el corto plazo.
El año 2020 no fue solo de pandemia, también fue de crecimiento del sector en prestigio internacional. Uruguay tuvo su primer "unicornio" -d·Local- una startup tecnológica valuada en más de 1.200 millones de dólares y la aplicación Coronavirus UY, desarrollada en tiempo récord fue rápidamente bendecida por Google y Apple. Ambas circunstancias fueron señaladas a fin de año por una nota del Financial Times. El periódico británico señaló que la floreciente escena tecnológica local permitió que Uruguay brillara durante la pandemia.
Entre los factores remotos del éxito actual, los estudios de grado en ciencias de la computación se introdujeron en Uruguay solo dos años después que en el MIT. Aquellos pioneros recibían el llamativo título de "Computador Universitario". El artículo también menciona como factor relevante reciente el Plan Ceibal, el enorme esfuerzo que lideró con sapiencia Miguel Brechner.
El fracaso
El fracaso obviamente no está en el exitoso sector de las tecnologías de la información, sino en que no hemos tenido capacidad de orientar y capacitar laboralmente a miles de jóvenes. Antes del COVID-19, la tasa de desempleo juvenil era el triple que la general. Tres de cada diez jóvenes que querían trabajar no encontraban dónde, representando una de las tasas de desempleo joven más altas del mundo, como destacó el Fondo Monetario Internacional en el informe sobre Uruguay presentado el 21 de febrero de 2020.
Al mismo tiempo, según indicó Loureiro en su comparecencia ante la Comisión de Expertos en Seguridad Social, el sector tiene un déficit de 2.500 trabajadores que lo está cubriendo con recursos humanos de fuera del país. No es siquiera desempleo cero, sino que es "desempleo negativo", porque el sector no logra satisfacer su demanda de trabajadores con la oferta existente a nivel nacional. Esa misma circunstancia lleva, además, a que los estudiantes retrasen o abandonen sus carreras, cediendo a la tentación de las ofertas laborales. Es un cuestionamiento que se hacen los propios referentes de la industria del software y que se recoge también en el ámbito universitario.
Ese es el fracaso: hay un sector de la economía local que crece y necesita trabajadores, mientras que miles de jóvenes necesitan trabajo pero no están formados para ocupar esos puestos.
Mal pronóstico
No estamos logrando tener la cantidad mínima de jóvenes capacitados para trabajar en un sector típico de la economía del conocimiento. El trabajo del futuro tiene más interrogantes que certezas. Según el informe final del grupo especial conformado por el MIT sobre el trabajo del futuro, más del 60% de los trabajos de 2018 no estaban "inventados" en 1940.
En los próximos años y décadas habrá trabajos o tareas que dejen de ser hechas por humanos y aparecerán otras tareas o trabajos que tal vez no podemos ni imaginar. Nada asegura que los ritmos de desaparición y aparición vayan a coincidir y habrá que estar atentos a esas transiciones.
Sin embargo, lo que es seguro es que una sociedad que aspire a tener posibilidades razonables de éxito deberá hacer un gran esfuerzo para dotar a su gente de los conocimientos y habilidades que les permitan integrarse a un mundo laboral cambiante, que se caracterizará por la masiva incorporación tecnológica. La industria del software, exitoso sector productivo en Uruguay, es por definición una actividad en la que solo crecerán las oportunidades laborales en el futuro.
A comienzos de este siglo había 815 mil menores de 15 años. Hoy son algo más de 700 mil y en 2050 se estima que serán unos 600 mil. Cada vez menos jóvenes. Sin embargo, son el grupo de edad con mayor incidencia de pobreza (10 veces más que los mayores de 65 años).
No es ajena a las carencias asociadas a la pobreza que la mayoría de los jóvenes no termine secundaria. En 2020, egresaron de educación secundaria media 4 de cada 10 jóvenes, incluso tomando en cuenta hasta los veinteañeros. Es un resultado inferior al de la media de América Latina. Los logros de los estudiantes uruguayos no ofrecen un panorama más optimista, como lo muestran los resultados de pruebas internacionales y locales. Esos resultados no son parejamente mediocres, están segmentados. En el informe Aristas del Instituto Nacional de Evaluación Educativa del 2020, se observa que los resultados y su distribución están fuertemente marcados por las características socioeconómicas de los estudiantes.
En marzo de 2017 el expresidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, aseguró que los uruguayos tendríamos un futuro brillante si sintiéramos tanta pasión por la educación como por el fútbol. Conforme al índice de desarrollo humano del Banco Mundial, cuando un niño uruguayo sea adulto tendría apenas el 60% de su potencial, debido fundamentalmente al déficit educativo.
La ventaja comparativa de tener recursos humanos mejor preparados que otros países de la región tiende a desvanecerse. Por otra parte, la educación parecería no estar cumpliendo su rol de promoción social, tradicional del siglo pasado. La desigualdad social no se está atenuando por acción del sistema educativo, por el contrario, parece estar profundizándose, dada la segmentación social de los egresos y los resultados.
No puede haber prioridad más alta que dotar a nuestros pocos jóvenes del máximo potencial posible. Es un imperativo ético, social... y también económico. El déficit de oferta laboral para cubrir la demanda de la industria del software no es un buen pronóstico de cómo estamos adaptándonos a las nuevas características del trabajo, de su futuro y, en definitiva, del nuestro.