En los últimos días en las radios, la televisión y lo que queda de los diarios se escribió mucho sobre el golpe de Estado en 1973, cuando el gobierno de facto disolvió las cámaras y cerró el Parlamento de la República por los siguientes once años.
Se trata de un período oscuro de la historia nacional donde el país quedó enredado en disputas ideológicas y políticas propias de esa época. Si no hubiese sido cierto, visto con la distancia, parece algo tan irracional como caricaturesco.
Senadores de la época, muchos convertidos en leyenda, y otros en mártires de la democracia, son recordados como héroes. Integrantes de un sistema político que hoy genera envidia pero que no pudo evitar el quiebre institucional. Militares de entonces que usurparon el poder utilizando la fuerza ante la mirada para el costado de miles de uruguayos a quienes la democracia no otorgaba las garantías para las que supuestamente existe. Y la historia de otros miles que no sabían qué hacer. Y mucha manija del exterior: tanto de La Habana como de Washington. Un combo insólito.
Un golpe precedido de una inestabilidad concreta generada por el accionar del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) con sus acciones guerrilleras, en el marco de un gran descrédito del manejo clientelar del Estado, con enormes desigualdades no asumidas en la sociedad uruguaya.
Todo ocurriendo en un tiempo donde una generación joven creía que el mundo se podía cambiar a prepo sin siquiera intentar convencer a la ciudadanía, sino imponiendo su propia visión del mundo tomando atajos en lugar de construir caminos.
Casi una década de políticos proscriptos. Una represión feroz con consecuencias se padecen hoy en día con decenas de desaparecidos, cuyas familias buscan sin encontrar ni respuestas ni alivio para sus almas.
Sin embargo, en ese país convulsionado, un día de 1985 volvió a salir el sol. Retornaron los partidos políticos a hacerse cargo, armaron una transición posible para devolver a un presidente electo en las urnas al sillón presidencial y avanzaron, pero cargando una cruz pesada.
Una cruz pesada que no deja de pesar menos ni más. Una cruz que el Uruguay se ha acostumbrado a transportar en su espalda… Una carga que impide ir más rápido y más unidos a enfrentar los desafíos que el devenir del siglo XXI le plantea a este país.
¿Es válido preguntarse cuál es la razón para que el sector de las Fuerzas Armadas que ensució con su accionar criminal el uniforme siga escondiendo una información vital para que Uruguay deje de cargar esa cruz?
Nadie duda del papel fundamental que tuvieron los militares en la consolidación de nuestra patria. Desde Artigas en adelante fueron militares los que defendieron los intereses nacionales. Son militares los fundadores de los cuatro principales partidos políticos del Uruguay. Desconocer su relevancia en la historia de Uruguay es de miopes. No reconocer su compromiso con el país y su gente es también una necedad. Pero se equivocaron mal.
Entonces: ¿por qué no facilitan esa información?, ¿cuál es la necesidad de mantener ese secreto a rajatabla? Sería una gran demostración de fortaleza hacer llegar la información que falta —cualquiera sea el camino— para que decenas de familias uruguayas puedan encontrar la paz que buscan desde hace medio siglo.
Luego de las familias, los principales aliviados en dar ese paso de dignidad serán las nuevas camadas de militares que no tuvieron nada que ver con lo que pasó hace 50 años. ¿O no escuchan las marchas del silencio? ¿O no buscarían a sus hijos y nietos si un día desaparecen?
Que los tupamaros también se equivocaron, no hay duda. Sin embargo, cuando el MLN-T eligió el camino de la democracia asumiendo el camino de las ideas y las propuestas, no el de los fusiles y los secuestros; llegaron al poder. Y lo entregaron: la República y el respeto a sus instituciones había ganado el partido.
Hoy hay una democracia sólida que nació de esa oscuridad. Es la lección que aprendimos tras 50 años del golpe de Estado. Nos lo reconoce el mundo entero. Una democracia que para cientos de miles de uruguayos es parte del paisaje, que no sienten la necesidad de custodiarla porque siempre estuvo ahí.
Por eso, a medio siglo del golpe, resulta muy importante que otras generaciones —distintas a aquellas— sepan bien que pasó. No para quedar prisioneros de un momento, sino para poder proyectarse y soñar con cambiar el mundo, pero en democracia.
Mientras tanto todos seguiremos esperando que llegue a algún lado información sobre los desaparecidos, casi tanto como una justa y equilibrada crítica de lo que pasó y porqué.
Algún día, ojalá cercano, hay que dejar de cargar esa cruz.