Faltan poco más de 800 días para el final de este gobierno.
El Partido Nacional (PN), columna vertebral de la Coalición Republicana (CR), tiene un desafío gigante por delante, de máxima responsabilidad: volver a ganar las elecciones y seguir siendo el eje sobre el que gire la alianza de partidos que logró desplazar al Frente Amplio (FA) luego de quince años en el ejercicio del poder.
El cambio de escenario —de oposición a oficialismo — obliga a los blancos a repensarse desde el gobierno y asumir una tarea política nueva e inédita: diseñar una campaña electoral ostentando la presidencia. Menudo desafío para un partido acostumbrado a estar en la oposición luchando, precisamente, por llegar al poder.
Hoy el máximo desafío para el PN es retener el gobierno y que exista una continuidad en el camino que su presidente le imprimió al Uruguay. Esa prolongación de rumbo no debería ser ni una continuidad de perfil ni de estilo ni de ideas, ni siquiera de programa de gobierno, por dos simples razones: el mundo cambió demasiado rápido en muy poco tiempo y Luis Lacalle Pou no va a la reelección.
Cito algunos ejemplos: hay una invasión del ejército ruso a Ucrania con amenaza nuclear; el presidente chino Xi Jinping afianzó su poder temerario en China, y la amenaza de una invasión a Taiwán crece. La inflación está descontrolada en el mundo entero. La Unión Europea ahora sí se dio cuenta que tiene que avanzar con un tratado comercial con el Mercosur. En América Latina Chile, Brasil y Colombia demuestran que no hay espacio para radicalismos, sino que son tiempos de buscar el diálogo y ciertos consensos en el centro. Por otro lado, tras el triunfo de Lula en Brasil, la posición que sostiene Uruguay de apertura en el Mercosur es más incómoda aún de lo que ya era.
Lo que no cambió es que Estados Unidos sigue sin tener en cuenta ni a Uruguay ni a la región en su agenda de prioridades internacionales, pero eso fue siempre así. Además de sus líos políticos internos, es probable que entre en recesión. Y Argentina es siempre Argentina.
Queda claro que nuestra Cancillería y su cuerpo diplomático tienen por delante una tarea fundamental en la inserción del Uruguay en un planeta cada vez más agresivo e interconectado.
La pandemia impactó como un rayo a la civilización y en las familias uruguayas. La sociedad debió adaptarse en un corto plazo a transformaciones que en otras circunstancias hubiesen demorado décadas. Pese a que pasaron solo dos largos años, las demandas de las generaciones más jóvenes están cada vez más lejanas a la de sus padres y los desafíos del país son otros muy distintos a los de 2019. La política de la Libertad Responsable es un buen mojón desde donde proyectarse. Tirios y troyanos reconocen que el gobierno acertó en el manejo de la crisis sanitaria.
El trabajo tal como lo conocimos está en jaque. La idea de proponer impuestos a las máquinas es querer tapar el sol con el dedo. Voluntarismo puro que solo logra demorar más la inserción del Uruguay en el presente. Cuando desde filas del oficialismo y de la oposición se maneja esta opción, la de gravar a las máquinas que sustituyen el trabajo humano, me pregunto para qué cuernos se apostó a la “ceibalita”.
Resulta urgente enfrentar y sincerar la discusión sobre el futuro del empleo.
En torno a la inseguridad, la mayor presencia del narcotráfico en Uruguay muestra que también mutó la violencia y que la política de seguridad tiene que ser replanteada permanentemente. Lo mismo las políticas de cárceles y reinserción. El tema de la pobreza estructural —que la pandemia evidenció venía muy de atrás— tampoco se pudo superar, pese a los grandes esfuerzos en materia de primera infancia.
Las reformas de la educación y de la seguridad social avanzan con mucho viento en contra, pero están arriba de la mesa. Se nos va la vida como país en ambas. Nadie puede decir que este gobierno no dio las batallas que prometió dar. Luego está la realidad, la capacidad de los elencos políticos para concretar las promesas y el paso del tiempo.
