El domingo pasado se murió uno de mis mejores amigos, Ernesto “El tano” Goggi, alias Agustín. Era un personaje muy particular. Un acto de heroísmo cumplido en la huelga general contra la dictadura cubrió su historia personal y muchas veces redujo otras facetas tan o más importantes. Ese acto singular lo dejo para el final de esta nota.
Era un trabajador de la refinaría de ANCAP de La Teja, militante sindical y del Partido Comunista, que yo conocí en Buenos Aires, a donde lo habían enviado porque su situación en Uruguay era muy complicada: la dictadura lo buscaba con pasión y ferocidad.
Luego me lo encontré en una avenida de Moscú (ciudad de más de 8 millones de habitantes) de forma totalmente casual, y me permitió compartir con un uruguayo esos 3 meses y medio de estadía. Finalmente, compartí seis años de exilio en Italia. El y su querida e inolvidable Nélida vivían en el mismo edificio de apartamentos que Ana y mis hijos, durante los años en que yo viví en Buenos Aires. Era una tranquilidad.
Debe ser una de las personas con las que compartí más anécdotas de todo tipo. Sería imposible relatarlas. Lo fundamental: eran la pareja más solidaria, amistosa, fraterna que yo he conocido y miles de personas le debemos mucho, como gestos concretos y como mensaje de vida.
Ernesto tenía su mano siempre tendida y solidaria en Italia con todos los que necesitaban de apoyo, tanto político como personal. Era el representante de la CNT en toda Italia ante las tres centrales sindicales (CGIL, CISL, UIL) y fue uno de los animadores principales de la solidaridad con el Uruguay. Logró niveles de apoyo y de compromiso fraterno de las centrales, de los grandes sindicatos, pero también de personalidades italianas, con nuestros presos políticos, con la lucha democrática en nuestro país. Hablaba bastante mal el italiano y hasta los discursos en los actos los decía en “cocoliche”, pero su vida, su actitud, su sacrificio eran tan evidentes que le llegaba al corazón de la gente. También de nuestra gente.
Ernesto debe haber recorrido cientos de miles de kilómetros en ferrocarril, en toda la larga geografía de la bota, pero con especial atención a todas las ciudades donde había grupos de uruguayos exiliados, desde Roma, Milán, Turín, Bérgamo, Brescia, Trento a Florencia. Siempre estaba, no había esfuerzo o tarea a la que le sacara el cuerpo; no bajaba línea, llevaba humanidad, hermandad.
Y ayudó a muchos uruguayos que llegaron a Italia en delegaciones o a quedarse a vivir. Era, además de sacrificado, inteligente. Captaba perfectamente la complejidad de las relaciones con las tres sindicales de diferentes orientaciones e influencia política e ideológica de Italia y trabajaba perfectamente con todos. Tenía bien claro sus prioridades y la necesidad de afinar muy bien la puntería política en un país como la Italia de aquellos años (1976-1984), donde el nivel de sus interlocutores era muy elevado y donde todos aprendimos mucho.
Fue uno gran animador junto a varios uruguayos residentes en Italia de la solidaridad con Uruguay. Él a cargo de los sindicatos, pero participando en todas las principales actividades de solidaridad con Uruguay en todo el país.
Fue además un referente para los luchadores de diversos países, y en el bar frente a IPS y a Pressur, nos encontramos y planificamos muchas veces actividades con sudafricanos, salvadoreños, argentinos, chilenos y nicaragüenses.
No se puede recordar a Ernesto sin hacer lo propio con su querida compañera, Nélida, que falleció en el año 2015 y lo acompañó en todas sus aventuras y vicisitudes. En su apartamentito en Roma vivieron durante algunos días varias familias de uruguayos de paso. Hasta ese nivel de desprendimiento tenían ambos, porque en esos pocos metros cuadrados solo cabían los huéspedes, ellos se mudaban a casa de amigos por esos periodos.
El domingo, cuando lo despedimos, estaba su hijo Sergio, que trabajó en Angola como ingeniero, sus tres nietos y su hermano Luis y muchos compañeros de la Federación Ancap, del PIT-CNT, del Frente Amplio y otros que compartieron su exilio.
Ahora sí, vayamos a su acto durante la huelga general de junio de 1973 de resistencia al golpe de estado. La dictadura cívico militar desocupaba militarmente o policialmente diferentes fábricas, centros de trabajo y a pesar de que la huelga en ANCAP era total y la planta de La teja estaba ocupada por mil trabajadores, el régimen mantenía especialmente encendida la llama de la chimenea de la refinería, como parte de su mensaje de que la huelga estaba fracasando. La chimenea ardiendo se veía desde una parte importante de la ciudad y era un medio importante utilizado por la dictadura contra la resistencia.
La Federación Ancap decidió que debía hacer algo y tres compañeros, uno de ellos el Tano Goggi, fueron de noche a la subestación de UTE que abastecía de energía eléctrica a toda la refinería. Mientras un tercero esperaba afuera con la vieja y fiel camioneta IFA de Ernesto, dos saltaron el muro posterior de la subestación, forzaron una entrada y, una vez adentro, tiraron una gruesa cadena sobre dos barras metálicas que transmitían toda la potencia de miles de kilowatios. El corto circuito fue terrible y el arco que se desprendió de las dos barras impactó en la pierna de uno de los trabajadores de ANCAP y se la fracturó. Ernesto lo cargó, lo hizo saltar el muro, lo subieron a la camioneta y se fueron del lugar. Los soldados que estaban de guardia en la parte anterior de la subestación no atinaron a hacer nada.
Es importante señalar que la acción fue hecha por gente que conocía perfectamente el funcionamiento de la refinería y por ello preservaron que no sufriera mayores daños. Fue por eso motivo que tanto Ernesto como el compañero con la pierna fracturada fueron enviados a Buenos Aires, para evitar que fueran detenidos. Se desató una feroz cacería.
Nunca escuché a Ernesto hacer la más mínima ostentación —al contrario— sobre su participación en esa acción llena de peligros.
Nunca dejó de militar por su amada central sindical, se incorporó a los colaboradores de la delegación del PIT-CNT en el BPS, luego de jubilarse.
El pasado 21 de setiembre, mientras estaba internado en el sanatorio, cumplió 82 años. Se nos fue un amigo, un compañero que se ganó el título todos los días y una parte de nuestros maestros, los que necesitamos todos los que consideramos que la lucha vale la pena, en las victorias, en las derrotas y en la vida cotidiana.
Chau, Agustín.