Si se mira desde la ventana enrejada desde el Comcar o desde un agujero en las chapas de un rancho en las orillas del Miguelete, sin duda que el olor, los colores, la luz, la perspectiva es diferente. Muy diferente. Y todo está en Uruguay, y todo es Uruguay después de 12 años de nuestros gobiernos.
Los pobres pueden ser una referencia permanente en los discursos, en los ojos húmedos de los políticos conmovidos, en las agudas planificaciones oficiales, de todos los oficiales. Pero hay otros pobres, los que van a clase sin bañarse, sin haber comido la noche anterior, sin ganas de volver a sus casas, para llamarlas de alguna manera. Las maestras que ven esos rostros, que huelen, que tocan, que miran esos ojos, ven otros pobres. Y tienen la tendencia a pensar que serán siempre pobres, irremediablemente pobres. No son los pobres de antes, ninguno de ellos llegará a presidente.
Hay pobres en todos lados, incluso en los países ricos. Hay más pobres en todos los países de América Latina que en Uruguay, pero a mí me importan, ahora, solo mis pobres, los de aquí.
Hay que darse una vuelta por la otra ciudad, aunque no está tan lejos, ir a algunas tribunas de fútbol exaltadas, mirar hacia calles eternamente embarradas y con paisajes urbanos sin remedio, aunque usen championes de marca, tatuajes y tengan una antena de televisión satelital o un celular. Para los bien pensantes, para los combatientes contra el consumismo no lo merecen, ni siquiera eso merecen.
Estoy aburrido de mis permanentes referencias a los más débiles y los fui a visitar, a ver cuán diferentes son a nosotros, los blanquitos impolutos, motorizados, panzoncitos, o musculosos, bien peinados y que dormimos todos los días en la tibieza. Y son muy diferentes, todavía la prosperidad no les ha llegado. Están por encima de la línea de pobreza, porque tienen el agua servida y barrosa que les llega al cuello, al mentón, pero están rodeados, cercados y sobre todo ocultos, lo más oculto posibles.
Cuando era joven e indocumentado, literalmente indocumentado, un policía era un policía, ahora es un plan de vigilancia urbana, una defensa contra los chorros, un representante de la ley y la propiedad. Y los exijo, los pago y los exijo.
Cuando paso raudo por los accesos y por la ruta 1 y miro a lo lejos esos enormes jaulones humanos con sus banderas asomando en las ventanas en forma de calzoncillos, de camisas y remeras al viento tratando de secar esa humedad que no tiene remedio, me siento tranquilo. Los hemos encerrado y de allí no escaparán.
No, no escapan, porque hay una guardia perimetral armada de fusiles de asalto que los contiene, pero adentro se matan, se acuchillan, se apalean, se queman y se enfrentan con las otras víctimas-victimarios, los guarda cárceles. Los policías. Y es posible que haya confabulaciones, es que en ese clima, en ese circo que nadie reconoce como propio pero, en el que todos viven, no puede no haber confabulaciones, tráficos, intentos de fugas, todo.
A fuerza de hurtos y rapiñas, de asesinatos que cada día se desplazan más hacia los pobres y entre los pobres descubrimos que solo con políticas sociales, solo mejorando los indicadores, el crimen no retrocede y menos que menos se detiene. ¿Y entonces, qué hacemos?
¿Aumentamos el número de policías? ¿Hasta cuántos? ¿Patrullamos desde el cielo, la tierra y el aire?
¿Construimos nuevas y más amplias cárceles PPP? ¿Y aquel país pequeño y amistoso dónde se nos quedó, hasta dónde los sacrificaremos y lo enterraremos? ¿Hasta cuándo nos resignaremos?
Los pobres no son todos chorros, pero son los pibes pobres los que engrosan las filas de la droga, del consumo, del tráfico, de la venta, de los ajustes de cuentas. ¿Hay alguna duda, aunque algún nene bien también sea arrastrado a la vorágine? ¿Qué vamos a hacer con esos pibes pobres, que siguen siendo pobres? ¿Los vamos a condenar, los vamos a desterrar, los vamos a encarcelar? ¿Y qué más?
¿No sería mejor sacarlos de la pobreza? No me refiero solo a la falta de un plato de sopa, de un tazón de mate cocido y una galleta, de un par de zapatillas y de una cama decente, me refiero a algo más grande, enorme, desproporcionado, utópico, sacarlos de su desesperación y de sus horizontes negros y tormentosos, de sus evasiones hasta sentirse duros y dispuestos a morir y matar. Ser un país de primera.
Uno de cada cinco niños que van a las escuelas públicas son pobres y viven en casas y barrios pobres. Es cierto hace 12 años eran más de la mitad y no se pueden hacer milagros, pero al menos deberíamos proponernos hacer esos milagros. Para conformarnos, para sentirnos útiles, importantes, generosos, humanos y después vienen las otras consideraciones, las soberbias, las pomposas, las políticas.
Las grandes palabras al igual que las otras, las de todos los días se construyen con sílabas, con letras, con pasitos que nos permitan sentir que avanzamos, que algo vale la pena.
Uno de los retrocesos más visibles del pensamiento, de la teoría, de la ideología de la izquierda es que los pobres, los verdaderamente pobres ya no están casi en nuestro horizonte.
Nuestros pobres
Nuestros pobres
Si se mira desde alguna de las ventanas del palacio, desde alguna oficina con estadísticas, desde la caridad de algunas políticas, las cosas se pueden medir en porcentajes, en cifras, en tendencias.
20.09.2016
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