Pero no habrá continuidad en el gobierno porque sí. No solo porque el Frente Amplio (FA) va a luchar con sus mejores armas y hombres y mujeres por conquistar el voto de los uruguayos, sino porque el derrotero que llevó al poder al actual presidente no es imitable. Nadie en su sano juicio piensa que imitándolo logrará el mismo resultado.
Su camino empezó en el lejano 2012, en Florida. Desde entonces fue consolidando un proyecto político que logró conectar con la mayoría de la gente, alinear a su partido y ocho años más tarde, en 2019, lo ratificó en las urnas. Para lograrlo tejió una alianza con otros partidos opositores al FA y demostró conectar con una sensibilidad de arraigo liberal muy profunda del Uruguay.
La responsabilidad no es sola del viejo partido blanco. El Partido Colorado (PC), Cabildo Abierto (CA) y el Partido Independiente (PI) también tienen la suya. Todos con diferentes problemas enfrentan un mismo desafío: armar una nueva estrategia para seguir pesando en el tablero de las decisiones políticas en el país.
CA ha centrado su accionar en la figura de su líder el general Guido Manini Ríos. Si bien quedó de manifiesto los problemas de funcionamiento interno por falta de experiencia de su plantel, se consolidó como una voz con perfil propio, de derecha popular, dentro de la CR.
Para las próximas elecciones Manini Ríos ya habrá dejado de ser sorpresa. Es un miembro más del sistema político. El ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, es un capital para usar, pero nadie sabe aún cómo hacerlo y sacarle provecho, si es que lo tiene. Su altísima popularidad debería ser un activo. Es una incógnita cómo será la campaña de los cabildantes. Una buena votación es clave para que la CR continúe en el gobierno.
Los colorados son la otra ala de la CR. Partido con vocación de gobierno hoy golpeado electoralmente. Su secretario general Julio María Sanguinetti gusta llamarlo de orientación “liberal progresista” para encontrar los nervios vitales que lo conecten con el poderoso Batllismo de comienzos del siglo XX y así revivir.
No tiene hoy candidatos consolidados por lo que la guiñada de Sanguinetti, el político más influyente del último medio siglo, sigue siendo esencial para decidir su futuro. A no ser que alguien se rebele. Su despertar es una incógnita.
Los blancos necesitan a los colorados y con los blancos los colorados tienen la oportunidad de seguir influyendo en los destinos del país, como lo hicieron siempre. Habrá que ver como dirime internamente el proceso de sus candidaturas para crecer en las urnas.
Otra cosa es el PI liderado por el ministro de Trabajo, Pablo Mieres. Comparado con su magra votación —consiguió un solo escaño en la cámara baja — su representación en el gobierno es desproporcionada: Daniel Radío, Mónica Bottero, Gerardo Sotelo y Conrado Ramos para destacar los que más sobresalen, amén del propio ministro de Trabajo. El desafío es pensar una campaña electoral “fuera de la caja”, para ofrecer a la ciudadanía algo nuevo y que entusiasme. Solo con la figura de Mieres no alcanza.
Por su lado, quienes tomen la antorcha de liderar al PN durante las elecciones de 2024 necesitan diseñar una propuesta nueva, diferente, esperanzadora, que conecte con el tiempo de la pospandemia, los aliados políticos, la nueva sensibilidad de los tiempos y los desafíos que hoy el mundo le plantea al país.
El contexto es diferente al de 2014: hay un gobierno en marcha a ser juzgado por la población, y una gestión para defender. Si bien hay de donde agarrarse para tomar impulso, solo con ese impulso no alcanza. Hay que llenarlo de contenido, sal y pimienta.
Si la sociedad y sus demandas cambiaron tanto en estos casi tres años también tiene que variar el planteo a los ciudadanos. Los votos no se heredan, los liderazgos no se pasan, los tiempos mutan y la historia —y las campañas — nunca se repiten.
Para los blancos es el momento de asumir el desafío de armar una nueva propuesta de esperanza, con cambio de enfoques, estilos, formas de trabajo y alianzas; ¿para qué?: para seguir firmes y unidos navegando rumbo al Norte que Uruguay eligió en octubre y noviembre de 2019.