Uruguay es uno de los países con los peores índices de suicidio de la región. Según datos preliminares del Ministerio de Salud Pública, en 2022 se suicidaron 818 personas, lo que implica 60 personas más que en 2021. Poner este tema en agenda es de absoluta urgencia porque vivimos una situación de crisis.
Estas estadísticas evidencian que los esfuerzos institucionales y las políticas desarrolladas desde 2004 han fracasado. Es necesario cambiar de estrategia.
Para enfrentar un desafío de esta magnitud, necesitamos repensarnos como sociedad. Repensar cada uno desde el lugar que ocupe. Porque este fenómeno no se soluciona solo con políticas de Estado, que imprescindibles sin duda. Pero necesitamos también cambios culturales profundos, tomar consciencia del valor de la vida, y el respeto por el otro. Necesitamos incorporar en nuestra convivencia una lógica más colaborativa y menos competitiva; afianzar nuestras redes comunitarias.
Vivimos en un mundo cada vez más violento, atravesados por un sistema capitalista que funciona sobre la máxima de la ley de oferta y demanda. Sin embargo, este mercado de éxito ilusorio no para de ofrecer lo que casi nadie puede alcanzar. La veneración por algunos objetos de consumo, el excesivo cuidado por la estética corporal, junto a otros rasgos de las sociedades modernas, generan insatisfacción. Y esto se potencia en un mundo globalizado, donde la información se comparte fácilmente atravesando continentes en escasos segundos.
En este contexto, se hace necesario reflexionar sobre cómo pasamos por la vida y cómo interactuamos entre las personas, intra e intergeneracionalmente. Esto es clave para empezar a buscar la punta de la madeja.
La realidad nos exige preguntarnos: ¿por qué la mayoría de quienes se quitan la vida en nuestro país son jóvenes o adultos mayores? ¿Qué está pasando con nuestros abuelos? ¿Qué está pasando con nuestros gurises? ¿Qué significa envejecer en esta cultura de comida rápida donde se desecha lo que no se usa? ¿Qué rol le da el Estado a las políticas de cuidados? ¿Qué significa ser pobre para un o una gurisa en un mundo donde se debe tener el último modelo de celular? ¿Cuánto se sufre siendo un o una adolescente con una corporalidad gorda cuando los patrones de belleza exigen otro modelo?
Las redes sociales han cambiado nuestra manera de relacionarnos y esto en los adolescentes es mucho más claro. Por momentos quedamos atrapados por la lógica de la autorepresentación, del “modo selfie”. Es decir, atrapados por esa lógica de mostrarnos con nuestro mejor perfil, con filtros, siendo felices, con amigos, haciendo cosas divertidas… Dicha lógica de “pose” deja afuera la realidad ya que, muchas veces, lo que mostramos es una representación ajustada a las reglas de las redes. Y esas reglas de “situación perfecta” exigida por las redes es muy difícil de alcanzar, de mantener, porque es irreal, porque la vida es compleja y tiene distintos momentos, de felicidad, de tristeza y de eso se trata vivir.
Y si bien las redes tienen pocos años conviviendo con nosotros, potencian esta tendencia de mostrar lo “socialmente aceptable” y ocultar lo real, lo que se está viviendo.
En esta lógica de redes no hay lugar para el fracaso ni para la soledad y mucho menos para el dolor. No quiero decir que este problema empiece con el uso de las redes, no. Pero sin duda que en ellas, que es la manera en la que se comunican las y los chiquilines hoy, y los que vendrán sin duda, no hay espacio para estos discursos.
Pero hay que subrayar que ya no los había y que siguen sin haber. Porque los sentimientos no son parte de nuestros discursos, no hablamos de amor ni de placer en su sentido más amplio. Y yo lo tengo que reconocer. Me cuesta hablar de estos temas. Y en política no hablamos de sentimientos. En el Parlamento casi nunca hablamos de amor. Pero no tiene que ver sólo con los actores políticos. Como sociedad nos cuesta hablar de sentimientos. Nada más humano que los sentimientos, que nos atraviesan a todos y todas. Y hablamos mucho menos si son negativos. Y si somos hombres hablamos mucho menos.
