Por Esteban Valenti | @ValentiEsteban
No era candidato a nada, no integraba ningún partido uruguayo, ni siquiera un partido mejicano y se murió en su Oaxaca, el pasado 5 de setiembre, a los 79 años de edad. Su gran sponsor no es la muerte sino su vida, su obra que merece ser recordada porque en estos tiempos de almas caídas y de corazones rotos (como cantaba Chavela Vargas) el gran artista es una parte central de nuestras vidas criollas, latinas, indígenas y europeas, aunque algunos ni siquiera lo sepan.
Francisco Toledo fue uno de esos grandes artista plásticos, autodidacta mexicano, militante de izquierda, de las causas populares, luchador social y en la defensa de los pueblos originarios y de su identidad. Fue además generoso y animador de las batallas ambientalistas en su tierra, amenazada por la barbarie de la droga y de la violencia.
"Yo, para no sentirme tan mal de ser un capitalista, de ser un hacedor de dinero, lo gasto en instituciones que se abren a los jóvenes que no tienen posibilidades de viajar para ver exposiciones o tener libros. Estilo que usted ve aquí, el cine, el centro fotográfico, todo está hecho un poco para pagar culpas, por el interés que tengo por la difusión."
En un país de grandes artistas plásticos, como Diego Rivera, Gabriel Orosco, David Alvaro Siqueiros, Fridda Khalo, Rufino Tamayo, Leonora Carrington y muchos otros, Toledo es uno de los más grandes como pintor, dibujante, escultor, impresor y ceramista.
Toledo no se aisló, al contrario integró la modernidad y la vanguardia de otras civilizaciones, especialmente la europea para sus obras y mostró un sentido de lo fantástico muy desarrollado, al crear criaturas antropomórficas que son, a la vez, monstruosas y juguetonas, personajes que incluye en sus barriletes, libros de artista, máscaras, piezas de joyería y complejos grabados. Debido a sus obras, se dice que Toledo perteneció a la Generación de la Ruptura, aunque no haya pertenecido históricamente a la misma. Fue uno de los grandes luchadores y promotores en la defensa del patrimonio artístico del estado de Oaxaca.
Fue el gran rescatista de los mitos mexicanos, parte fundamental de su textura cultural incluso en el uso en su obra de los más diversos materiales, tales como la arena o el papel amate (el papel precolombino, hecho con corteza machacada del árbol llamado amatl o amate), así como la maestría con la que materializa su creación consiguen el efecto de que su obra parezca tener movimiento, vibrar como si la criatura híbrida de animal y hombre, o el insecto, o la iguana, o cualquiera de sus seres tropicales pugnaran por cobrar vida real. Esa sensación inquietante que percibe el observador de la obra acaba por meterlo irremisiblemente en la visión, en el realismo fantástico del autor.
Su rasgo particular es el gran contraste y la integración entre su origen mestizo y su influencia europea que se manifestó con toda su potencia cuando Toledo vivió becado en París para estudiar y trabajar en el taller de grabado de Stanley Hayter. A los tres años de estar en Europa presentó su primera muestra en una galería parisiense; un año más tarde expuso en Toulouse, pero también en la Tate Gallery de Londres, con catálogo escrito por Henry Miller, y en Nueva York. En Francia fue reconocido en seguida como un artista singular, especialmente celebrado, como escribió André Pierre de Mandiargues en 1964, por su «desarrollo de lo mítico» y su «sentido sagrado de la vida».
Regresó a México con una técnica pictórica depurada que no dejaría de enriquecer, así como con la influencia de ideas plásticas de artistas de distintas escuelas europeas, como Alberto Durero, Paul Klee o Marc Chagall. Aunque, en realidad, su mayor influencia provino de los códices que recogieron los símbolos prehispánicos: con todas sus formas rabiosamente contemporáneas, el artista será un moderno e ilustre pintor de códices, y un chamán dispuesto a purificar el espíritu para devolver el goce al cuerpo.
Es bueno incursionar a través de los muchos artículos y reseñas que se han escrito en estos días sobre Francisco Toledo en ese fondo fundamental de la identidad latinoamericana, sus artistas que nos recuerdan a que niveles puede llegar el alma humana, cuanto puede conmoverse y conmover y que sutil e ilimitada es la diferencia entre el arte y todo lo demás.
En tiempos tan grises, tan toscos, con personajes que en el mundo nos recuerdan momentos tan oscuros de la historia, en el arte hay una reserva ilimitada de humanidad y de progresismo. El arte puede ser siempre un aporte de resistencia ante la barbarie y la mediocridad.