En medio de las urgencias del gobierno departamental, de la pandemia, de los cambios en el mundo del trabajo, de la producción, de la educación y de la salud - es decir, de la vida de toda la gente, incluyendo naturalmente la mía -, he tratado de hacerme tiempo para escribir y compartir unas líneas con ustedes.
Es bueno para pensar, para estudiar, proponer y para recoger vuestras opiniones. Hoy más que nunca se necesitan miradas largas y acciones concretas y sensibles. No son fáciles de combinar.
Me voy a referir precisamente a un tema que muchas veces me angustia, la política, los políticos y la vida de la gente. Son elementos que están en crisis de una u otra manera en todo el mundo; es posible que en el Uruguay, por nuestras sólidas tradiciones democráticas y republicanas, sea más leve, pero hay que ser sensibles desde los gobiernos y con una mirada hacia el mundo que se viene.
¿Podemos los políticos analizar y resolver todos los nuevos problemas que nos plantea la realidad posterior a la pandemia? ¿No será demasiado cara la soberbia de creer que somos capaces por nosotros mismos de absorber y resolver la avalancha de los nuevos problemas?
Me limitaré a mencionar en esta oportunidad los desafíos, los problemas principales que veo en el horizonte y sobre los que hay que trabajar, pensar, proponer y escuchar con gran amplitud.
El nuevo mundo de la salud a partir de la experiencia de la pandemia.
La nueva realidad social que emergerá en todo el planeta y en particular en nuestros países - incluyendo el nuestro - y con una atención especial hacia los niños, hacia los sectores de la sociedad donde más crecemos y por lo tanto sobre nuestro futuro poblacional y demográfico. Vencer la pobreza y la miseria no es solo un problema de sensibilidad, es la clave para el desarrollo y el progreso de todos.
No solo se han perdido en el año 2020, 58.000 mil nuevos puestos de trabajo estables en Uruguay, de esta manera volvimos a la crisis del 2002 (186.000 en el seguro de paro) más los informales, en el cuadro de casi 200 millones de desocupados en el mundo - con un castigo especial a las mujeres -, que además están amenazados por nuevas tecnologías, por la Inteligencia Artificial, etc. ¿Debemos resignarnos o debemos cambiar y aprovechar todas las potencialidades y diferencias que aportamos los seres humanos? Y esto tiene directa relación con el sistema de jubilaciones y pensiones.
Estas nuevas realidades impactan muy fuerte en la educación, en la formación de todas las generaciones.
Nunca hubo en la historia procesos de renacimiento, de resurgimiento luego de grandes crisis que no fueran acompañados por un fuerte impulso artístico, cultural y humanista, en nuestro caso, para seguir construyendo la acumulación positiva de los uruguayos en este mundo, en nuestra región.
Estoy convencido - lo estaba desde antes - que solo la política no está en condiciones de afrontar este conjunto de nuevos desafíos civilizatorios; que debemos asumir nuestras responsabilidades como gobernantes y como políticos; pero la clave, es saber articular con la sociedad civil, la academia, los profesionales e investigadores. Debemos encarar un debate muy serio para actuar mejor.
Los políticos tenemos la obligación renovada de promover la democracia, pero también de darle un nuevo valor a la moralidad, a la ética. Y el respeto y la convivencia entre todos los que estamos sufriendo una prueba tan dura.
La salida, el nuevo impulso, necesita del aporte más amplio de los uruguayos, dicho de manera explícita, de sus trabajadores y de los que quieren volver al trabajo; de los empresarios que quieren salvar sus empresas y hacerlas progresar, de los productores del campo, de los educadores, de los médicos y el personal de la salud, de los profesionales, de los investigadores, de las mujeres y hombres de la cultura y el arte y naturalmente, de los jubilados. Y no es una simple mención, es comprender que todos debemos aportar y asumir los nuevos tiempos.
Las organizaciones políticas, deben también adecuar sus estructuras a estos nuevos tiempos o quedarán inexorablemente rezagadas. En la comunicación interna, en la comunicación con la sociedad, en la formación y sobre todo, en una síntesis democrática permanente.
Todo esto tiene que ver con el carácter profundamente nacional de nuestra visión actual y de futuro, me refiero a dos aspectos: a los contenidos históricos y de identidad, pero también a la suma de las comarcas, de los departamentos, de las ciudades, pueblos, y de la campaña. La gente, los orientales, no somos una categoría abstracta, somos parte arraigada en esta tierra y en todo el territorio nacional. Ante la enormidad de los peligros y las posibilidades de la globalización, necesitamos la fortaleza de nuestra territorialidad y nacionalidad, reafirmando nuestra identidad.
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