Hasta que un gobierno de izquierda no logre sacar totalmente de la calle, de la mendicidad y de la miseria a los niños, no podrá decir que cumplió con su objetivo, con su principal tarea. Aunque en todos los restantes frentes tenga resultados majestuosos, magníficos. Y afirmo esto sabiendo que no es tarea fácil, que se combinan factores muy, muy complejos. Pero eso no cambia en absoluto mi opinión.
Y agrego: los uruguayos no sentiremos el cambio en toda su profundidad el impacto social, hasta que no se cumpla este mismo objetivo sobre los niños en la calle y en la miseria. Creo que es una de las pocas cosas unánimes que tiene la sociedad uruguaya. Si los uruguayos y en particular los de izquierda nos acostumbramos, nos resignamos a esa situación de los niños, habremos sido derrotados, en lo peor, en nuestra identidad. No nos votamos, no militamos, no luchamos, no nos eligieron para que explicáramos lo difícil y complejo que es sacar a la niñez de la calle, la mendicidad y la miseria y mucho menos para que nos acostumbremos a ello.
Cuando asumió este gobierno más del 50% de los niños y adolescentes estaba por debajo de la línea de pobreza y un sector importante sumergidos en la miseria. Era un fenómeno explosivo. Se ha contenido, se ha revertido la tendencia en forma importante, pero estamos lejos de alcanzar la meta. Y en este tema se debe alcanzar la meta.
¿Es un problema de recursos? Si, si al país no le fuera tan bien, no podría invertir cientos de millones de dólares en planes de emergencia, de apoyo social, de asignaciones familiares. Pero no es sólo un problema de recursos, es de prioridades, de audacia y de tensar todas las fuerzas de la sociedad.
Debemos colocar este tema – mucho más que ahora – en el centro de la agenda nacional, a todos los niveles, de los diversos ministerios que intervienen, en la sociedad civil, las intendencias, en la prensa y en la academia. Hay que coordinar esfuerzos. Esta es una batalla donde la sociedad uruguaya puede y debe probar su capacidad de concentrarse en un tema y resolverlo, darle un cambio radical y total.
Los problemas periódicos y constantes del INAU son el fin de la cadena, la parte visible y concentrada, pero todo comienza antes, mucho antes. Esto no debe ser una coartada para encarar rápidamente soluciones en todos los planos para el INAU. De gestión, de inversión, de estructuras pero sobre todo de filosofía, de sentido de la enorme responsabilidad que asumimos en ese organismo. Las acusaciones que se han hecho son graves, hay que aclararlas, son graves para cualquier administración, pero sobre todo para la izquierda.
Hay que actuar en toda la cadena y de forma coordinada, y si faltan instrumentos legales, debería ser una prioridad discutirlos y aprobarlos. Hay suficiente experiencia en la sociedad uruguaya y en la academia para dotarnos de instrumentos legales más eficientes y sobre todo más justos. ¿Qué cambios tenemos entre las manos en este tema en el Parlamento?
Hay que coordinar todos los frentes, la educación, la salud, la vivienda (provisoria, intermedia y final) y definir un plan con plazos, las infraestructuras edilicias para los infractores y para los otros, que si no los atendemos serán chupados por del delito y la droga. Hay que coordinar y articular con las fuerzas de seguridad, con las organizaciones de la sociedad civil – que son muchas y muy eficiente muchas de ellas -, con los organismos internacionales especializados. Y creo que hay que hacerlo al más alto nivel posible. Para asegurar que este sea un tema de prioridad nacional absoluta.
No puede ser una fiebre repentina y pasajera, debemos proponernos una meta y planificar, organizar, ejecutar, controlar y corregir. Y hay que entusiasmarnos todos, no debe ser una tarea de un partido, de un gobierno, hay que transformarlo en una tarea nacional. Asumiendo que si lo hacemos, nadie será mezquino y reivindicará los resultados, porque serán de todos. Hay que involucrar a los niños y jóvenes, de mil maneras, no como objetos sino con formas de participación.
En este tema hay que ser revolucionarios, sobre todo en las metas. Hay que utilizar las mejores experiencias internacionales, pero hay que crear, apelar a la experiencia nacional, a todo lo que se ha hecho en este frente desde los diversos ministerios y en particular en el MIDES.
Salimos de la crisis, crecimos a un promedio del 7% durante tres años y es posible que estemos cerca de ese porcentaje en el 2008, eso parecía imposible hace tres años. Proponernos terminar con la pobreza infantil – que en definitiva es la meta final – es imposible en sólo cinco años ¿Pero no podemos proponernos que al final de este primer gobierno de izquierda hayamos terminado con los niños de la calle? No escondiéndolos, ocultándolos, sino integrándolos. ¿Es demasiado ambicioso?
¿Por qué concentrarse en los niños de la calle? Porque la mendicidad, la vida en la calle es un cambio cultural, que se va haciendo irreversible, una vulnerabilidad para toda la sociedad. Y también porque es una medida de nuestro propio acostumbramiento. Es tirar fuerte de la punta de la soga de la miseria infantil para luego seguir tirando con mayor fuerza. Propongámonos una meta posible, concreta, que tense todas nuestras fuerzas.
¿No podemos revolucionar radicalmente el proceso de rehabilitación de los menores infractores? ¿ No debemos profundizar en todos los frentes de ataque a la lucha contra la pobreza infantil? Hemos logrado avances muy importantes en la salud, en las asignaciones familiares con el plan de emergencia. ¿Cuál es ahora el salto cualitativo?
La política y sobre todo el poder tiene una componente muy negativa y bastante universal: colocar a los conceptos lejos de la vida cotidiana de la gente, cocinarse en salsas demasiado propias e intestinas. Una fuerza de izquierda debe tener puntos de referencia muy concretos, muy tangibles, con rostros, con nombres y apellidos, con sensibilidades que hay que regar y cuidar todos los días. La niñez en la miseria y sobre todo en la calle tiene eso, los rostros que encontramos todos los días en nuestras ciudades y pueblos. No los olvidemos nunca. Ellos justifican cualquier esfuerzo y hasta nuestra propia historia. Más que las grandes palabras.