Uruguay no puede concebirse a sí mismo sin su Estado. La pandemia y la estrategia de la “libertad responsable” utilizada por el gobierno para enfrentarla lo dejó en claro. Uruguay es con su Estado al servicio de los ciudadanos y no al revés. Esa es una de las enseñanzas principales que nos deja la terrible pandemia del Covid-19.
A lo largo de los tristes meses que duró la crisis sanitaria en el Uruguay quedó en claro que al uruguayo le sienta la libertad y que en esa búsqueda el Estado debe ser su cómplice y no su chaperón.
Lo que al principio resultó una combinación adecuada de dos palabras “libertad” y “responsabilidad” se constituyó luego en una marca. Esa marca que acompañará al Uruguay por el resto de su historia tiene una característica: la búsqueda del camino de la libertad individual como faro no es contra del Estado, sino con el Estado.
El Estado tiene que ocupar un lugar de relevancia, pero no por encima de la libertad. Por eso cuando el historiador Gerardo Caetano dijo durante la celebración de los 50 años de la Confederación de Funcionarios del Estado (COFE) en el Salón de los Pasos Perdidos del Parlamento que es imposible pensar en reformar el Estado uruguayo si se lo odia, estoy de acuerdo. Pero ojo.
No siempre por criticar al Estado uruguayo se lo está odiando. Al Estado hay que criticarlo y hay que debatirlo: las 24 horas y los 365 días del año. No hay mayor acto de amor que decir las cosas de frente y por su nombre. En un país sin grandes riquezas naturales, donde casi un cuarto de la población depende de la función pública para vivir, es lógico que ocupe un rol preponderante. Eso lleva a que se cuide a sí mismo. Es natural que se defienda y que le duelan prendas cuando se lo quiere cambiar: llámese reformar la educación, el sistema de previsión social, la velocidad de los trámites, la salud pública, la recolección de residuos, etc. Algo hecho por seres humanos no puede ser perfecto.
No invento la pólvora cuando digo que la burocracia se cuida a sí misma y que el Estado se protege de quienes lo critican. Tampoco descubro nada cuando afirmo que hay quienes usan y abusan de posiciones en el Estado para sus propios intereses. Es ahí donde no hay que confundir criticar al Estado con odiarlo.
Son innumerables los casos de funcionarios nobles y honestos que dejan hasta la vida -como los policías - para proteger al ciudadano. También se cuentan por decenas los doctores y funcionarios de la salud que han enfermado y hasta fallecido en los hospitales por cuidar a los uruguayos contagiados con Covid-19. A ellos un monumento y la gratitud eterna. Pero también están los otros. Los que, amparados por el poder político de turno, por la burocracia o por las propias lagunas grises del sistema, se aprovechan de las faltas de controles para anidar en el viejo Estado uruguayo para beneficio personal. Ni que hablar de los que ejercen una función que al final justifica su existencia entorpeciendo o enlenteciendo el natural flujo de emprendimientos, iniciativas privadas, start ups, etc.
Nadie puede decir que el Estado uruguayo funciona al máximo de sus posibilidades. Nadie puede decir que decir que es perfectible sea odiarlo, decir que es mejorable para eventualmente hacerlo más chico, más firme o ágil, pero que funcione mejor. Ese es el gran desafío como sociedad: poder discutir al viejo Estado uruguayo sin que por hacerlo seas estigmatizado por eslóganes efectistas y de aplauso fácil.
La pandemia permitió que sobresaliera la nobleza de nuestro viejo Estado al mismo tiempo que el enorme amor por la libertad individual de los uruguayos. En esa combinación está la riqueza de nuestro país: hay que asumirlo. Necesitamos un buen Estado, herramienta garantista de buenas políticas públicas y de la iniciativa privada para que el ciudadano logre progresar y ser más libre. Un Estado que facilite las herramientas individuales para crecer, que te impulse y que no solo sirva — eternamente— de escudo.
Si hay algo que la crisis nos dio fue un enorme baño de realismo. En esa realidad para sortear la crisis el Estado estuvo tensado al máximo y resistiendo con nobleza, pero también afloró la esencia liberal de cómo queremos vivir los uruguayos. Luego de años de discusiones sobre el rol del Estado en la vida de las personas, la pandemia de pronto hizo que nos miremos al espejo y por la vía de los hechos hubo una síntesis.
El comportamiento de los uruguayos nos acercó más a nuestras raíces y a nuestra esencia como orientales, pueblo que por génesis y naturaleza es amante y protector de su libertad.
Esa es uno de los grandes aprendizajes que nos dejó la política de la “libertad responsable” tras la inesperada crisis económica y social que trajo la sanitaria. La exitosa fórmula uruguaya debería ser estudiada y debatida a fondo porque se puede aplicar en otros países.