“¿De qué modelo hablan?”, pregunta en una nota periodística, el por dos veces presidente de la República, Julio María Sanguinetti, en un notorio intento por terciar en una campaña electoral que —a todas luces— ya está en pleno proceso de desarrollo. Un dirigente avezado como él sabe de la importancia del manejo de los tiempos, cualquiera que sea la circunstancia política. Pero, muy especialmente, en un escenario de contienda electoral, donde —si bien es de orden tener en cuenta que “¡el que se precipita, se precipita!”— es totalmente consciente de que “el que no ocupa su espacio en tiempo y forma, se expone a dejarlo liberado a un ajeno”. Un antiguo precepto de la política que, sin duda, ha sido factor de dolores —a esta altura crónicos— a nivel, entre otros, de su partido.
Es por eso que el doctor Sanguinetti, sin dudarlo un segundo, vuelve a cargar sobre sí el tradicional estandarte color sangre, procurando recrear un atisbo de visibilidad para su histórico partido, en la arena del inminente ruedo comicial. Tarea que —me animo a aventurar, está íntimamente convencido de ello— no le resultará fácil. Por las carencias renovadoras plausibles para la instancia —la propia presencia del octogenario líder colorado en este escenario es una clara evidencia al respecto—; y por el persistente desdibujamiento del discurso con matriz social que caracterizara a su colectividad. Cooptado hoy totalmente a nivel de la coalición “cargática” (calificativo asociado a la exsenadora María Julia Pou) en el gobierno, por la “aspiratutti” del nuevo “herrerismo responsable” del doctor Luis Lacalle Pou.
Sin figuras referentes a impulsar, y sin espacio ideológico donde ubicar su discurso electoral, el veterano caudillo se define, entonces, por arrastrar a su partido al rol de escudero del gobierno, acompañándolo en la gastada estrategia de “pegar” al movimiento sindical como “mentor” y brazo movilizado del Frente Amplio. Haciendo a ambos responsables de promover un discurso de “falsedad”, al que “están machaconamente adheridos, tratando de penetrar en la conciencia de la gente”. Un discurso, sin lugar a dudas, muy parecido al de los Chicotazo, los Pacheco Areco, los Recaredo Echegoyen, y los Juan María Bordaberry, entre otros de aquellos y de estos tiempos. En las antípodas, por cierto, de aquel del verbo obrerista del batllismo; como así también del de la gobernabilidad de Wilson Ferreira Aldunate.
Los frenteamplistas no renegamos de nuestro origen popular. Por el contrario, como nos definiera el general Seregni, “es nuestra razón de ser, nuestro orgullo y nuestro horizonte”. Venimos del pueblo. Somos parte de él. Y, fundamentalmente, ¡del pueblo trabajador!, ese pueblo solidario y generoso, exento de toda especulación señorial. La cultura del trabajo y el valor de la palabra empeñada anidan en nuestros genes. Trabajadores organizados, la mayoría, en reclamo y defensa de sus derechos. Sindicalizados, en esa fortaleza común de nuestras debilidades individuales. Capaces de conquistar nuestras reivindicaciones al costo de nuestra propia sangre. Ninguna de ellas fruto de la concesión dadivosa de sistema o gobierno alguno. Todas ellas fruto de la lucha y la movilización.
Pero, ¿cuál es la tan terrible “falsedad” de que los/nos acusa? ¿Cuál es la razón y fundamento de tan furibundo ataque de parte del doctor Sanguinetti? Pues, la de denunciar que el modelo impulsado por este gobierno de coalición genera “desigualdad”. Y que, por tanto, hacemos oposición al mismo.
“¿De qué modelo hablan?”, inquiere enfáticamente el veterano líder. Y se despacha luego con un conjunto de indicadores descolgados, que hacen referencia a un nivel de ocupación como, supuestamente, “nunca antes se registró un número así”, a una desocupación “en baja”, a una pobreza que “está más o menos como estuvo entre 2015 y 2019”, y a “una masa salarial real” que tal vez a fin de año “estará en los niveles previos a la pandemia”, con lo que, seguramente, se logrará la “buscada recuperación salarial”.
Para concluir —con inadmisible y perversa liviandad— que “lejos de aumentar la desigualdad, se advierte claramente lo opuesto”.
Y decimos con liviandad, porque prescinde de todo tipo de estudio científico, cuidadoso, desagregado: de enfoques por sectores económicos, zonas geográficas, franjas de género o etarias, áreas de producción, tipos y fuentes de empleos, que posibiliten un análisis exhaustivo de las diferentes realidades laborales, confluyente hacia la construcción de un escenario global, para este modelo que el propio gobierno ha definido como de “malla-oros” y “rezagados”.
Inadmisible, porque omite tener en cuenta y referirse a otros factores que también hacen a una situación económica nacional “compleja” y “desafiante”, al decir de alguna cámara empresarial, o “insultantes” como refiere un exministro integrante del mismo partido que el doctor Sanguinetti. La “fase de estancamiento” de algunos sectores, los costos del “atraso cambiario”, la pérdida de “competitividad” con países vecinos, entre muchos otros.
