En esta columna vamos hablar sobre el propósito. Porqué hacemos lo que hacemos. Realmente, ¿nos gusta lo que hacemos? Reflexionemos sobre los motivos más allá de los convencionalismos.
A la pregunta formulada, le sigue una respuesta automática: “Para ganar plata”. Parece obvio, sino para qué voy a abrir un negocio. Es en parte cierto, ganar dinero es un fin pero no el único. El propósito es la razón primaria, o bien, debería serlo. Determina el porqué haces lo que haces, emprender per sé, es lo que te moviliza, le da sentido a tu vida y a tu empresa.
Simon Sinek en su libro “Start with why” (en español, “Empieza con el por qué”) elabora una metodología llamada the golden circle (círculo dorado) para crear propuestas de valor partiendo desde el por qué, propósito, causa y la creencia del emprendimiento. Continúa con el cómo (How) son los procesos diferenciales y culmina con el resultado, lo qué hacemos (What). Para quiénes le interese profundizar, les dejo el link de Simon Sinek charla TEDx.
Llegar a la parte medular es tan simple como complejo. Hay que responder la pregunta: ¿Por qué?. “¿Por qué querés hacer esto?” Y no otra cosa. ¿Por qué existe esta empresa?”; “¿Por qué querés meterte en este negocio?”; “¿Por qué tu negocio le va solucionar la vida a la gente?; ¿por qué deberían comprarte?.
En mi opinión, hay buenos motivos para emprender basados en la conexión que tiene el emprendedor con una causa o un problema. Así, hay emprendimientos que mejoran la vida de las personas (le resuelven un problema) y otros que ayudan a una comunidad o al medioambiente. En un plano unipersonal, el motivo más auténtico para emprender es la pasión. Quizá te suene cursi, pero es ese fuego interno que te quema. Cuando amas lo que haces, lo sentís en el cuerpo. Sentís ese cóctel de adrenalina, ansiedad, locura, satisfacción y sosiego. No hay horarios ni distracciones que te corran del foco.
Notarás que a veces, cuánto más sencillo aparenta ser, la cosa se pone más compleja. Es decir, hay un sin número de motivos incorrectos para emprender un negocio. El primero es el ego, querer demostrarle algo a alguien o a uno mismo. Hacerlo por un mandato familiar, “mi padre es arquitecto, entonces yo…”. Querer hacerse rico o ganar mucho dinero rápidamente. Tener libertad de horarios y más tiempo de ocio.
Están también los que odian a sus jefes o a sus empresas y encuentran un móvil en ello. Escuché muchas veces: “Me cansé de la oficina, me puse mi propio chiringuito”. ¿Qué creen?, ¿cómo les fue? Adivinaron, se fundieron. Si no te gusta tu trabajo quizá la solución no sea emprender sino cambiarlo.
Un último motivo desafortunado, es emprender por necesidad. En Argentina, la pobreza supera el 40 por ciento, por lo tanto, es claramente una opción de subsistencia. Sin embargo, dejando de lado las situaciones límites, éstos emprendedores “dañan” el ecosistema porque emprenden en sectores saturados. Principalmente, por su falta de capital, capacitación y creatividad. Por ejemplo, en bares, cerveza artesanal, barberías, kioscos, comidas dietéticas, pet shops… Repiten lo mismo que otros. Y como resultado, pasan a engrosar un tejido de microempresas con bajísima productividad. Razón que explica el boom y la desaparición acelerada de los negocios de moda.
Todos los motivos descritos, más otros que se pueden encontrar en el libro negro del emprendedor de Fernando Trías de Bes, son motivos lamentables, tal como los define el propio autor. Porque son una huida hacia delante de una situación personal o profesional que amarga y deprime a mucha gente. Una actitud con la que evadimos nuestra vida presente, la cual tiene un triste final –esto último, lo digo yo–.
Desde que llevo emprendiendo, en mis casi 10 años, si algo he aprendido a base de duros golpes, es que detrás de un negocio sostenible, hay un gran propósito. Por eso, si tu propósito no es sólido, te será difícil sostener el proyecto a largo plazo. Porque el día a día te consume con gran cantidad de problemas e imprevistos que resolver. Y nadie en su sano juicio, creo yo, quiere continuar con algo que no lo hace feliz.
Al menos, eso me pasó a mí. Hace muchos años tuve un fast food. Al poco tiempo, me di cuenta que no era lo mío: no me gustaba el rubro, los horarios, renegar con la informalidad de los cocineros, etc. Si bien, no quería estar ahí ¿Cómo zafar? Ya no podía. Quedé rehén de mi negocio, de la nómina de empleados y las deudas. Y aquí se preguntarán ¿por qué abrí un restaurante? Larga historia, la resumo. Quise cumplir un deseo de mi adolescencia cuando trabajé en Mc Donald’s. Un día se presentó la oportunidad y di rienda suelta al impulso. “Con el diario del lunes” quizá me habría convenido ser un franquiciado de la marca (que admiraba) en vez de aventurarme por mi cuenta.
Que no te pase lo mismo que a mí. Sé sincero: “¿Ese negocio es lo tuyo?” Si no lo es, lo que construirás se vendrá a pique –y pasará muy rápido–. Como dicen Les Luthiers “el amor eterno dura aproximadamente 3 meses”.
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