Sin embargo, como seres humanos necesitamos hablar de nuestros sentimientos. Los buenos y los malos, y como sociedad también. Intercambiemos miradas, desmitifiquemos, saquémosle peso a algunos sentimientos, que por momentos nos acorralan y mucho más si los vivimos en soledad… Hablemos de frustración, de derrotas, de pérdidas, de honra…
Otra pregunta que debemos hacernos es: ¿Porqué son muchos más los hombres que deciden quitarse la vida con relación a las mujeres? ¿Por qué tenemos altos índices de suicidios en la policía?
Necesitamos espacios de conversación e intercambio, de escucha, de contención abordaje multisectorial, multidisciplinar, transversal, a todo nivel, que no solo implique al ámbito de la salud (imprescindible sin dudas) sino también que involucre el político, el social, el laboral, el educativo, entre otros.
Necesitamos resignificar, deconstruir, los conceptos de éxito, de belleza. Debemos poder charlar sobre la soledad, la tristeza, entre otros grandes temas. Sin duda, también es imprescindible mejorar los sistemas de salud, agilizando los tiempos de coordinación y atención con los especialistas, reduciendo los tiempos de espera de los usuarios para la coordinación de la atención de estas especialidades en todos los prestadores del sistema de salud.
Es inaceptable que en 2021 la tasa más alta de suicidios —49,7— se encuentre en el grupo de personas mayores de 85 años. Tampoco podemos permitir que nuestros jóvenes sigan quitándose la vida. En 2018, perdíamos un joven cada cuatro días, mientras que en 2019 pasamos a perder uno cada tres días.
En este sentido es que como ciudadano, padre de dos hijas adolescentes, hijo, hermano, tío, amigo y preocupado por la necesidad de combatir este profundo problema social, y, a su vez, como representante del sistema político, presenté un proyecto de ley al Senado de la República que intenta colocar el tema del suicidio en un lugar prioritario en la gestión pública. Entiendo que esta es una manera de contribuir a enfrentar esta problemática tan compleja.
El proyecto impulsado propone la creación de la Junta Nacional de Prevención del Suicidio y de la Conducta Suicida, dependiente de Presidencia de la República, quien coordinará, supervisará y evaluará la política pública de prevención del suicidio y de la conducta suicida.
Atendiendo la complejidad del fenómeno entendemos necesario que esta junta esté integrada de forma permanente por el Ministerio de Desarrollo Social, el Ministerio de Educación y Cultura, el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio del Interior, el sistema nacional integrado de salud, ANEP, Udelar, el Congreso de Intendentes y el Banco de Previsión Social.
A su vez, el proyecto crea una secretaría donde se centraliza la ejecución de políticas, el control y seguimiento de las mismas, y donde se formulan planes y programas de prevención y postvención, y se fortalezcan los sistemas de información.
Esta es una forma de avanzar, de dar un siguiente paso en el largo camino trazado hasta hoy.
Desde la responsabilidad que le cabe al espectro político este proyecto busca ubicar el fenómeno del suicidio en un lugar jerarquizado: en la Presidencia de la República. A su vez, le otorga recursos de manera de facilitar el cumplimiento de sus cometidos y asegurando que la institucionalidad sea multiministerial, que cuente con equipos técnicos multidisciplinarios y con la participación de organizaciones sociales.
El proyecto es una humilde contribución porque estoy convencido que la salida es colectiva. Tenemos el deber como sociedad de devolverle la ilusión a todos aquellos que la perdieron y construir así una comunidad en la que cada individuo tenga deseos de vivir y en la que compartamos sueños, alegrías, tristezas, derrotas, pero sobre todo… esperanzas.