En términos relativos, el hecho no es tan grave puesto que estamos apenas ante el 3 por ciento de los nuevos votantes (unos 260.000 surgidos desde las elecciones pasadas) lo que constituye una cifra verdaderamente marginal. El restante 97 por ciento sintió el deber cívico o bien, sin sentirlo, se rindió a la doble obligación que establece la Constitución. En rigor, tanto registrarse como votar, no constituyen derechos sino obligaciones: no podemos no registrarnos y no votar sin violar la Constitución y sufrir sanciones. La ocasión debería ser propicia para reflexionar sobre este hecho, de extraordinaria significación cívica.
Es cierto que la obligatoriedad de votar no impidió a Uruguay construir un sistema democrático sólido y muy bien conceptuado internacionalmente, pero deberíamos convenir que la democracia no es tanto un fin cuanto un medio. El fin es la convivencia pacífica y en libertad de personas y grupos con intereses, preferencias y convicciones distintas, aunque la democracia no sólo aporta elementos prácticos sobre los límites de nuestros derechos y el respeto a los ajenos. Aporta también también elementos inspiradores sobre la ventaja de convivir con el diferente.
Pero el voto obligatorio no tiene nada que ver con la calidad democrática. Para empezar, es una rareza en el mundo: sólo lo aplican veintidós países en más de ciento quince, si tomamos en cuenta únicamente aquellos países donde el voto cuenta para algo. Es además una rareza continental: doce de los veintidós países con voto obligatorio se encuentran en América Latina.
Si se pretendía justificar la obligatoriedad del voto como forma de asegurarse la calidad de la democracia, la evidencia no parece encontrar relación entre una cosa y la otra. Según los datos del Índice de Democracia en el mundo de la revista The Economist (en el que Uruguay ocupa el puesto 18), tanto los países con voto libre como obligatorio se comportan de manera similar con relación a la calidad democrática.
El resultado cambia cuando medimos la performance de los países con voto obligatorio con relación a los indicadores de libertades. En materia de libertades, los países con voto obligatorio tienen enpromedio un desempeño equivalente al de los países con democracias defectuosas pero sensiblemente peor al de los países con democracia plena. También en la libertad, Uruguay está muy por encima del resto de los países en los que los ciudadanos son obligados a votar.
En suma, el voto obligatorio no aporta nada en materia de calidad democrática y se asocia a regímenes donde las libertades tienen algún tipo de restricciones. No debería extrañarnos: la restricción al derecho a participar del proceso electoral voluntariamente lo es también a la libertad.
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