Las cosas complicadas de la vida tienen siempre dos o más caras. La peste, el "Cobicho" como lo bautizó mi querida Selva, está dejando el tendal en todo el mundo de gente desempleada, y eso también sucederá en Uruguay, pero...del otro lado, hay muchos que al final del túnel nos cuesta volver al laburo. Nos cuesta reconocerlo, nadie dice una palabra, pero, es así.
Como me sucede a mí, que hago teletrabajo y puedo hacer más del 95% de las cosas de Uypress y de otros compromisos periodísticos, pensé que era mi edad o mis debilidades, así que hice unas cuantas llamadas a diversos amigos, para saber sus situaciones individuales, personales y empresariales. Y, ¡Sorpresa! Les sucede a muchos y en muchos lados, no es un fenómeno uruguayo. Lo escribo para los sueltos de lengua y de pluma que enseguida cargarán sobre la flojera laboral de los orientales.
Mucha gente sufre el encierro, pero no necesariamente tiene una arrolladora voluntad de volver a trabajar a su oficina o su lugar de empleo. Eso sí, siempre y cuando cobre su salario...
Una empresa uruguaya que tiene 80 trabajadores, hace una semana convocó voluntariamente, optativamente a los que tuvieran medios de transporte o vivieran cerca de su sede a retornar al trabajo: volvieron 3. En Argentina, algunos que podían quedar eximidos de las duras restricciones, se las impusieron ellos mismos. Se quedaron en sus casas y lo mismo me relató un amigo carioca y otro chileno.
Uno podría decir que es por responsabilidad o por miedo. Yo voy a agregar una debilidad humana, luego que le tomás el gustito a quedarte en tu casa, sin horarios, sin otras obligaciones que las del teletrabajo, sin verle la cara a tu jefe, con tu familia y tus mascotas, el retorno a la sede se hace cuesta arriba. Es posible que varios lectores de esta nota salten escandalizados, porque para ellos el regreso al lugar de empleo es sagrado. Es posible que sea así, para algunos, pero la costumbre, la imposición diaria de ir a trabajar no es una jauja para la mayoría. Me incluyo y lo confieso.
Le agarré el gustito a cocinar todos los días, a no tener reuniones y que los horarios me los programé yo casi en el 100%. ¿Será el síndrome de Estocolmo? Y no me refiero al personaje de la Casa de papel.
No me refiero a abandonar totalmente las obligaciones y los derechos laborales, sino a que el concurrir todos los días, en horario, con un conjunto de cosas que no incluye el teletrabajo, como el viaje, el estacionamiento o el ómnibus, el clima, la comida fuera de casa, y muchos otros detalles, pesan. Aunque nos cueste reconocerlo.
Vuelvo al chiste del perro pastor que vigila las ovejas desde una amplia pantalla de computadora, es cierto que debe extrañar el ladrido, el contacto con los lanudos animales que cuida, pero seguramente la tibieza del hogar, su mullida cucha y muchos otros detalles lo van malacostumbrando. Nos pasa lo mismo.
La famosa cultura del trabajo, es también una costumbre que incorporamos a nuestros reflejos condicionados, a nuestra cotidianidad y a nuestras alienaciones. Hasta el galeote se acostumbra al remo. Y aunque muchos de nosotros, sobre todos los del teletrabajo y los que seguimos cobrando nuestros salarios estamos algo mejor que los remeros de las galeras romanas, el retorno al puesto es sin duda la otra cara de la moneda. Una cara llena de contradicciones, como la que estamos viviendo ahora.
En mi pequeña encuesta pregunté si era un problema de edades, y no, es parejo, hay gente de todas las generaciones que "voluntariamente" "optativamente" se quedaron en sus casas, aunque nos gusta salir a caminar, a bolichear y sobre todo a viajar.
Esta seguramente será tomada como una observación sin importancia, porque a todos nos caerá la enorme fuerza de la realidad, cuando se levanten todas las restricciones, pero tiene que ver con temas que están muy en las preocupaciones actuales. ¿El teletrabajo, es simplemente una forma algo diferente de laburar, o implica cambios culturales y humanos profundos y muy duraderos? ¿Con que consecuencias?
Hay otro aspecto muy polémico, tiene que ver con las obligaciones laborales y la Renta Básica Universal, concepto y programa que surgió con mucha fuerza a partir de la pandemia. La experiencia más completa se aplicó en Finlandia durante dos años a partir del 1 de enero del 2017, como un caso experimental. Podremos analizar sus resultados, porque los finlandeses han hecho diversos estudios sobre el tema. Pero no hay duda que no trabajar, no incentiva por cierto los hábitos de trabajo y la cultura del trabajo.
La ambición, es sin duda una fuerza imponente para convocarnos a trabajar, lo ha sido a lo largo de los siglos, pero aquí yo pretendo introducir el tema de que los seres humanos tendremos que ir resolviendo: asegurarle a la población del globo formas elementales de subsistencia, pero también nuevas obligaciones. No se puede vivir sin obligaciones, de estudiar en forma permanente, de trabajos comunitarios y solidarios. Algo, pero trabajo y obligación.
¿Una sociedad que no se base en el trabajo como elemento fundamental de la producción de sus propios bienes materiales e intelectuales, para consumirlos o para comerciarlos como sobrevivirá a esa cara oscura de la moneda?
Y esto vale para esta pandemia y sus efectos devastadores, pero también para la robótica y la inteligencia artificial sin alma y sin ninguna responsabilidad social.
Hay mucho paño por cortar y por discutir. Yo, por si acaso, estoy volviendo algunos días por semana a la agencia de prensa. No sea cosa...