Perversa, porque además de “un diseño, un plan económico y social articulado, con procedimiento y un cierto propósito definido” —como el propio Sanguinetti afirma en su artículo—, un modelo es, también —y esto omite decirlo el Dr. Sanguinetti— ideología, y las consecuencias que de su aplicación devienen.
En el caso del modelo que confrontamos, es el recrudecimiento —al contrario de lo que Sanguinetti sostiene— de la pobreza, y, en su cara más cruda, la infantilización: 157 mil niños, niñas y adolescentes viven hoy por debajo de la línea de pobreza, de los cuales 30 mil viven en condiciones de emergencia nacional. Es el aumento de ciudadanos en situación de calle: un 60% más —sólo en Montevideo— en estos tres años de gobierno multicolorido; con su consiguiente secuela de muertos por hipotermia, partos en la vía pública, agresiones con bates y cadenas por brigadas “antipasta”, y en ocasiones marginales prendidos fuego. Es el 10% de la población viviendo en niveles de pobreza extrema, mientras —en el otro extremo— unas 17.500 personas acumulan patrimonios millonarios en dólares. Son las 70 mil personas en riesgo alimentario que sobreviven en el país. Es el aumento persistente de las tasas de suicidio, en tanto se profundiza en un proceso privatizador de las políticas sociales del país. Son los casi 700 mil uruguayos endeudados con calificación de irrecuperables, según cifras oficiales. Son las decenas de miles de familias con carencias de vivienda digna, o con dificultades para el pago del alquiler, que asisten a la entrega de viviendas de favor por parte de autoridades del gobierno a correligionarios amigos. Es el déficit habitacional en aumento que el gobierno pretende solucionar con promesas a esta altura incumplibles. Para 2025 se estima en 87.500 viviendas. Es la institucionalización de la “pobreza energética” de los planes de prepago de UTE para familias con facturas atrasadas. Es la inseguridad constatada de escolares, liceales, estudiantes de UTU, maestros y profesores, ante el aumento de las situaciones de violencia dentro de los centros de estudio. Es la constatación de que el tan mentado mensaje del “se terminó el recreo”, dirigido a la delincuencia, continúa en veremos. Muertes violentas, balaceras, aumento de las rapiñas, robos a comercios con muerte de comerciantes, femicidios, son noticia corriente de la crónica diaria, a pesar de la verborragia justificativa de las autoridades del Ministerio del Interior. Es el desmantelamiento del Sistema Nacional Integrado de Cuidados, y el desguace inescrupuloso del Instituto Nacional de colonización, que contrastan con la celebrada política oficial del ahorro.
Y es también la falta de transparencia, la desfachatez, la ausencia del sentido de responsabilidad y compromiso nacional de un gobierno que, entre gallos y medias noches, en un negociado plagado de irregularidades, entrega el puerto de Montevideo a una empresa belga por un plazo de 60 años. Es la instalación de una oficina para la delincuencia, la coima y la persecución ideológica en plena sede del gobierno, sin que nadie se haga cargo. Es la confesión del primer mandatario de hacer un decreto a medida para un amigo, malla oro del tabaco. Es la vergüenza internacional de haber entregado un pasaporte a un narcotraficante del que todos —y así quedó demostrado— sabían de sus actividades y antecedentes. Es la falta de medicamentos en los hospitales, el clientelismo amiguista y desembozado en la Comisión Técnica Mixta (CTM) de Salto Grande… Y así podríamos seguir, en esta larga lista de arbitrariedades y desigualdades.
Y una última cuestión. En su tarea de dar razón de ser a la presencia de su partido en la coalición cargática de gobierno, el artículo de prensa del doctor Sanguinetti nos adjudica la intención “deliberada” de “falsificar la realidad”, “de mentir”. De recurrir a “la media verdad tramposa de tomar algunos sueldos sumergidos, que sin duda existen, para presentarlos como si esa fuera la generalidad”.
Inaceptable, injusto, e insostenible. Porque, además, si existe una conclusión efectiva que emerge de la nota en cuestión, es la que su autor expresamente confiesa: los trabajadores han perdido salario respecto de 2019, y no está claro que vayan a recuperarlo. Aquella recuperación del salario real de más de un 60% durante los gobiernos del Frente Amplio, dio paso a un retroceso a partir de este nuevo gobierno. Más aún: la masa salarial —que todavía está por debajo de los niveles prepandemia, según asume el autor de la nota— se distribuye hoy entre un número mayor —“como nunca antes se registró”— de asalariados, lo que, consecuentemente, contribuye al deterioro del ingreso individual. Hoy se distribuye menos, entre más. Y la plusvalía…perdón, la productividad que deviene de esa ecuación, seguramente contribuya a mejorar la situación de algún “malla oro” portuario, frigorífico, o de la industria del tabaco.
“¿De qué modelo hablan?”, pregunta el doctor Sanguinetti.
¡De este, doctor Sanguinetti! Hablamos de este modelo.