En las últimas horas del jueves 25 llegaron a Uruguay las primeras vacunas contra el Covid 19: casi 200.000 dosis del laboratorio chino Sinovac. En el aeropuerto, esperando al avión que traía las vacunas, estaba el embajador chino, Sr. Wang Gang. Al día siguiente, la prensa uruguaya publicó una nota del Sr. Wang, titulada "Amigo en la adversidad, amigo de verdad". Un párrafo de esa nota decía: "Durante el último año, China sigue perfilándose como el primer socio comercial, el mayor mercado y el primer cooperante del Uruguay".
Las palabras del embajador están respaldadas por hechos contundentes: en medio de la angustia provocada por la pandemia, la ayuda llegó de China, que además de suministrarnos las vacunas es el principal comprador de nuestras exportaciones.
Episodios y situaciones similares se produjeron en otros países de América Latina: las primeras en llegar a ellos fueron las vacunas chinas; su principal socio comercial es también China.
En otras épocas, quizás hubiese sido de los Estados Unidos de donde hubiera llegado la ayuda para enfrentar la pandemia. Hoy, ese papel de "amigo en la adversidad", como dice la nota del embajador Wang, lo cumplió China.
Mientras tanto, los Estados Unidos de América tienen la mirada puesta en la sonda Perseverance, que acaba de descender exitosamente en Marte...
Los tiempos cambian.
En el año 2016, cuando entre grandes festejos y solemnes discursos se abrieron a la navegación las nuevas esclusas del Canal de Panamá, fue también un buque perteneciente a una empresa naviera china -Cosco- el primero en cruzar el istmo utilizándolas.
Poco más de un siglo antes, en 1914, el gran canal se había inaugurado bajo el patrocinio entonces indiscutible de los Estados Unidos.
Ya desde fines del siglo XIX, escritores de la talla de José Martí, José Enrique Rodó y Rubén Darío llamaban la atención sobre el emergente liderazgo continental del gran país del norte. A Martí le preocupaba que sustituyera a España en su dominio sobre Cuba y terminara apropiándose de la isla. Rodó rechazaba lo que consideraba que era una sociedad groseramente materialista y carente de altos ideales de civilización y de cultura; refiriéndose a los Estados Unidos, en Ariel escribió: los admiro, pero no los amo. Rubén Darío lamentaba el avasallamiento de la cultura grecolatina por los anglosajones y en uno de sus poemas se preguntaba, consternado: "¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?".
Pero de nada sirvieron las prevenciones de tan ilustres literatos. Los Estados Unidos fueron la gran potencia del siglo XX y América Latina quedó sometida a su influencia hegemónica. Algunos países padecieron esa hegemonía; otros -como Uruguay- recurrieron a ella más de una vez para poner coto a "las veleidades enfáticas de sus vecinos", como escribió Luis Alberto de Herrera en 1912 (El Uruguay internacional). El más reciente episodio en este sentido es bien reciente; se produjo cuando el presidente Vázquez pidió a George W. Bush que ratificara públicamente que Uruguay era un país amigo y socio de los Estados Unidos, en circunstancias en que las relaciones con Argentina se tensaban como consecuencia de la construcción de la planta de celulosa de Botnia (luego UPM) sobre el río Uruguay. Bush así lo hizo y las aguas se calmaron.
Hoy la fuerza emergente en el mundo es la de China, que se presenta ante América Latina, no con el gran garrote de Teodoro Roosevelt en la mano, sino como el amistoso proveedor de vacunas y gran comprador de sus materias primas.
Para Uruguay esa voluntad y capacidad compradora es especialmente importante. El país sigue sin lograr resolver satisfactoriamente la gran cuestión de su inserción internacional. El Mercosur no ha servido realmente como la gran plataforma negociadora con el mundo que en sus orígenes se quiso que fuera, pero ha sido sí un freno eficaz para impedir que cada uno de sus países miembros lograra acuerdos comerciales por fuera del bloque. En Uruguay hablamos mucho de la necesidad de romper ataduras y negociar independientemente con terceros países, pero lo cierto es que no hay terceros países que estén dispuestos a estropear sus relaciones con Brasil o Argentina para firmar un acuerdo con Uruguay, al margen del Mercosur; nuestros tres millones y medio de habitantes no conforman un mercado cuyo atractivo pueda competir con el de los países vecinos. En estas circunstancias, la posibilidad de venderle a China tiene para nosotros un enorme valor.
El peligro está, obviamente, en la situación de dependencia en la que podemos llegar a quedar frente a un comprador tan potente y tanto más importante que los demás. En China es la política la que conduce a la economía, y no a la inversa, lo que le da una coloración particular a la situación. No es lo mismo depender de lo que varias empresas vendan o compren, que depender de lo que un gobierno autoriza, por razones políticas, a vender o a comprar.
El ascenso de China en el escenario global produce, inexorablemente, tensiones entre ella y los Estados Unidos. Los analistas internacionales se preguntan hoy qué modalidades asumirán esas tensiones y hasta dónde podrán llegar, pero no está en tela de juicio que las tensiones existen -no solamente en los planos comercial o tecnológico, sino también en el geopolítico-y que en los próximos años aumentarán. Cómo puedan ellas proyectarse sobre América del Sur es algo que está por verse.
El panorama internacional, pues, luce cambiante, complejo e incierto.
Quizás mientras celebramos la llegada de las vacunas chinas, parafraseando al gran Rubén Darío debamos preguntarnos: ¿tantos millones de hombres comeremos arroz?