Nunca pensamos un año atrás que el día terminaría como terminó. Nos preparamos desde temprano, era un día raro, una elección extraña, en lo personal, porque no tenía que ser delegado. Consumimos los minutos, las horas, esperando lo que soñábamos hace 30 años. Era nuestra generación la que nos llevaba al Gobierno, fue nuestra barra en gran parte la responsable de que un blanco fuera presidente una vez más.
Si bien tuvimos un mes movidito previamente, la taba ya estaba en el aire desde la primera vuelta. Para el que se le hincha el pecho por militar ya habíamos dado todo, habíamos quedado vacíos. Desde aquellos días finales del 2012, nosotros pensamos que Lacalle Pou debía de ser presidente. Fuimos testigos de su transformación, de su olfato intuitivo, de generar en blanco y negro su forma de ser, para pedir los votos. Fue así que salió aquello de La Positiva, forma nueva, poco llana de presentarse por primera vez como candidato. Había derribar una montaña de prejuicios, había que imponer a un candidato menor de 40 años, había que rodearlo de "trayectoria ".
Junto con su sombra Nicolás Martínez y su mejor intérprete, Roberto Lafluf, comenzaba este camino desde su despacho de Diputado en el Anexo del Poder Legislativo. Un papelógrafo que ocupaba toda la pared y una agenda meticulosa, fueron los primeros pasos. Después vinieron las innovaciones, el "Somos Hoy, Somos Ahora", la foto en blanco y negro que le daba más edad, las siglas LP y el tick de la Positiva. Un arco partidario que iba desde el herrerista más rancio al avestruz más recalcitrante. El 2014 fue un aviso de lo que vendría. Ganamos a interna en la hora, de atrás, con una volcada de opinión publica digna un estudio pormenorizado y días después, el Partido se une con Jorge Larrañaga de candidato a la Vicepresidencia.
Eran las primeras sorpresas para sus detractores, era el paso del tiempo que dejaba entrever mucho de lo que vendría. Ensillar de nuevo y subir la cuesta, un repecho donde nos esperaba nada más ni nada menos que la leyenda que hizo llegar al gobierno al Frente Amplio. Estaba Tabaré Vázquez peleando su paso a la inmortalidad y nosotros con un partido unido detrás.
Otra campaña meticulosa, otros cientos de poblados visitados, otra elección casi sin errores. Todavía me acuerdo del boca de urna de aquella primera vuelta del 14, donde todos coincidían que la izquierda no llegaba al 45 por ciento y a las horas nuevamente a tragar saliva y bancar la acidez.
El Uruguay le dio su última oportunidad al Frente, lograron la mayoría absoluta en el tercer escrutinio y naturalmente el ballotage de aquel año no tuvo gracia.
Semanas después en La Paloma, al decir del Serrano Abella, comenzamos a volver. Tras el bajón del verano, Luis le dejo en claro a la opinión pública que sería candidato. Nuevamente contra el manual que decía que el desgaste de un anuncio tempranero le quitaría chances, eligió no presidir el Directorio contra la opinión de muchos dentro de los que me incluyo, y se fue nuevamente al papelógrafo. Otros tiempos, otras responsabilidades, pero la misma simetría. El Uruguay entero supo del afane de ANCAP, renunció Sendic, y el viento de cola que llenó de votos frentistas las urnas comenzó el viraje sin que los gobernantes se enteraran.
La historia dirá cómo el campo uruguayo fue la primera voz contra el despilfarro, pero lo que no sabe la historia es que Lacalle Pou tres años antes mando a toda su dirigencia en aquello que se llamó La Voz de Todos a dar la cara en cada una de las 300 localidades orientales, previendo donde se gestaría las primeras llamaradas de la rebelión contra la izquierda en el poder.
Fieles a nuestra historia no tuvimos una interna sencilla, la irrupción de Juan Sartori trajo consigo mecanismos importados que nos trastocaron una elección que preveíamos sencilla. La sangre caliente del blancaje casi rompe la unidad imprescindible si se quiere gobernar bien.
Nombramos a Beatriz, firmamos una paz cordial, recorrimos el país. A esta altura quedaba claro que el Presidente era un domador de vanidades, pero el desafío era nuevo. Había que armar una coalición.
En el Molino de Pérez apareció la foto, desde la gira a Treinta y Tres la campaña se hizo multicolor, ver en Melo flamear banderas coloradas vitoreando un bisnieto de Herrera, fue un anticipo de algo tan armónico que hizo que subestimáramos a la militancia de base del Frente. Días antes de hace un año, apareció un video del Gral. Manini pidiendo el voto. Quizás fue ese el único instante donde me puse nervioso. Nunca imaginé el desenlace de esa noche.
El último balotaje estuvo precedido de la organización de festejos. Un grupo de compañeros queríamos hacer algo inolvidable. El Partido Nacional festeja derrotas, y tener la victoria en la mano era algo raro. En nuestro imaginario la salida de la cárcel de Wilson es más contundente que los festejos del 90 o de la leyenda de los votos que llegaron del interior y permitieron que Herrera ganara en el 58. Ser pizarreros era raro, no nos gustaba vender la piel del oso antes de cazarla, pero alguien lo tenía que hacer. La historia la empezábamos a escribir y había miles de jóvenes que dejaron la vida durante esos meses. Así fue que entre cinco juntamos plata, organizamos el estrado, previmos las bebidas, los cantantes y los fuegos artificiales. Una ventolera casi huracanada nos impidió hacerlo en la placita de la rambla, teniendo que mudarlo para Lazaro Gadea y Av. Brasil. Éramos todos conscientes de la expectativa y quizás por eso los nervios eran más por los festejos que por el resultado.
De noche llegamos a la Sede, cuando Luis subió con Loli nos dejó en claro que sería una noche larga. El anuncio de Mariana Pomiés a las 8 y poco fue el único instante de emoción. Juan Curbelo, Alfredo Susena y Magdalena Zumarán fueron los únicos con los que compartí ese minuto de lágrimas y abrazos. Inmediatamente después llegó la pesadilla de la duda, de la incertidumbre y donde aparecieron en el horizonte nacionalista todos los fantasmas del pasado. Los mensajes de las pruebas de luces y sonidos contrastaban con un millón de audios de desconcierto. Adentro de la Sede, solo los expertos electorales estaban tranquilos. El pasar del tiempo y la desidia de Daniel Martínez nos arruinó el festejo. El gesto del Presidente electo con la mano diciendo "suspende todo" adelantó aquello de que "Las nubes pasan y el azul queda".
Nunca lo olvidaré, pero menos lo que imprimimos en aquellas camisetas: "Vinimos, qué lindo es ser blanco".